- 37 - Lucha y vive, princesita. El principe azul nunca vendrà -

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Rin

Sonreí al contemplar la cara de estupefacción que tenía Izumi. Había ganado. Había logrado ganar a mi miedo. Ahora solo quedaba confiar. Confiar en que podía acabar con esa locura.

Al separarme de los labios de mi amigo, solo pude límitarme a pedir perdón. Sabía que estaba cometiendo una locura. El rostro de Natsume era la prueba más fiable, pero así era yo. A medida que me alejaba de él, sentí como mis fuerzas comenzaban a desvanecerse. Sin darme ni cuenta, caí al suelo inconsciente. No sabía que iba a pasar a partir de ese momento. Nadie lo sabía. Solo sabía con certeza que ni en mis peores pesadillas podría llegar a imaginar lo que viviría a continuación. Ese  iba a ser el coste de enfrentarme al destino. Si quería vivir no tenía otra alternativa. Solo podía luchar hasta el final, incluso cuando mi cuerpo ya no pudiera moverse. Esa era la única virtud destacable del ser humano. La determinación. Sin determinación, sin voluntad para alcanzar nuestros objetivos, sin espiritu peleador, los humanos no eramos nada. 

Nacimos en gritando, tal vez, porque al conocer el mundo que nos esperaba más allá de la protección de la barriga de una madre, no nos quedaba otro remedio. Crecimos curandonos solos nuestras heridas. Peleando día a día con uno mismo. La lucha forma parte de la supervivéncia, sin ella el ser humano haría siglos que se hubiera extinguido. Ahora era hora de confiar en esa determimnación.

Me encontraba rodeada de tinieblas. Eso era lo único destacable. No había nada más. Solo eso, tinieblas. Mis pies se movían solos, al igual que en cada sueño que tuve, recorriendo esa basta oscuridad. Como ya se me hacía rutina, escuché un llanto y varias risas. De nuevo ese día... Esa era una de mis habituales pesadillas, nada destacable. Me conocía el cuento de memoria. Ahora llegaría a ese recuerdo y mientras lloraba, me giraría para decirme unas palabras entre aquella densa lluvia y la escena cambiaría. Me iría moviendo de recuerdo en recuerdo. La historia no hacía más que repetirse, como un bucle sin fin. Supongo que esos son los arrepentimientos que tenemos, digo yo, porque me persiguen más que la culpa misma. 

Pero antes de que pudiera llegar a mi yo pequeña, todo cambio. La escena se tiño de rojo y mis pies cayeron al vacio. Con incertidumbre, miré abajo tratando de buscar algún lugar que pudeira amortiguar el golpe, pero lo que vi fue algo desalentador, algo que nunca pensé ver. A mis pies, esperando carbonizarme, se encontraba la lava de un volcán. No había duda de que eso iba a doler.

Sé que me estoy tomando esto demasiado a la ligera, pero de no verlo así estaría en estado de xoc. A veces, en situaciones críticas, hemos de bromear para no ser victimas de una realidad cruel e inaguantable.

Cuando mi cuepro entró en contacto con aquella substáncia  solo pude gritar. La sensación fue la misma que el haber caído dentro de una piscina. Me sumergí en aguas rojas, aunque no tardé en comprender la grabedad del asunto. Eso no era un sueño. En los sueños el dolor te despertaba, pero en la vida real el dolor te hundía. Mientras me hundía en aquel magma, notaba como mi piel se desprendía de mi cuerpo. Lentamente, con calma. Notaba como mi piel era retirada a tira. Dolía. Dolía tanto que dejó de dolerme. Mi cuerpo había sucumbido al fuego y mis sentidos se habían paralizado. Ya no sentía nada. Solo como me hundía más y más. Olvidé mi lucha. Olvidé quién era. Solo me sumergí en un río teñido de mi propia sangre. 

─¿Ya te rindes? ─ se rió una voz ─ Que aburrida.

¿Quién me habla? 

─"Confía en mí". ─se burló ─ ¡Si anda! Eres una inútil. ¿Quién olvida su propia lucha?

¿Qué lucha? ¿Quién eres?

Y tú... ¿Quién eres tú?

Yo... Yo soy... 

La chica de las feromonasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora