Capítulo 21

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Había ido a desayunar con mi abuela antes de partir para el trabajo. Aquel día era uno de los dos que tenía libre de universidad en la semana. Si bien tenía que estar en la oficina por la tarde en el mismo horario que todos los días de lunes a viernes, había un par los cuales las mañanas las tenía desocupadas. No me desperté por la alarma, si no por la llamada de mi amiga exaltada, pidiendo de vernos con Chad éste fin de semana. Vendría a pasar el viernes aquí, así que sin rechistar, procuré no adelantar nada aquel día y tenerlo libre para mis dos mejores amigos.

Luego de ello, y aprovechando que aún era temprano, llamé a mi abuela para pasar a visitarla. Hace ya días no la veía, y en la soledad de mi casa ahora que mi hermana no estaba más, y mis padres trabajaban, nada sonaba más tentador. Pasé un rato por su casa, y me preguntó si seguía en pie lo de cocinar juntas la comida para el casamiento de mi hermana. Al afirmarlo, ella me dijo que haría todo su esfuerzo en poder ayudarme si su espalda la dejaba. Admito que fue divertido escucharla diciéndolo mientras renegaba y se volvía más arrugada al hacerlo.

Me aseguré de decirle que no quería que se esforzara de más, y podría arreglármelas sola. No era lo que ella quería oír, terca como mula. Así que quedamos en que le avise dentro de un par de días cuando decida empezar a preparar todo, y así saber con más certeza si sus dolores de columna le impedirían o no hacer la tarea innecesaria.

En aquella conversación surgió lo de cómo iría ella vestida con su espalda chueca y sus pies que apenas resisten unas pobres sandalias desgastadas. Tenía un par de vestidos empolvados de no hace tanto, en una de las fiestas de ceremonia de la empresa de mi padre. Pero los zapatos no había con qué combinarlos. Me hizo jurar que no le dijera a nadie que llevaría las sandalias viejas debajo del vestido largo, y que me asegure de que no haya un ventilador cerca que revele su secreto al volarle el largo de éste. Había sido una mañana muy cómica, la verdad.

No así cuando caí en la cuenta que no había comprado un maldito vestido para mi.

Al entrar a la oficina y recordar el desayuno con mi abuela, me regañé internamente por ser tan despistada. ¿Cómo pude haber olvidado comprarme algo esencial? ¡Erin me mataría si entraba a la iglesia vestida con algo que no sea propio del momento! Tenía un par de vestidos, sí. Pero para salir los sábados a las discotecas, o a bares. No podía simplemente ponerme esos y ya.

Además de que ella se enfadaría, no me sentiría muy cómoda.

Por lo que tuve que solucionarlo rápido. Al salir del trabajo, iría a comprar un vestido que sea digno y propio, y que no me avergüence usar. Pensé en llamar a mi mejor amiga, que aún a la distancia, no dudaría en venir corriendo en mi ayuda de compras. Si había alguien que se la pasaba bien allí dentro, era ella. Siempre lo fue, y lo será. Yo solía ser la que cargaba con sus bolsas quejándose del tiempo que perdíamos y que quería tomar un café urgente, mientras Stace seguía revolviendo cajones y placares con descuentos exclusivos. 

De exclusivos no tenían nada, repetí varias veces, pero ella aseguraba que sí.

Al recordar las conversaciones divertidas y pesadas que teníamos aquellos días me entro a partir de risa en la oficina, y tengo que callarme cuando Nel entra mirándome extrañado.

—¿Qué mosca te picó hoy?

—¡Vaya! Buenos días, señor gruñón —ruedo los ojos.

—Buenas tardes. Son las cinco. En serio, Audrey, ¿qué mosca te picó?

—Eres aburrido.

—Y tú pesada, pero no vengo a hacer sociales por aquí —comenta señalándome la pila de papeles que traía entre manos. Al ver mi cara de espanto, una mueca de burla se asoma por su rostro—. Descuida, que Katherine no está hoy, así que yo tendré que ayudarte con todo ésto.

NUESTROS LEMAS #2Where stories live. Discover now