El lunes llegó, y con él, el desgano luego de un excelente y movido fin de semana. La boda de mi hermana había acaparado cada segundo previo de éste, cocinando y preparando todo para que esté listo lo antes posible. Y, cuando había llegado el sábado, los preparativos de vestimenta y la larga fiesta luego de ceremonia festejada y finalizada. Aquello habría sido lo suficientemente fatigoso y agotador, pero uno dichoso y venturoso al mismo tiempo.
Aaron se había llevado todo el mérito por serlo. Mi vida había dado un giro de lo más remoto los últimos tres días. Mis emociones se habían puesto, ya fijas y estallando, en su lugar. Se debía en su mayoría, a todo lo que ahora llevaba sintiendo. Lo que pensé que sería mi fin de semana, resultó satisfaciendo cada segundo de éste. Mi sonrisa ensanchada al despertar, luego de oír la alarma chillona y molesta dando aviso de que la semana comenzaba, junto a mi cuerpo inquieto y mi humor de madrugada, extinto y cambiante a uno feliz y bueno, dieron clara idea de mi estado. Incluso mis padres lo advirtieron, al verme bajar las escaleras de forma atolondrada.
—Vaya, te has levantado hasta más temprano de lo habitual —repone mamá, riendo.
—¿No puede una hacer excepciones? Además, puedo verlos antes de que se vayan a la oficina —comento mientras ambos abren sus ojos sorprendidos. Ella termina de ponerse su saco antes de acercarse a mi y colocar una de sus manos en mi frente. La observo extrañada.
—No, no tiene fiebre.
—¡Madre!
—Tiene fiebre.. de alguien llamado Aaron, si no me equivoco —interrumpe mi padre con su maletín de trabajo en manos. Ambos se unen en unas risas que paso por alto.
—Ya —digo rodando los ojos—. Asegúrense de que no pienso levantarme otra vez en el mismo horario, jamás. La próxima me quedaré durmiendo, y ustedes, levantados yendo al trabajo.
—Ahí volvió nuestra Audrey.
Me guiña el ojo, y ambos marchan. Me quedo unos minutos en el comedor, preparándome huevos revueltos y tostando el pan de ayer, para desayunar. Luego me cambio, y una vez lista, parto para ir a la universidad. Hoy sería un día largo, y por eso es que los lunes, a parte de ser quienes rompen la seguidilla del sábado y domingo libre, resultaban odiosos.
Al llegar, dejo estacionado el auto y me dirijo al campus, en donde me topo con una gran cantidad de gente, entrando y saliendo, buscando y tratando de encontrar sus respectivas aulas, que a ésta altura del cuatrimestre, ya deberían tenerlas memorizadas. Aunque, si lo pensaba en profundidad, el primer año me había costado horrores saberlas. En mi segundo año, no fue para nada trágico. Supe resolver con facilidad en dónde encontrar los carteles, dónde guiarme, a qué edificio de todos entrar, y qué numero de aula había por piso.
Eso ganaba uno con dejar de ser principiante.
Seguí caminando por el pasillo, y me adentré en mi primer clase del día. El profesor había llegado a tiempo, y explicó a la perfección el tema que había dejado la semana anterior. La clase, por suerte, fue de lo menos densa. Así que, cuando todos comenzaron a guardar sus materiales, tuve que levantar mi vista para advertir la hora que era en el reloj. Los imité, y una vez guardado todo en mi bolso, me dispuse a salir para dirigirme al edificio del frente, en donde tenía la clase más larga del día. Y, por ende, la más pesada.
Con mi andar rápido, llegué lo más veloz que pude. Pero de camino, sentí la vibración de mi celular sonando un par de veces a través de mi bolsillo. Sin detenerme, aprovecho para sacarlo y observar de quién provenía. Eran dos mensajes, y los dos de Aaron. Sonriendo cual idiota, no pierdo tiempo y los abro enseguida, para leerlos y poder responderle.
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NUESTROS LEMAS #2
Teen FictionLuego de las complacientes pero caóticas vacaciones entre los Jones y Bell, la vida en la ciudad vuelve a comenzar. ¿El amor entre Audrey y Aaron ha muerto, o es que a veces las cosas que uno piensa imperdonables no resultan serlo del todo? La boda...