Luego de aceptar que Aaron me ayude, de alguna manera, la que sea, en servirme y ser útil en lo que mejor haga dentro de todo éste lío, comencé a arrepentirme.
Primero, porque había entrado a la cocina, corriendo un poco las cosas y sacándolas hacia otra parte, dispuesto a alimentarme y cocinar lo primero que vea en la heladera. Había comida congelada, y no tardó en ponerla en el horno. Lo miraba molesta, sin más que aquella expresión. Se apropió de el horno mientras esperaba de brazos cruzados a que esté listo, e instantes después, se apoyó contra el marco del mármol y miró hacia mi lado. Me encontró observándolo con enfado, y sus ojos volaron hacia arriba irritado.
—Deja de mirarme como si no tuvieras hambre y no quisieras comer.
—En realidad, te miro con odio porque invadiste mi cocina.
—¿En dónde quieres que caliente la comida entonces?
—No te pedí que lo hagas.
—Pues no has comido nada desde la mañana, ya son las.. —se fija en el reloj que tiene encima antes de confirmarlo—.. tres de la tarde. Perdóname, pero no pienso escuchar a tu estómago crujir como loco una vez más.
—¡Mi estómago no.. —me callo al escucharlo gruñir.
¡Maldición!
Su mirada satisfactoria invade el ambiente, mirándome de lleno de esa forma.
—Testaruda —dice voltéandose para fijarse en el horno, y no digo más nada.
Segunda cosa que me molestaba, apropiarse de la situación y apartarme al hacerlo. Apenas estuvo lista la comida, se encargó de sacarla del horno y llevarlo hacia la mesa. Lo seguí, a pie lento y con mi rostro amargo, llegando a su lado y sentándome imitiando su acto. No podía negar que tenía hambre, porque a decir verdad, mi estómago crujía como león hambriento, pero la situación me abrumaba. Él actuaba con naturalidad, hasta preocupándose, y eso me descolocaba aún más que antes.
—Te diría que está bueno —digo masticando, callando el sonido proveniente de mi panza una vez que introduje comida en ella—, pero en realidad mi madre la cocinó.
—Mientras comas, no importa quién lo haya hecho o no.
—¿Qué mosca te ha picado? —pregunto por su actitud protectora.
Él se toma unos segundos para responderme. Al parecer, buscando las palabras que se apropien a la oración que quería soltar a continuación.
—Solo.. me has preocupado, ¿sí?
—¿Preocupado? Aaron, que no responda el teléfono no tiene que alertarte y ponerte como loco —recuerdo tratando de que no me afecte lo que dice.
—No es eso, Audrey.
—¿Pues qué entonces? —insisto.
Abre su boca dispuesto a contestarme enseguida, pero la cierra arrepintiéndose. Estoy dispuesta a decirle que hable conmigo, que suelte lo que quiera, que realmente quiero escuchar lo que tiene para decirme. Pero tampoco salen las palabras en mi boca, y quedan instaladas en mi cerebro dormido. Aaron habla luego, pero conociéndolo, no es lo que iba a decirme en primera instancia.
—Erin te dijo si podías hacerle el favor de cocinar para ella. Pero jamás habló de esclavizarte —exagera mientras frunzo el ceño—. No puedes simplemente ignorar la hora y estar encerrada aquí cocinando todo esto. Descansa al menos, o come.
—Me has obligado a hacer eso último.
Me sonríe burlón.
A continuación, sigo comiendo en silencio y termino minutos luego. Hay silencios que se tornan incómodos y hasta molestos, de esos en los que te ves obligada a rellenar los espacios vacíos con la conversación que surga en el momento. Sin embargo, éste no era el caso. De hecho, era completamente lo contrario.
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NUESTROS LEMAS #2
Teen FictionLuego de las complacientes pero caóticas vacaciones entre los Jones y Bell, la vida en la ciudad vuelve a comenzar. ¿El amor entre Audrey y Aaron ha muerto, o es que a veces las cosas que uno piensa imperdonables no resultan serlo del todo? La boda...