Capítulo 24

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Amanezco con el sonido molesto del celular tronando en mi cabeza, casi como un rayo al chocar contra el suelo duro e intacto. Estiro mi brazo y logro dar con el botón para que frene, y ruego a que sea definitivo y no lo haya postergado para más tarde. No soportaría ese sonido una vez más en lo que va de mi mañana recién empezada. 

Conocía gente que era capaz de programar hasta tres, solo para tener cinco minutos más de sueño. Muchos lo hacían, pero yo, por más que lo haya intentado, nunca logré apegarme a la idea. Me resultó molesto dormir aquellos quince minutos entre cortados, sonando una música odiosa a mis oídos cada cinco minutos. Prefería despertarme a la primera, o dormir de corrido.

No había punto intermedio entre ambas opciones.

Deseé no levantarme de la cama caliente que apegaba a mi cuerpo con el calor entre sábanas, y la almohada colocada sobre mi cabeza de forma tan cómoda que creí nunca haberme puesto en alguna posición en la que me durmiera tan placenteramente, y despertara de igual forma. Pero ese deseo no duró mucho, por más que quisiera, porque me había levantado temprano por un motivo, y ese era cocinar para el casamiento de mi hermana que se avecinaba.

Sin más preámbulos, me levanto con pesadez y me cambio el pijama por algo cómodo pero viejo a la vez. No querría ver manchada mi ropa con el centenar de comida que debía de preparar. Y si bien procuraría ser prolija, no sabía cuánta cordura y precisión manejaría luego de estar horas metida en la cocina, esperando a que las cosas se terminen de preparar y mientras amaso otras que luego metería en el horno y repetirían el mismo proceso.

El teléfono suena, y estoy bajando en aquel instante. Llego a atender antes de que corte.

—¿Abuela? —pregunto al reconocer el número.

—Mi linda Aud —contesta con aquella voz suya áspera y rasgada, que tanto la caracterizaba—. ¿Te desperté? Porque sabes que no recuerdo cada horario tuyo, por más que me esfuerce en hacerlo. Mi memoria está oxidada ya.

Su tono connotaba su exasperación momentánea.

—Descuida, a veces ni yo recuerdo mis horarios, Abue.

—¡Pero por favor! ¿Qué será de ti a los ochenta entonces?

—El celular me recordará cada cosa agendada, de eso seguro —respondo riendo.

—Ventajas de saberlo usar desde que empezaste primaria, ¿eh?

—Así es —concuerdo canturreando—. Me levanté para cocinar desde temprano todas las cosas. Aprovecho que mis padres ya se han ido al trabajo, y tendré todo para mi. ¿Vas a venir? Porque el otro día me dijiste que estabas algo adolorida, y sabes que no pretendo cansarte..

—Oh, de eso nada —me interrumpe como de costumbre, algo característico y familiar en los conocidos que me rodeaban, a diferencia de mi, que rara vez lo hacía—. Sigo con los medicamentos, pero no quiero que hagas todo tu sola.. Tengo una idea.

—Yo también, descansa en tu casa entonces y me encargaré de tener todo listo.

—Audrey —me nombra, y percato su risa lejana—. Es mucho, y te había dicho que iría.. Puedes venir a mi casa y trataré de ayudarte desde aquí. No quiero que hagas todo tú.

Me enternece la súplica que hay detrás, pero también la comprensión no necesaria. Entendía que su palabra valía mucho para ella, pero también lo hacía su salud. No le diría de venir a ayudarme, y tampoco la molestaría invadiéndole su casa para ensuciársela y cocinarle todo el día, bandeja tras bandeja. No era el plan, le gustase o no, y me gustara o no a mi también. Podía decir que me había ilusionado en parte con la idea de ella y yo juntas en la cocina como aquellos viejos tiempos, en donde salía del colegio y corría en su búsqueda.

NUESTROS LEMAS #2Where stories live. Discover now