Capítulo 11

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Lo que queda de la semana se pasa un poco lento, pero el fin de semana llega por fin. Y de una vez por todas. Ahora que la universidad me mantenía atareada, y el nuevo trabajo ocupaba todas mis tardes de lunes a viernes, sentía la necesidad de que el sábado se acerque con la mayor velocidad que pueda. Lo espero más que antes, que mitad de tiempo en la semana era libre. Ahora, con la rutina ya armada y acomodada entre la carrera y el empleo, deseo con más fuerza disfrutar el par de días de total libertad. Sin alarmas, sin necesidad de ir de aquí para allá.

Aunque la vida de adulto no apesta tanto como había pensado.

Comenzaba a tener más libertades, y la independencia de hacer con ello lo que me plazca es irrefutable. Puedo hacer mis propios horarios, sin nadie que lleve un control sobre mí, y ser capaz de cuidar de mí misma con la rutina que creé para comenzar. Mantenerme ocupada no resultó ser algo malo, si no, que logró hacerme dar cuenta de las responsabilidades que conlleva el ser independiente y lo capaz que debes resultar ser.

Eso, y esperar el fin de semana a gritos.

Tal como mi hermana ahora por la mañana, que discute por teléfono con quien parece ser alguien que se encargará de la recepción. Bajo las escaleras antes de seguir escuchando cómo enloquece y me encuentro con mi madre en la cocina, amasando una pizza y manchada de harina por toda el rostro. Nunca fue una persona muy prolija.

—Deberías broncearte, estás muy blanca —bromeo sacudiendo un poco la ropa manchada.

—Lo tuyo nunca fueron los chistes —contesta cómica.

—¡Ah, no! —digo mientras abro la puerta de la heladera, dispuesta a servirme algo para tomar—. ¿Por qué estás amasando para.. no lo sé, tres pizzas, diez invitados?

—Me olvidaba de tus dotes de chef. Hoy hay invitados.

—¿Invitados?

El pánico me recorre, y ella debe notarlo porque rueda los ojos.

—No te preocupes. Será tu abuela.

—¿Por qué hablaste en plural entonces?

—Tu abuela, y Brad vendrá seguramente.. ¿Por qué esa cara? ¿No están mejor las cosas entre Aaron y tú? —pregunta confundida, y no recuerdo un solo momento en el que haya hablado con ella de eso. No desde que me fui corriendo desde su insinuación acertada el otro día.

—Puede decirse que sí, lo están.

—No suenas convencida, Aud.

—Porque no estoy segura del todo —respondo, y ella deja de amasar para mirarme. Sé que no es el momento ideal para sacar a relucir todo lo que mi mente arrastra, pero su observación insistente no me dejará salir libre de ésta. Decido ir por la versión más corta que se me ocurre—. Estamos intentando llevarnos bien, como.. amigos, para que la boda sea de lo menos incómodo.

—¿Amigos?

—¡Quizá! No lo sé, mamá, ¡ya basta de hablar de ésto!

—Merezco una conversación digna con mi hija —protesta ofendida y sin disposición de abandonar el tema de conversación. Claro, entra en carcajadas al instante y niego con la cabeza pero con una sonrisa tonta antes de salir de ahí.

—Voy a correr. ¡Vuelvo en un rato!

—¡A las ocho tienes que estar aquí, a esa hora vendrá tu abuela!

El aviso de mi madre desde lo lejos es lo último que oigo antes de poner una alarma en el celular como recordatorio. Sí, puedo llegar a ser algo obsesiva con ese tema. Pongo muchas alarmas de avisos. Mi cerebro no retiene demasiada información, no la poco relevante.

NUESTROS LEMAS #2Where stories live. Discover now