La ceremonia había comenzado. Luego de trasladarnos todos al gran salón que habían alquilado, todos se acomodaron en sus respectivos asientos, no sin antes viendo cada detalle en la magnitud del lugar. Al entrar, lo primero con lo que topabas era con la mesa salada, servida directamente del catering contratado, con platos abundantes y palillos para pinchar en las rodajas o pedazos cortados de pequeñas comidas. Al pasar aquella mesa gigantesca y larga, te encontrabas con un arco en medio de un patio, rodeado de flores pintorescas.
Y alrededor, todas sus mesas. Con manteles blancos, típicos y tradicionales, y un juego de cubiertos y platos para cada uno. La gente entraba y se frenaba en la mesa principal, para agarrar lo primero que sus bocas tenían ganas de probar. Pero luego, empezaban a caminar, y se frenaban una segunda vez al ver la enorme preparación detrás, con el patio verde, manteniendo la esencia sutil, pero decorado con detalle y posible perfección. Todo era hermoso.
Los novios, casados ya legalmente, entraron por la puerta principal y saludaron sonrientes a cada invitado suyo. Parecía agobiante, la cantidad de personas acopladas y encerrándolos, pero llenándolos de abrazos y felicitaciones. Mi hermana, observándola desde lejos, parecía estar emocionada. Todavía tenía sus ojos húmedos, su sonrisa grande y su boca habladora, soltando agradecimientos a cada quien se le acercara. Brad no se quedaba lejos. Era divertido verlo siguiéndole el ritmo, pero no tan enternecedor como la escena de él buscando su cintura para enredar sus brazos en ella. Erin, aún emocionada, lo aceptó sin rechistar mientras seguían saludando hasta poder dar paso a la mesa principal, en donde todos esperaban ansiosos.
Cada uno se ubicó en la mesa dada, con las sillas numeradas y los platos con nombres. Me tocaba sentarme con mis padres, mi abuela, y un par de tíos que no veía hace meses. Mi madre, radiante en un vestido largo y flameante, hacía juego con el saco que llevaba mi padre. En cambio, mi abuela, tenía un saco con una pollera hasta los pies, poco elegante pero manteniendo la formalidad, y recordé la vez que me dijo que no pensaba ponerse zapatos, y se taparía las zapatillas con algo que le llegara al suelo, pasando inadvertida.
Al ver cómo me detuve, ella me guiñó un ojo y se subió, por debajo de la mesa, un par de centímetros de tela para enseñarme las zapatillas deportivas debajo.
—Eres mi ídola —dije sin contener mi risa, y ella me silenció con un dedo antes de que alguien pudiera oírnos. ¡Pero es que era tan divertida!
Observé la mesa, y mis padres estaban enfocados en una conversación con mis tíos. Los atuendos aún me resultaban extraños. Hace mucho no nos arreglábamos de ésta manera, o quizá, no me acuerde porque era muy chica la vez que tuvimos un evento tan grande y significativo. Mi abuela aprovechó para iniciar una conversación en aquel instante.
—Estuviste tan linda ahí arriba —empieza diciendo, y agradezco el gran maquillaje elaborado que aún mantengo para no ponerme colorada.
—Y tú que estabas nerviosa —agrega papá.
—Estuve a punto de cagarme encima, la verdad —contesto.
Mi madre, horrorizada, niega.
—¡Cómo vas a decir eso! Ay, niña.. Si no tuvieras un vestido puesto, dudaría de si eres mujer por tu falta de delicadeza —confiesa bromeando, y yo le saco la lengua igual de divertida que antes.
—No eres una niña, de eso seguro —habla mi abuela.
—No, no lo es —escucho detrás de mi espalda, y me congelo en mi asiento.
Mi padre, al percatarse al mismo tiempo, niega suspirando.
—¡La perdimos!
Aaron me observa con risa ante el comentario, pero yo no puedo reaccionar igual. Mi nerviosismo y ansiedad me lo impiden. Luego de caminar a su lado hace minutos atrás, luego de aquella mirada tan sincera y férvida que nos habíamos dado al finalizar el casorio, tuve que evitarlo como pude. Su mirada intensa, sus ojos llameantes me llamaban. Al igual que hace tiempo, al igual que la mismísima y primera vez en donde nos conocimos. Tengo que romper el contacto para no dejar que me inmute un segundo más, así que me paro y lo guío hacia otro lado que no sea en la mesa que dejamos al marcharnos los dos, con la mirada de mi familia.
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NUESTROS LEMAS #2
Teen FictionLuego de las complacientes pero caóticas vacaciones entre los Jones y Bell, la vida en la ciudad vuelve a comenzar. ¿El amor entre Audrey y Aaron ha muerto, o es que a veces las cosas que uno piensa imperdonables no resultan serlo del todo? La boda...