Capítulo 10 "Atardecer"

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— ¿Cómo puede alguien tomar un avión solamente para estar en un vuelo con otra persona? —Preguntó con una risa genuina. 

—Creí que lo sabías, soy extremista. No podía dejar de pensar en ti y entonces decidí tomar el primer vuelo a Canadá antes de averiguar cómo irías a Seattle y... No podía esperar a verte hasta México.

—Es curioso, yo no podía esperar a volver a casa para no verte. 

—Tenemos experiencias distintas el uno con el otro —me encogí en los hombros fingiendo no sentirme herido por su palabras—. Yo sigo perdidamente enamorado de ti, te extraño y quiero usar este crucero como una oportunidad.

— ¿Una oportunidad? Olvídalo, no pienso dejarte hacerme retroceder en todo esto —guardo silencio por un par de segundos—. Me ha tomado mucho tiempo y una relación bastante complicada con Oliver reconstruir mi vida.

Lo había soltado de la nada, mi expresión no pudo relajarse, mi corazón había dejado de latir de un segundo a otro. Tenía una relación con Oliver, estaba intentando reconstruir su vida sin mí cuando yo apenas podía dejar de pensar en ella. 

— ¿Oliver?

—Sí, luego de todo ese tiempo viviendo juntos, no sé, algo de pronto cambio.

Ese titubeó suyo fue suficiente para dejar de creer en sus palabras.

— ¿Algo cambió?

—Esas cosas suceden todo el tiempo, ¿No te ha ocurrido?

—Solamente he vivido contigo y en realidad todo cambio antes de decidir estar juntos —me encogí en los hombros una vez más en busca de sacarle toda la verdad—. Si estás en una relación 'complicada' con Oliver en estos momento debió iniciar antes de nuestro rompimiento.

—No te engañé si es lo que quieres insinuar.

Le miré directamente a los ojos escudriñando entre el verde de sus iris buscando con mucha cautela alguna mentira o pequeño encubrimiento. Tal vez todo era un juego para mantenerme alejado, quizá nada era verdad y continuaba tan inmiscuida en mi recuerdo como yo en ella.

—No te engañé —repitió con cierta molestia—. No eres capaz de engañar a alguien cuando lo amas tanto como yo a ti.

—Para amarme con esa intensidad fue muy fácil tomar la decisión de continuar con tu vida. 

—Claro, porque todo siempre es más simple para mí —se burló inhalando con fuerza mientras dirigía la mirada a un punto lejano—. Siempre soy la persona perfecta para comprender para pensar, todo es fácil para mí, pero si todo es tan fácil ¿por qué no soy yo quien esta casada? ¿por qué no soy yo quien tiene la oportunidad de volar a Canadá cuando se le antoje y volver a la vid normal en cuanto el cuento termina? Todo es tan fácil, ¿no es cierto? 

Me quede en silencio sin poder argumentar nada a mi favor, la discusión nunca iba a terminarse entre nosotros, pero de igual manera no podía soportar la idea de verla con alguien más, alguien acariciando sus mejillas, otro hombre a quién le dedicaba esa mirada tierna cada noche o con quien unía sus labios en un beso tan sagrado como era el nuestro. 

—No todo es como parece —esboce una ligera sonrisa pensando en aquellos ojos castaños tan cansados—. No todo es como el mundo lo piensa —era Cressy mi única amiga la única persona con quien podía contar para ser mi cómplice—. Todos creen saber lo que ocurre, pero no es así. 

—Tal vez no lo sea, e incluso sabiendo la verdad tras la fachada que sostienes, no deja de ser doloroso.

—Tampoco es fácil verte vivir con otra persona, o en una nueva relación. 

El silencio nos perforó a ambos hasta el alma, por un segundo me recordó a nuestros primeros momentos juntos, cuando comenzábamos a conocer al otro en medio de la oscuridad, nuestros momentos a la luz de la luna junto al primer beso, la primera caricia o esa noche tan ligera como la niebla a mitad del mar, el silencio siempre fue nuestro testigo, admiraba nuestros labios sellados e incluso se burlaba de nuestras miradas gritando cada uno de nuestro argumentos sin palabras. El silencio estaba de nuevo ahí, a mitad de la guerra entre nuestros sentimientos, entre los recuerdos y el intento por olvidar, ¿Quién era yo para gritarle por intentar sustituir ese silencio cuando mi soledad era su única compañía? Nadie. 

—Estuve hablando con Erik —mencione bajando la mirada hasta mis manos completamente ansiosas—. Nuestra charla fue corta. Ya lo conoces, siempre va al punto, sin rodeos. Escuche fuerte y claro cada una de sus palabras —tomé aire mirando de reojo la ventanilla, con ese mar esperando por una nuevo renacer—. Planeo pasar cada atardecer de este viaje pidiendo perdón por mis faltas, rogando por mi futuro incierto y deseando poder mirarte a la cara sin sentir como cada una de mis pestañas lastiman tu hermoso rostro.

La admiré de nuevo, con el ceño fruncido y los labios entre abiertos, el cielo a primera hora de la noche hacía lucir a sus ojos de un azul verdoso bastante peculiar. Esa sería mi primera disculpa, a punto de emprender un viaje con mucho por decir y poco tiempo para quedarnos a mitad de las explicaciones, mientras el avión perseguía el sol me tomé la pequeña libertad de tomar su mano.

—Lisa Marie Presley —pronuncié con cierta dificultad mientras su nombre completo me creaba un nudo en la garganta—, lamento con cada parte de mi ser haber faltado a mi primera promesa—negó ligeramente confundida y acunando esa mano tan pulcra entre las mías baje la mirada absorto por el toque sutil de nuestra piel—. Lamento haber jurado conocerte y entenderte, sin acercarme ni por momento a la verdad de tus sentimientos. Lamento pedir más de lo necesario para tener por seguro lo que tus ojos siempre me estaban gritando —escuche un suspiro cargado de tristeza escaparse de entre sus labios, busque sus ojos perdidos en algún pensamiento mientras ese adorable rubor rosado se apoderaba de sus mejillas.

En ese momento lo entendí de nuevo, para algunas personas pronunciar ciertas palabras era tan complicado como mantener la respiración bajo el agua, como mirar el atardecer cada día sin sentir aquella melancolía abrazarle por la espalda, tal vez ella no podía decirlo por una razón muy simple, admitir amar a alguien es darle el arma más letal y poderosa de todas, dejar en sus manos tu cuerpo débil, dejarle destruirle como se destruye la luz en el último rayo de atardecer, como el mar devora sin quietud al sol reemplazándolo por una nueva vista. Admitir amarme era como ver un atardecer, no se podía tener por seguro nada salvo el regreso del sol hasta el siguiente ocaso cuando la oscuridad se atreviera a opacarle de nuevo. 

Soñando Sobre Tu PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora