4: Revelando las reglas.

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Luego de recordar lo que le haría después de esta sesión de sexo, sonreí con perversidad y me dispuse a buscar en una de las gavetas de la mesita de noche una especie de antifaz que fácilmente se puede utilizar para dormir, lo saqué y lo dejé en la cama, me dirigí a mi escritorio y lo moví hacia un lado lentamente sin hacer ruido, corrí las cortinas que estaban detrás de él y no, no había ninguna ventana allí, dejé al descubierto una puerta de color vinotinto, la abrí y entré a aquella habitación, la luz estaba encendida ya que cada vez que prendía la luz de mi habitación, se prendía la de esta, la iluminación era roja, la gran cama con sábanas rojas y almohadas de cuero negro, en el techo un espejo gigante y todas las cuerdas, esposas, fustas y látigos colgando en la pared, los otros utensilios están guardados, y algunos no son necesarios de explicar aún ya que no son los que utilizaré.

Me dirigí hacia donde están los látigos y tomé uno de tiras, al verlo puede parecer que al usarlo cree una experiencia dolorosa, pero, sus tiras fabricadas con satén están hechas para no causar verdadero dolor.

Salí de mi fabulosa habitación y coloqué todo en orden, dejé el látigo sobre mi escritorio y caminé despacio hacia la cama y agarré el antifaz negro.

—Ethan.—Lo llamé en un susurro.—Ethan.—Volví a llamarlo.—Ethan.

No se inmutaba, realmente se durmió.

Genial.

Viene mi parte favorita de todo esto.
Agité su cuerpo y lo llamé hasta que se despertó.

—No hemos terminado, cariño.—Sonreí sensualmente con un toque de maldad.

Me miró confundido.

—¿No? Pero, pensé que no repetías.—Se levantó totalmente desnudo robándome una mirada a todo su cuerpo.—A menos que te haya gustado mucho como te lo hice.—Sonrió arrogante.

—De verdad que eres estúpido. Si al caso vamos yo te lo hice a ti.

—Pero...—Intentó replicar.

—Lo interrumpí.—Cállate, no quiero escucharte.

—Frunció el ceño.—Tú no puedes...—

—Yo puedo hacer lo que me da la gana y ahora te ordeno que te calles y te coloques esto.—Demandé y le di el antifaz.

—¿Y esto es para qué?—Agarró el antifaz.

—Que te calles te dije, solo te diré las reglas.

—¿Es necesario esto?

Suspiré y coloqué los ojos en blanco, ya me está agotando la paciencia este ser.

—Te ganaste otro por andar con tus preguntas.

—¿Otro qué?

—¡¿Y tú quién eres?! ¡¿Pepito preguntón?! Deja la ridiculez y ponte eso ya, que cuando hice que te metieras dentro de mi no hiciste ninguna maldita pregunta.—Disparé disgustada mirándole a los ojos con autoridad.

No le quedó de otra que encogerse bajo mi mirada controladora y se colocó el antifaz.

Agarré el mango de cuero de mi látigo y acaricié las tiras lentamente mientras me acercaba a Ethan, lo agarré por el brazo y lo guié hasta una pared, lo puse frente a ella y alcé sus brazos colocándole la palma pegada de la fría pared a cada lado de su cabeza.

—¿Qué...—Titubeó.—qué estás haciendo?
Sin contestarle pasé mi mirada por sus nalgas y me mordí el labio inferior al imaginar las tiras de mi objeto chocando contra su piel.

Sabía mucho de este tema, me encantaba este tema, yo jamás he usado mi cuarto rojo con nadie, y nadie sabe qué lo tengo, sin embargo esto que voy a hacer lo hacía con todos a los que me tiraba, algunos protestaban un poco, otros simplemente no decían nada, pero, todos quedaban pidiendo más, queriendo más, más de mi, más del placer que les daba, más de mi control, más de mi estilo, les gustase o no, todos quedaban adictos a esto, adictos a mi, y yo no les daba más de lo que ya les había dado.

Solo una adicción.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora