22: Risa inexplicable.

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Me quedé sin palabras por unos segundos en los cuales mi mirada se posó en sus rosados y carnosos labios, vi como se los relamió lentamente y luego mordió su labio inferior, entreabrí mi boca dejando escapar un pequeño suspiro entrecortado y me percaté de que él pasaba su mano por su cabello despreocupado, centré mi mirada en sus ojos y divisé la burla y la superioridad.

La ira atacó mi cuerpo, pero, me contuve de decir algo.

Me seduce muy fácilmente, eso además de molestarme, me aterra.

Y mucho.

—Claro, puedo cortarte la lengua.—Respondí finalmente.—Y ponte esto.—Le entregué el antifaz entes de que pudiese decir otro de sus comentarios.

—¿Para qué?

—Sin preguntas, hazlo y ya.

Él rodó los ojos, sin embargo obedeció y se lo colocó.

—No te muevas, ya vuelvo por ti.

—¿Qué mierda me vas a...—

—¡Silencio!—Suspiré molesta.

Detesto que no me obedezcan.

Me dirigí al escritorio y con sumo silencio lo rodé hacia un lado, corrí la cortina y abrí la puerta de mi amada habitación. La luz estaba apagada ya que la del cuarto principal lo estaba porque estaba siendo iluminado por la luz que entraba por las ventanas. Encendí la luz haciendo que la del otro cuarto se encendiera. Adentré y rápidamente busqué un frasco de metal, una cuerda, y me dirigí a donde están mis látigos y fustas y tomé una fusta.

Me fui a la mesa de noche negra que está al lado de mi cama de sábanas rojas y coloqué todo allí.

Salí de aquella habitación y adentré a la mía como tal, Nathaniel seguía ahí, pero, movía su pierna inquieto.

—Volví.—Le hice saber.

—Sería justicia, ¿Ya puedo quitarme esto?—Llevó su mano a lo que le impedía ver.

—No, no, no.—Me acerqué a él rápidamente.—Aún no.—Lo tomé de la mano y comencé a guiarlo a mi cuarto rojo.

Una vez adentro cerré la cortina, y luego la puerta.

Volví a él y lo hice caminar un poco la habitación sin necesidad solo para confundirlo, lo posicioné en la puerta como si acabara de entrar y me cuestioné mentalmente si debía hacer esto.

Era la primera persona que pisaría este cuarto.

Nunca había dejado a nadie entrar aquí. No sé porqué estoy dejando que él sea el primero.

Dejando mis pensamientos a un lado me paré frente a él y llevé mis manos al antifaz.

—Antes de dejarte ver, primero, debes saber que no puedes decirle a nadie sobre este lugar, segundo, tienes que obedecerme en todo y tercero, cero preguntas.

—¿Qué pasa si hago todo lo contrario?—Sonríe de lado.

¡Dios! ¿Por qué demonios esté engendro de quién sabe quien es tan exasperante?

—Créeme, no querrás saberlo.

—Está bien, MacQuoid, no haré nada que tú no quieras que haga.—Esto último lo dijo con un tono sensual.

Rodé los ojos aún sabiendo que no puede verme y procedí a quitarle la venda.

Lo vi achicar los ojos y parpadear un par de veces para adaptarse a la luz. Aquellos movimientos fueron suficientes para posar mi vista en sus ojos. Eran profundos, vacilaban entre los tonos verde y marrón, y por un momento, solo por un momento hicieron que mi pecho se hinchara y se llenara de calor, se me volvía a hacer netamente familiar, demasiado para lo que me gustaría aceptar.

Solo una adicción.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora