33: Mientras más peligroso, más atrayente.

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KENDALL.

Las cosas a mi alrededor no eran muy nítidas, pero, tampoco las veía totalmente borrosas, el mundo por algunos instantes giraba, pero, normalmente se mantenía estable. Sabía que había a mi alrededor, sabía que estaba diciendo, con quien estaba, y sabía lo que me decían.

Si, esas eran las ventajas de tolerar la bebida.

La desventaja era que no podía controlar mucho lo que decía. En ocasiones las palabras brotaban sin cesar de mis labios, y las acciones se hacían menos controlables para mi. Era como si mi cerebro se desconectara por unos instantes y dejara actuar a mi acelerado corazón.

Es por ello que ahora me encuentro a centímetros de Nathaniel, viéndolo con fijeza.

Si bien era cierto que las coincidencias me sorprendieron, no iba a demostrarlo, no quería pensar en ello, es por eso que había empezado a beber.

—¿Qué puedo hacer para convertir lo que tú ves como debilidades en fortalezas?—Siguió con el juego que yo había propuesto, tomando como referencia mi confesión sobre mi inseguridad.

—No lo sé, deberías averiguarlo.—Sonreí de lado.—¿Quién es la mejor persona que has conocido?

—A mi mismo.—Se encogió de hombros manteniendo nuestra poca distancia.

¿Y como no me esperaba esa respuesta del ser más egocéntrico del planeta?

—¿Qué es lo que más te ha costado al estar aquí?

—Sacarte de mi mente.—Respondí con total sinceridad sin poder frenarlo.

De inmediato quise atrapar las palabras y devolverlas a mi boca, pero, estaba claro que eso ya no podía hacerlo.

Lo vi alzar las cejas algo sorprendido, pero, antes de que pudiese decir algo, decidí preguntar yo:

—¿Qué es lo que más te ha gustado de estar aquí?

—No diría que es lo que más me ha gustado, pero, lo que menos me ha desagradado es pasar tiempo contigo.

Eso era totalmente contradictorio.

Me mordí la lengua al querer preguntar donde había quedado eso de detestarnos.

—¿Me llevarías al cuarto en el cual me mostraste lo de los insectos?

Sus ojos café verdosos estaban clavados en los míos, y se me fue imposible decirle que no, lo intenté, si que lo hice, incluso logré decirle que no.

Ja, mentira.

Entramos ambos a mi habitación, Nathaniel me obligó a ponerme el suéter nuevamente, pero, yo salí en sujetador pasando por encima de sus ordenanzas.

Me tapé con mis brazos, y la botella de tequila que él me pidió que trajera. Destaquemos que él solo se puso un short.

—¿Qué hacemos en tu cuarto? Te pedí...—

—Yo sé lo que me pediste.—Lo interrumpí rodando los ojos.

Las imágenes se volvieron dobles ante aquél acto, pero, luego volvieron a la normalidad.

—Solo calla, tenme aquí.—Le di la botella.

Caminé por la habitación hasta el escritorio preguntándome porqué demonios hago esto, se supone que él es el imbécil al cuál rapté y desde el primer momento que vi detesté, se supone que él era ese fuego que me arropaba y me consumía y por eso debía alejarme, pero, al parecer cuanto más peligroso era, más atrayente se me hacía, cuanto más dañino era, se me volvía adictivo, cuanto más maligno era, más me incitaba a pecar; si él era ese fuego, yo quería vivir en el mismísimo infierno.

—Diablos, Kendall, ¿Qué rayos pasa contigo?

Rodé el mencionado escritorio, y luego corrí las cortinas dejando a la vista la puerta, la cual abrí revelando el cuarto. Volteé a mirar a Nathaniel y su rostro se mostraba incrédulo, aunque intentaba disimularlo.

—Es aquí, ¿Feliz?

—Eso contó como pregunta, y si, bastante feliz.

Sin permiso alguno entró como si hubiese estado mil veces allí, entré a la habitación cerrando la puerta detrás de mi.

—No sabía que seguíamos jugando.

—Nadie dijo que habíamos terminado.—Respondió admirando cada parte de la habitación.

Ignoró la cortina roja que se extendía en la pared que corría del lado izquierdo de la puerta la cual quedaba frente a un lateral de la cama y pasó su vista por la pared que se extendía al lado derecho de la puerta donde habían diferentes fustas y látigos, siguió hasta dar con un closet que estaba frente a la cama, abrió una de las puertas y pude ver sus ojos brillar al ver los diferentes juguetes sexuales, algunas esposas, aunque las principales las guardo en los cajones de la mesita de noche, cuerdas, dilatadores, bolas chinas, dildos, pinzas, expansores, y varias cosas más, cerró esa puerta y abrió la otra donde pudo ver diferentes aceites afrodisíacos, lubricantes, labiales de distintos sabores, condones de distintos sabores, siropes, etcétera. Cerró aquella puerta y sus ojos pasaron a unos anillos que habían incrustados en la pared siguiente. Después detalló la cama y finalmente sus ojos llegaron a mi, brillantes, sus pupilas estaban dilatadas, y algo había cambiado en su expresión, pero, aquello era completamente excitante.

—¿Tienes un espejo?

Lo miré confundida, sin embargo asentí lentamente.

—Si, ¿Qué harás?

Bebió dos tragos dejando claro que no me diría qué era lo que tramaba.

Solo una adicción.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora