Capítulo 18°: Según la hipótesis de la censura cósmica

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Según la hipótesis de la censura cósmica



Hay noches en las que los lobos están en silencio y aúlla la luna.

George Carlin.




Es ya de noche cuando abrimos los ojos y estamos sentados en el pastizal de la granja de los Min, en un montículo elevado a orillas del lago donde hemos reposado nuestras espaldas en el tronco de un Sauce llorón. Las ramas alargadas llegan casi hasta el suelo asemejando cortinas que nos protegen de la mirada curiosa del manto estelar y el viento se vuelve casi piadoso cuando roza nuestras pieles. 

La persona a mi lado lleva 148,90 segundos totalmente en silencio y la mirada asegurada en el frasco luminoso donde bailan mis lágrimas con una sonrisa diluida a media vela en su rostro melancólico.

—Me habría gustado jamás pedir ese deseo —susurra taciturno, cerrando los ojos por tercera vez en lo que llevamos aquí sentados, sus manos aprietan con mayor fuerza el envase, llevándolo a su pecho y abrazándolo contra sí mismo.

—¿Por qué? —muerdo mi labio y despego mi mirada de él. La camiseta negra se pega a mi torso con el viento y decido concentrarme en el movimiento de mis piernas extendidas frente a mí, con la sombra alargada de mis extremidades y la oscuridad que juega con las formas del fondo.

—¿No lo adivinas? —lo siento moverse a mi lado y me hace voltear hacia él, se ha rodado para que el calor de mi cuerpo pudiera envolverlo, llevando sus rodillas hasta el pecho, el frasco relegado en algún lugar de la grama y su cabeza echada hacia atrás en el tronco, sus ojos prendados en los míos.

—Creo que no tengo mucha imaginación —murmuro igual de bajo que él lo hace porque temo turbar la pequeña burbuja que hemos creado y que se explote, dejando entrar el ruido del mundo.

—Me gustaría no haberlo pedido porque así te hubieses quedado conmigo todo este tiempo, me habría aprendido de memoria todas tus manías, te habría visto crecer... y, de alguna manera, tendría sentido el que yo...

—¿Tendría sentido el que tú...? —Gi niega con la cabeza antes de insistir.

—Me habría gustado pasar todos estos años contigo.

—Pero, quizá, si no lo hubieses pedido, si no me hubieses obligado a alejarme, hoy no estaríamos aquí, no seriamos capaces de sentirnos el uno al otro. Nadie te asegura que me hubieses querido contigo por tantos años tampoco.

—Yo estoy seguro de eso — una de sus manos, que han estado colgando de sus piernas flexionadas, se aleja de su propio cuerpo para entrelazar sus dedos con los míos. Los dedos de Yoongi son delgados y rodean los míos que son chuequitos como si se alegraran de su particularidad y no puedo detenerme cuando comienzo a jugar con nuestras manos juntas.

Gi se ríe de mí y puedo ver sus encías y sus ojos cerrados por la presión de sus pómulos elevados. Intenta alejarse llevando mi mano consigo, pero no lo dejo, comenzando a mover su mano con la mía y haciendo sonidos de autos de carreras mientras lo jalo hacia mí y el sonido que sale de su risa es refrescante.

Iniciamos una guerra de fuerzas cuando él empieza a empujarme contra él, tensando su agarre para moverme. Gi no tiene demasiada masa muscular para parecer un matón, pero tiene demasiada fuerza bruta para mi poco acostumbrado cuerpo, así que la sola fuerza del impulso me hace perder el equilibrio, lanzándome directamente hacia él.

Yoongi suelta un quejido riéndose cuando el aire se escapa por sus labios abiertos.

—Tienes esa mala costumbre de siempre caer sobre mi estómago, cariño.

Ramé | K. SJ - M. YGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora