Capítulo XXXVIII

145 28 13
                                    

Un castaño suspiraba, mientras miraba fuera de esa casi minúscula ventana en su habitación. Miraba las hojitas desprenderse de los árboles o tornarse casi amarronadas al trascurrir el otoño.

¿Cuándo podré salir de aquí? ¿Cuánto tiempo más tendré que soportar este maltrato? A diario se preguntaba, pero esa era una pregunta que poco se podía responder.

SeokJin era, solamente, un esclavo más de los tantos que tenía el Destino. Y, como tal, el castaño solo podía esperar en su habitación para acabar con todos esos males.

Sin embargo, dentro de toda la oscuridad que agobiaba a su confundida memoria, con baches que solamente podía llenar con esa fantástica imaginación suya, había una luz. O, mejor dicho, un lucero.

Un lucero, así es, alguien cuya sola presencia lograba animar al castaño en aquellos nefastos tiempos que le había tocado experimentar.

No sabía por qué, pero sentía sus ojos brillar cuando pensaba en ese muchacho; si era por emoción, incluso por amor, o por dolor, realmente Jin no sabía. Y una parte suya se negaba a dar cabida a esos pensamientos. Por miedo.

¿A qué?

¿A la verdad?

¿A saberla o a no saberla?

Realmente, ¿qué le producía más miedo de todas aquellas incógnitas sin respuesta?

Quizás, el hecho que si había una respuesta. Y que si sabía quién podía dársela. Y que si tendría que afrontarla más temprano que tarde.

Pero, mientras tanto, Jin solo quería encontrarse con su visita en la gran sala. Algunos dirían, quizás, que esa sala de grandes mesones donde tanto los pacientes como quienes se dignaban a visitarlos hacía de la institución mental aun más una prisión de lo que ya era.

Quizás, si se parecía a esas grandes salas donde todos los prisioneros recibían visitas de sus familiares, o abogados, en las películas norteamericanas. Quizás, era el pensamiento de ser el protagonista de su propio filme, lo que hacía a el bonito castaño de gran abrigo rosado sonreír.

—¡Mi princesa!— diría que ese apodo lo hacía sentir más querido, que esos brazos lo hacían sentir más seguro, que esos ojos castaños le gritaban que confíe... pero, solamente, podía decir que esa sonrisita de conejo lo hacía sonreír de igual forma.

—¿Quieres que te traiga algo de comer, Jungkookie?— con una preciosa sonrisa y con su cabecita ladeada, preguntó el castaño con amabilidad.

—Precioso— habló el menor, tomando las manos del otro y sentándose a su lado —, ¿no te acuerdas que no estás en tu casa?— preguntó, acariciando esa sedosa cabellera.

—Oh— se miraba confundido, aun así, forzó una sonrisa en sus afelpados labios para reír —, ¡tienes razón, Jungkookie!

Realmente, le dolía que aquel hermoso ser humano hubiese sido reducido a eso. Odiaba el hecho que Jin hubiese caído a lo más profundo. Pero, de una forma, no se sentía culpable...

¿Por qué? Pues no sabía, ni tampoco se animaba a pensar en la chance de que ese dolor que el castaño de principesca belleza sufría a causa suya le diera cierto placer.

¿Qué clase de placer podía causarle su enfermedad? Eso era algo que para nada temía responderse, dado que era su fama, su ego, su todo absoluto que estaba en juego al tratarse de la incapacidad del lindo muchacho que se había robado su corazón.

Si deseaba a Kim SeokJin, lo tendría... desgraciadamente, solo en contra de su voluntad pensante, ya que ahora podía manejarlo a su antojo. Y hacer que lo ame como amaba a ese maldito, ahora desaparecido, del barón.

El Affair | TaeJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora