Capítulo 4

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Key se despertó sobresaltada. Sus mejillas estaban manchadas con lágrimas secas, el aire no llegaba a sus pulmones, su cuerpo entero dolía como si la pesadilla se aferrara todavía a ella. Abrazó sus piernas contra su pecho, apoyando su frente en sus rodillas. Solo un mal sueño, nada más. Demasiadas cosas habían sucedido en las últimas horas como para que no le afectara.

—Pensamientos positivos, pensamientos positivos, pensamientos positivos —susurró.

Su piel estaba tan blanca como siempre, apenas marcada con rasguños o tierra por no haberse bañado todavía. Giró la cabeza para fijarse en la fotografía de sus padres, tan sonrientes y felices de tenerla en casa como siempre. Donde ellos estuvieran, sería su hogar, y siempre estarían para recibirla.

En su sueño él había estado hablando sobre cómo la situación de los brujos en su mundo no debía ser ignorada, tal como había dicho los últimos días que Key recordaba a su lado. Había sido todo un caos de miedo y dolor. Su padre insistiendo en intervenir Ashdown, su padre de rodillas frente a ella murmurando una rápida bendición en japonés antes de sacarse su aro y perforar la oreja de ella, su madre luchando con su estilete para mantener a brujos a raya, el vehículo volcando, sus venas ennegreciéndose en su piel como prueba de una enfermedad incurable, Nix llamándola sacerdotisa mientras se desangraba frente a ella.

Todos recuerdos, todos peores de como habían sido, retorciéndose en algo que había dejado un grito todavía atrapado en su garganta. Su piel estaba blanca, la pluma de plata curvada en su oreja, sus padres descansaban en paz. Culpó al viaje en Jeep la noche pasada. No había tenido tiempo de analizar todo lo sucedido en Washington, ni siquiera asimilarlo. Las pruebas no se lo habían permitido.

Había perdido una amiga allí. Los dos brujos que le habían asignado también. Incluso aquel que ella había tomado por cuenta propia, no era como si pudiera culparlo. Debía haber agente mucho más capacitados para lidiar con un umbrus. Key apenas comenzaba a entender cómo sus mentes funcionaban. Todo había sucedido demasiado pronto en un caos sin sentido. El blanco era malo, el negro necesario para el equilibrio, Derek no estaba loco y la magia no resultaba tan simple como todos creían.

Se puso de pie sin perder el tiempo. Tenía un plan. No había tenido tiempo para asimilar lo sucedido, porque del momento en que le habían informado que Japón no la reconocía como agente, no había dudado en hacer lo necesario para recuperar su título. Tal vez había dejado todo atrás en Washington, pero Pip y Anton la necesitaban, y ellos solo podían ser asignados a un agente.

No se sorprendió al deslizar la puerta de su habitación a un lado y encontrar un acólito arrodillado delante. Nana había hecho lo mismo con ella cuando la había acogido. Era el modo en que los Feza tenían de enseñarles respeto a los niños y honrar a sus guerreros. Recordó tediosos días de andar detrás de Nana para lavar su ropa cuando regresaba de una pelea, cocinarle, cumplir cualquiera de sus órdenes, porque aquello la instruiría en disciplina.

Cuando el acólito le preguntó si deseaba algo, Key solo pidió agua caliente para poder prepararse un té. Ella dudó un instante cuando el crío desapareció. A juzgar por las múltiples puertas idénticas a la suya, esa debía ser la parte de habitaciones, cada una también dando al exterior. Terminó por echar la capucha sobre su cabeza antes de salir. Necesitaba un baño, y necesitaba tiempo para ella.

Era tarde en la noche. Durante su tiempo en Aokigahara, su reloj había cambiado para dormir de día y actuar a oscuras. Los Feza vivían de ese modo también a juzgar por cómo todo el complejo parecía vacío y a la vez lleno de rastro de actividad, como si todos hubieran partido a hacer sus quehaceres. Había pequeños letreros en los sinuosos caminos señalando direcciones para encontrar distintos puntos.

El ladrón de palabras (trilogía ladrones #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora