Capítulo 8

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Todos sus músculos dolían. Se dijo que era a causa de no haber elongado la noche anterior tras la pelea, las películas nunca mostraban las consecuencias del ejercicio físico sin una buena elongación luego, pero sabía que estaba mintiendo. La pesadilla había sido incluso peor. Un torbellino de oscuridad, metal chirriando, sus venas ennegreciéndose, su padre pidiéndole que fuera una buena niña mientras se desangraba, el cuerpo su madre volviendo a la vida para reclamarle por no ser una agente una vez que ella había vuelto a juntar sus piezas, Nix sonriéndole con crueldad al decirle que no había nada de malo en unas cuantas muertes.

Había tomado un cálido baño y preparado una taza de té, y aun así no lograba ignorar el vacío en medio de su pecho o dejar de sentir las lágrimas ya secas sobre sus mejillas. Sentada en el borde de su habitación, observando unos pocos copos de nieve caer desde el cielo gris del anochecer, solo podía culpar al estrés del cambio.

Pip se encontraba a unos cuantos metros, practicando con un cuchillo de madera mientras Key la supervisaba y gritaba algunas correcciones en su postura. Ajustó la manta a su alrededor y aspiró el cálido aroma del té de jazmín. Necesitaba descubrir quién había encargado su caja de té y dónde, solo para asegurarse de tener con qué reponer cuando los sobres se acabaran. Arata había dicho que seguro habría sido alguno de los ancianos, Key no sabía cómo acercarse a alguno de ellos para preguntarles, no cuando todos los trataban como eminencias y les daban su espacio.

Cuando la bruja apareció a su lado, Key ni siquiera parpadeó. Después de todo, ella le había pedido de reunirse. Llevaba su bata blanca, lucía casi humana con su largo cabello negro suelto y un sweater rojo debajo, pero la marca en su cuello era imposible de pasar por alto.

—Gracias por venir —dijo Key y movió su cabeza para señalar el lugar vacío a su lado—. Puedes sentarte.

—No tenía alternativa, Feza-sama —respondió ella.

Se sentó a su lado, una pequeña tetera de cerámica que Key había tomado prestada de la cocina entre ellas. Le sirvió una taza con el mismo cuidado y ceremonia que solía mostrarle a su padre todas las tardes mientras él pulía su katana. Él le había repetido la importancia de la tradición, y cómo el té ayudaba a conectar con todos, incluso quienes estaban lejos, al saber que todos estaría haciendo lo mismo.

—Key está bien, no hay necesidad de tanta ceremonia —dijo entregándole su taza—. Podrías haber dicho no.

—Hay un precio por vivir con el clan Feza —respondió la bruja.

Su rostro era precioso, sus ojos demasiado fríos. Así era como Key había aprendido a diferenciar a los brujos de los humanos de niña, su madre le había enseñado. Podían lucir exactamente iguales, pero había algo en la mirada de los brujos, la dureza que solo se ganaba por demasiados horrores vividos, como para notar que no eran de este mundo. Habían pasado por una brutal guerra civil, huido de su hogar a un lugar desconocido, dejado atrás a seres queridos...

—No sé tu nombre —admitió Key.

—Ayra —dijo ella y bebió un sorbo—. Haces un buen té.

—Mi padre me enseñó —Key suspiró, volviendo a fijarse en Pip—. Desconozco cómo sea tu trato con los demás, pero yo no juego por sus reglas. Eres libre de aceptar o negar reunirte conmigo si te lo pido, no me ofenderé. No me debes nada, del mismo modo que yo no te debo nada. Así es cómo me manejaba con los brujos que tenía a cargo en Washington. Confío en que respetas las reglas y te comportas, mientras cumplas no podría interesarme menos lo que hagas con tu vida excepto que necesites mi ayuda en algo. Quiero que disfrutes de tu vida aquí, que vivas.

El ladrón de palabras (trilogía ladrones #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora