Capítulo 18

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No encontró nada en el castillo de Edinburgh a las nueve de la noche. Tampoco en la galería nacional a las diez como le había dicho a Ada. Ni en la estación de tren a las once como le había mencionado al señor Wayton. De hecho, llevaba una buena parte de la ciudad y sus principales atracciones turísticas recorridas de noche, y dejando de lado tener que andar siempre con la guardia en alta, era fascinante.

Había un encanto en Edinburgh que no había sentido jamás en Chicago o Washington, y totalmente distinto al de Tokyo. Mientras que su estadía en Aokigahara había sido paz y tranquilidad, Edinburgh tenía un frío particular que haría a cualquiera preguntarse si sus famosos fantasmas no serían reales.

Key había visto turistas de todo tipo aventurarse en la noche en busca de actividad paranormal. Era casi divertido observarlos desde su escondite sabiendo que no podían estar más ciegos en realidad. Los brujos siempre habían vivido entre ellos, tan solo nunca los habían notado, y tal vez lo que tanto deseaban cazar, no eran más que hechizos que los humanos no sabían reconocer. Key jamás había pensando que fantasmas existieran, hasta que había aprendido que los brujos podían dejar un eco. No era nada paranormal, solo simple magia.

Durante la cuarta noche, el descanso en el W-Spot fue casi un alivio. Hacer guardias y recorrer la ciudad estaba bien, si tan solo no tuviera que madrugar para entrenar y asistir a las reuniones luego. Pero a diferencia de muchos había logrado escapar de una enfermedad incurable y no pensaba desaprovechar ni un solo segundo de salud que gozaba.

No estaba hecha para el trabajo de oficina, nunca lo había estado. Era algo que simplemente sabía, como que su piel jamás dejaría de ser tan sensible al sol o la tierra era redonda. Lamentablemente, ella se lo había buscado al herir a Takeo. Al menos ahora sabía que no había sido su culpa. Había sido tan solo un segundo, pero Nix había mencionado que el síndrome de Posh solía hacer que la víctima se comportara de un modo violento y perdiera cualquier autocontrol que tuviera. Key no cargaba ninguna oscuridad, no había nada malo con ella, tan solo había estado enferma y ahora curada.

Lo cual era un alivio. No era cruel. Nana había inventado historias como siempre. Ella podía seguir adelante con su vida sabiendo que todo lo sucedido no había sido su culpa realmente. Se lo había dicho a Takeo, pero su primo parecía haberse olvidado completamente que ella era la responsable de que anduviera con un cabestrillo. Estaba más ocupado siguiendo de cerca los avances en Japón respecto a la enfermedad, y haciendo su propio listado de miembros que habían mostrado ser más sensibles y cómo podrían ser utilizados para su beneficio.

Key nunca antes había pensando en su facilidad para ver pliegues como un don, solo algo que su padre solía resaltar con una sonrisa, como que sabía pulir bien una katana o hacía bonitos onigiris. Pero en la media hora que llevaba en el W-Spot lo había notado. La primera vez lo había pasado por alto, tal vez por el alcohol o porque entonces ya su don fallaba, pero ahora el segundo piso era tan visible para ella como invisible para los demás agentes que se habían reunido allí a beber algo tras el día de trabajo.

Nadie más parecía notarlo, y a ella le había bastado apenas unos segundos para comprender que los brujos bebiendo allí arriba tampoco querían ser notados y era mejor seguirles el juego. Así que se mantuvo sentada en una esquina, leyendo un manga mientras bebía agua de una botella que le había obligado al bartender a darle nueva. Un poco de observación había sido suficiente para notar que el brujo se divertía preparando los tragos que los agentes le pedían, y tanto como Key no sería una aguafiestas por las consecuencias que eso traería, tampoco pretendía ser su juguete.

—Qué hermosa coincidencia —dijo Timothée deteniéndose delante de ella—. ¿Está ocupado?

Key bajó el manga y le indicó que se sentara en el lugar libre. Él solo sonrió complacido, una copa de vino en mano. Allí iba su idea de una noche tranquila. Porque, a pesar de no tener problema en seguir las convenciones sociales, el cónclave y todo lo que implicaba casi no le dejaba tiempo a solas para relajarse y mimarse como su cuerpo le pedía.

El ladrón de palabras (trilogía ladrones #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora