Capítulo 30

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Casi disfrutaba la vida de prisionero. Key una vez había bromeado sobre cómo Japón tenía una creciente ola de delitos de parte de la tercera edad, porque los ancianos disfrutaban del trato en prisión allí. Derek no lo había creído hasta que él mismo se había encontrado encerrado, con un techo y alguien que le preparara las comidas del día, sin tener que preocuparse por nada más que leer los libros que lograba que le trajeran y no quedarse sin suplementos para sus dibujos.

Sí, algunos días era aburrido. Pero resultaba difícil extrañar la luz del sol durante el gris invierno. Si debía ser honesto, no había nadie allí afuera con quien reunirse ahora que Key estaba en otro país, y no tenía ninguna responsabilidad por la cual preocuparse. Y había silencio. Era difícil de entender en un joven de su edad, pero con tal de conservar ese silencio hubiera aceptado mil años encerrado.

Algunos guardias no lo trataban de lo mejor, pero había logrado ganarse con su carisma a la mayoría en Washington así que solo sería cuestión de regresar a su ciudad para sentirse de nuevo como en casa. Sus médicos eran amables. Derek les sonreía al decirles siempre que había sido un buen día, porque cualquier día sin esa voz en su cabeza lo era. Estaba orgulloso de como tenía sus píldoras ordenadas junto a su cama, y cuanto respetaba el horario de tomarlas.

Quizás por eso no comprendió qué estaba sucediendo cuando un guardia irrumpió sin motivo alguno en su celda, cogiéndolo por el cuello de su camiseta y obligándolo a levantarse de la cama donde había estado recostado leyendo. El pesado libro sobre derecho cayó a un lado. Derek no se resistió, porque era un buen prisionero y saldría antes por buena conducta, pero de todos modos no pudo evitar preguntar qué estaba pasando.

—Te vas de aquí —masculló el guardia—. Eres problema de otro país ahora.

Solo entonces Derek comprendió. Se estiró en un intento por coger sus píldoras mientras el guardia lo arrastraba fuera, pero el hombre se lo impidió de un manotazo. Sus frascos cayeron al suelo y se quebraron, los medicamento desparramándose como una bolsa de dulces. Sintió su corazón romperse junto con el cristal. Se desesperó por echarse abajo e intentar recogerlos, pero el guardia era más fuerte y de un duro puñetazo en el estómago consiguió que dejara de resistirse.

No, no podía dejar la celda sin sus medicamentos, pero en tal estado no podía oponer resistencia alguna. Tampoco atacaría a un colega. Seguía siendo un miembro de la Agencia, y no le haría daño a un compañero. Eso no evitó que la desesperación comenzara a invadir su mente. Toda su seguridad reposaba en sus píldoras. Necesitaba un médico cuanto antes para reemplazarlas.

Tragó en seco cuando lo sacaron de la zona de detención en un intento por controlar sus nervios. No estaba esposado. ¿Por qué no? Siempre estaba esposado cuando lo sacaban de allí. Las personas en la oficina de denuncias no le dirigieron ni una mirada. Y entonces lo vio. El brujo no era el de sus pesadillas, pero el cabello blanco bastó para helarle la sangre.

El brujo le sonrió y Derek quiso gritar. Cerró los ojos enseguida, cubriéndose sus oídos con sus manos y comenzando a rezar. El guardia no cedió. Trastabilló por avanzar a ciegas, pero no se detuvo. Le pidió a todos los ángeles que su madre le había enseñado, señalando el cielo nocturno y nombrando cada estrella tras ellos. Le rogó a los santos que su padre le había mencionado.

Rezó lo suficientemente alto para no poder escuchar nada más que sus propias palabras, ni siquiera sus pensamientos. Tapó sus orejas con tanta fuerza como para lastimarse. Y no se detuvo. Porque sus padres habían tenido razón y el diablo sí existía, pero no era ningún ángel caído o sujeto rojo con cola y cuernos. Era mucho peor.

El guardia se detuvo y Derek también. Calló al fijarse en la chica japonesa que los estaba esperando, moviendo un pie con impaciencia. Ella lucía demasiado joven para estar tan seria. Estaba seguro de haberla visto sentada junto a Key en el cónclave, defendiéndolo cuando nadie más lo había hecho. No tuvo oportunidad de presentarse o preguntar qué estaba sucediendo, la joven le dio una exasperada mirada al guardia y enganchó su brazo con el de Derek antes de tirar de él para partir.

El ladrón de palabras (trilogía ladrones #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora