Capítulo 38

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Pip se despertó gritando, como cada día desde entonces. Anton la había traído de la mano, y Nix los había dejado entrar sin decir palabra. Los hermanos ni siquiera lo habían mirado al momento de dirigirse al piso superior. Habían traído almohadones y mantas el primer día, y determinado dejarlos allí. No estaba seguro de cuándo habían decidido que él sería un buen consuelo, si ni siquiera podía consigo mismo.

Había querido echarlos a gritos el primer día. Cada vez que llamaban a su puerta, era una lucha abrirles en vez de responderles que lo dejaran en paz. Key no los habría dejado fuera. Y él había aceptado hacerse cargo de ellos siempre que ella no pudiera. Pero el simple verlos era un recordatorio demasiado doloroso, aunque ambos brujos se esforzaran por guardar silencio y pretender que no estaban allí. Sabían lo que le provocaban.

Algo dentro de su pecho dolió mientras servía las dos tazas de té. Esa agonía tenía que desaparecer en algún momento, no era normal. Pero cada respiro, cada latido, cada simple instante, se sentía como estar muriendo. A veces era demasiado, y sus manos temblaban, y solo podía cerrar sus ojos y luchar contra la necesidad de gritar.

Se sostuvo sobre la encimera para que el dolor no lo venciera de nuevo. Podía escuchar a Anton y Pip durmiendo, la niña retorciéndose en pesadillas. Nix le había preguntando sobre sus sueños. Cada día. Desesperado por encontrar algo a lo cual aferrarse, una pista, un sinsentido, cualquier cosa. Pero Pip solo sacudía su cabeza y no hablaba antes de largarse a llorar de nuevo.

Recogió las dos tazas y salió al pórtico. No podía estar allí con ellos, no podía sentirlos cerca, no podía lidiar con la súplica en sus ojos cuando lo miraban como si él pudiera hacer algo al respecto. No tenía respuesta para ellos. Incluso la magia tenía un límite. Y ya suficiente tenía con su propio duelo como para también cargar el de otros. Quería estar solo. Lo ansiaba de un modo que hacía que su piel doliera.

No debería haberla dejado ir. Se lo repetía cada instante de cada día. Había tenido a Key en su mano, y ella se había escapado de su agarre. Debería haberla retenido. Incluso si ella lo hubiera odiado por ello. Incluso si lo hubiera atacado con tal de liberarse, debería haberla retenido. ¿Qué importaban su primo y el antiguo agente? ¿Qué valor tenían los demás? Podrían haber muerto en su lugar, y a él no le hubiera importado en lo más mínimo.

Wess no desvió la mirada de su trabajo cuando se sentó a su lado. Ella estaba sosteniendo una delgada hierva con unas pinzas a la altura de su rostro, entrecerrando los ojos al observarla bajo la luz matutina. Tenía un cesto a su lado con todo tipo de flores y hierbas, debía haber madrugado como cada día para adentrarse en el bosque y conseguirlos. Lucía radiante. Su piel brillante, los labios carnosos, la paz evidente en su mirada. Estaba feliz.

Se había negado a adoptar el ritmo de vida del clan, diciendo que ya suficientes años había vivido bajo el cielo siempre gris de Ashdown como para huir del sol allí también y no conseguir por primera vez en su vida un bronceado. Tenía una bolsa con dulces sujeta a la cintura de su vestido, solo ella sabría de dónde los había sacado esta vez. Su claro cabello estaba recogido hacia atrás con un lazo azul, y ella lucía demasiado concentrada en su observación.

—A ver —Wess dejó lo que estaba haciendo y cogió su rostro con una mano para observarlo.

Era extraño volver a sentir tu tacto. Incluso en Ashdown ambos habían estado demasiado distanciados, y muchas veces enfrentados, como para estar cerca. Nix jamás le hubiera permitido que lo tocara entonces, y ella tampoco hubiera deseado tal cosa. Pero allí, todo era diferente. Y Wess le sonrió mientras observaba sus ojos.

—Tan preciosos como siempre —dijo su hermana.

Había sido un acto estúpido. La reacción de cualquier niño aterrorizado. Pero entonces todo había sido oscuridad, el dolor insoportable, y no había sabido dónde estaba ni cómo en cuanto Key lo había dejado, su corazón latiendo demasiado rápido como para permitirle medir bien el tiempo. Y había estado desesperado. Porque había sido como revivir esa vez, solo que entonces Kira había estado riéndose y no los guardias, y las palabras no habían sido sobre cómo se lo merecía por lo que sus padres habían hecho, sino que le había dicho que sabía sobre sus sentimientos, y que rompería cualquier cosa que amara, tal como había hecho con Ronan y Wess.

El ladrón de palabras (trilogía ladrones #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora