Plegaria

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El frío húmedo de la ciudad de Londres se trepó por la piel descubierta del vestido de Fancy en cuanto bajó del carruaje para volver a su casa. Le dolían los hombros del cansancio, debido a que las lecciones de Danielle no eran para nada flojas y requerían de mucha energía. Toda la semana se habían dedicado a ir por diferentes tiendas de Londres. Primero fueron a que Arlys Grant le diseñara un par de vestidos de fiesta, moviendola de un lado a otro para tomar medidas, probar telas y estilos hasta que la mujer se contentara. Su prima le había advertido varias veces en el camino que la diseñadora era testaruda y muy perfeccionista, que hasta llegaba a cansar a las clientas por su determinación por diseñar una prenda adecuada, pero que los resultados eran sumamente satisfactorios. No había un vestido de la tienda Winnona's que fuera igual que otro, de la misma tonalidad o estilo. Además, Danielle por cuenta propia decidió pagar por cuatro vestidos "decentes" para visitas casuales o para tomar las clases en su casa, dado que consideraba que los que ella utilizaba estaban pasados de moda y no le favorecían en lo absoluto, tomando en cuenta la nueva figura que había obtenido al ganar peso. Fue la primera vez en su vida que Fancy sintió el corset ligeramente ajustado y que se denotaba su cintura en una prenda. Luego fueron a un joyero para que le confeccionara un conjunto de joyas simples para eventos, así no tendría que usar la imitación de perlas que le dio Griselda y caminaron hasta varias boticas para conseguir esencias para que Danielle le fabricara un perfume.

Fancy, de a poco se fue acostumbrando a llevar peinados menos tirantes y descubrió que su pelo podía lucirse como lo que era y no parecer un piso recién lustrado color castaño.

Por un flechazo recordó con gusto amargo la entrada de James, justo antes de emprender el camino de vuelta a Flipsen House. Fancy había aceptado educadamente compartir la merienda con Danielle después de su paseo de compras para aprovechar y aprender más sobre el comportamiento social,pero todo había conseguido que se encontrara con él y escuchara aquello que tanto le había arruinado el día.

¿Acaso esperaba que fuera célibe? Se preguntó a sí misma malhumorada. Un libertino como él tendría que tener al menos unas 20 amantes.

Enojada, subió las escaleras en silencio con el ceño fruncido. Lo que le molestaba no era que tuviera amantes, era muy conocido que los hombres no eran fieles ni fuera ni dentro de un matrimonio, pero si le enfadó el nombre que escuchó.

Alissa... la palabra rebotaba en su cerebro como unos limones que caían de una encimera.

Lady Alissa Cartwith era la mujer que menos quería ver con James Greenhill.

No porque sea él, sino porque ella es despreciable... se justificó.

Esa granuja siempre se encargaba de humillarla en las fiestas, hacía comentarios despectivos de su aspecto y hasta se burlaba de su baja estirpe. Por alguna extraña razón, la abuela Griselda jamás la había defendido ante sus comentarios mordaces, pero en cambio si hubiese sido Danielle todo el imperio hubiera ardido en llamas. Alissa había conseguido casarse a corta edad con un conde bastante anciano, el cual murió cinco años después, dejando para ella sola una suma de dinero bastante importante y libertad para dedicarse a los placeres terrenales sin límite alguno.

Al igual que James, concluyó su mente y refunfuño en la sala enfurecida por estar pensando en cosas que no le incumbían.

-¡Vaya, hermana!...¿Acaso Danielle te ha hecho algo malo que vienes portando ese gesto?-Garnet estaba sentada en silencio sosteniendo un libro y mirándola de reojo. Su figura era tan fina como lo había sido la suya semanas antes, tenía el cabello atado en un moño castaño y pulcro y sus ojos avellana la observaban con sumo detenimiento.

-¡Apuesto que si!¡Esa mujer es mala!¡Lo decía la abuela Griselda todo el tiempo!-gritó desde el lado opuesto de la habitación la joven Laurie. Al instante las dos hermanas la silenciaron con la mirada, sabiendo que si el tío Ferdie escuchaba el nombre de su progenitora les tiraría encima una estantería llena de libros. La familia Flipsen aún seguía sensible y dolida por todos los acontecimientos recientes con Griselda, prohibiendo emitir palabra que recordara su existencia a todos los miembros de la casa.

Felicidad de una margaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora