-James, vuelve a la cama-aquella angelical voz femenina molestó los oídos de James Greenhill como si fueran las bisagras de una puerta oxidada-¿Qué te sucede? No actúas como siempre...sabes que yo puedo ayudarte a sentirte mejor y si te quedas toda la noche tu problema se evaporará.
La exuberante mujer que yacía tumbada en una cama con dosel y sábanas blancas, moviendo sus largas piernas de manera coreográfica, con el cabello rubio tirado hacia un costado mientras fruncía sus labios carmesí, se quejaba del poco interés de su interlocutor. Era obvio que toda acción de su cuerpo estaba preparada para provocar el más profundo instinto masculino y que le resultaba siempre más que satisfactorio para obtener las atenciones que deseaba, pero en ese momento lo único que despertaba en James era el hastío. Éste se comenzó a vestir con rapidez al mismo tiempo que observaba cómo ella se levantaba para lucir mejor su figura desnuda. Lady Cartwright, o mejor conocida como Alissa, era la joven viuda del viejo conde de Bloth, quien había fallecido hacía al menos tres años, dejando a la mujer con varias propiedades y un título nobiliario del cual lucir, pero todos sabían que en realidad era una cortesana de élite. Era famosa por su llamativa y voluptuosa figura, larguísimo cabello dorado, ojos ámbar como los de un felino y por los rumores de pasearse de vez en cuando entre las sábanas de los más ricos lores o burgueses. James la había conocido apenas llegó a la ciudad, y como todos deseó probar sus habilidades tan renombradas, manteniéndola como amante durante todo un año.
Las amantes son más baratas que una esposa y más exclusivas que una prostituta solía decirle uno de sus amigos del bar.
Debía admitir que Alissa satisfacía con habilidad cada uno de sus caprichos, no presentaba quejas, escenas de celos ni molestas represalias y siempre estaba disponible para él a pesar de la hora o el lugar, pero aquel antojo se había vuelto algo aburrido para su apetito y él sabía muy bien la razón.
La maldita de Fancy Dulcasse lo había perseguido en sus pensamientos desde que habían estado juntos en el carruaje, hacía ya tres semanas, y no podía lograr disfrutar ni de el más mínimo placer carnal sin pensar en ella.
-Por favor Alissa, no me molestes...-se sacó del hombro la delicada mano de ella con desdén-No estoy de humor para tus atenciones, pero no te preocupes que te daré el collar que tanto deseas-el mal humor teñía su voz y la mujer lo enfrentó, con sus abundantes pechos desnudos y los labios fruncidos.
-¿Qué te sucede?-esta vez el calmado tono que siempre la caracterizaba se había vuelto algo hostil-No me gusta que me traten como un trapo viejo, si tanto te molesto no entiendo por qué te acostaste conmigo apenas llegaste.
-Porque tenía ganas de un polvo rápido, nada más...esta vez no me quedaré-sus duras palabras hicieron que el delicado rostro de la mujer temblara. James siempre solía quedarse hasta la mañana con ella y hasta había veces que compartían el desayuno.
-Así que así son las cosas ahora. Dime ¿encontraste a otra mujer?¿es eso? No me molestaré si eres honesto, pero creí que nuestra relación era diferente-James se quedó congelado por un segundo y la miró enojado.
-¿Qué clase de escena de celos es esta? Creo que fui claro cuando comenzó todo esto, no puedes andar reprochándome cosas que no te corresponden, Alissa. Admito que me caes muy bien, eres simpática y puedes mantener una buena conversación, pero lo nuestro no puede llegar más allá que ésto-James intentó ser lo más delicado posible a pesar de lo molesto que se encontraba, la mujer al parecer había comenzado a mal interpretar sus encuentros y no quería que se hiciera ilusiones-No soy de los que se casan o de los que se enamoran, eso deberías saberlo muy bien a estas alturas...Yo nunca me casaré-Alissa torció el gesto evaluando la situación y con tristeza asintió.
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Felicidad de una margarita
RomanceLa señorita Fancy Dulcasse interpreta el papel más difícil de su vida, representando a la solterona más reconocida de la ciudad de Londres. Entre susurros e insinuaciones se entera de que ningún hombre está dispuesto a desposar a una mujer como ella...