La prisión eres tu misma

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-¡Querida! ¡¿Qué te ha sucedido?!-chilló Danielle con su habitual tono agudo-Parece que no has comido en días, ¿el tío Ferdie ha empezado a fraccionar la comida o qué?-los cálidos brazos de la mujer la rodearon y Fancy se sintió contenida. Hacía más de cuatro semanas que no había visto a su prima, exceptuando el juicio de su abuela, y esta había insistido tanto en sus cartas para que la visite, que se armó de valor para ir.

Danielle, o Lady Greenhill, era su prima tres años menor y con quien Griselda había tenido más inquina. Su abuela siempre le recalcaba lo superior que era sobre ella y lo importante que era que la superara, al menos en la carrera matrimonial, pero nunca entendió la verdadera razón para el semejante odio que le surgía con solo nombrarla.

La joven siempre había sido amable con Fancy, era simpática, jamás se había burlado de su estirpe o creído superior por ser hija de un conde, cada vez que la veía de niña sus ojos se iluminaban como si en ella viera a una hermana mayor y compañera, incluso ahora el trato que le confería no era muy diferente a pesar de todo lo que ocurrió entre ellas.

Era cierto que un poco de envidia podría llegar a despertar, pero ¿qué mujer no envidiaría a Danielle Belcher?. Tenía tez impoluta de porcelana, elegantes curvas, denso y perfectamente rizado cabello de un extraño tono entre cereza y caoba, refulgentes ojos verdes y cara de muñeca. Cualquiera que no la conociera a fondo, la envidiaría y buscaría cualquier falla en ella para criticarla. Además, había logrado casarse con el mejor partido recién llegado de América, Lord Western, o mejor conocido como: Frederick Greenhill. Un espécimen de excelente virilidad, nivel social, y hasta un carisma y dulzura que competían con el encanto de su mujer. Ante los ojos de Fancy, a pesar de todo el esfuerzo que había puesto su abuela por negarlo a los cuatro vientos, ellos eran la pareja más armoniosa que había visto en su vida, incluso ya desde niños. Juzgarla era tarea fácil si la veías a secas en un evento, pero Fancy era consciente de que la vida de su prima no había sido ni de cerca simple, cómoda o algo de lo cual tener celos, teniendo que perder a su padre y hacerse cargo de sus dos hermanos y madre financieramente por sus propios medios, sumándole las amenazas de muerte que de vez en cuando le propiciaba Griselda.

Mientras entraban a Greenhill House, en el exclusivo Mayfair, Fancy se fue haciendo la idea de que la verdadera razón por la cual la odiaban era su tendencia a seguir muy poco las reglas sociales, algo por lo cual logró enojar hasta a su propia abuela y parientes. La miró de reojo y sonrió al comprobar su hipótesis silenciosa al mismo tiempo que caminaban hacia la sala de estar. Ésta la tomaba del brazo como si fuese una niña, no había permitido ni que le dedicara una pequeña reverencia al bajar del carruaje, vestía un simple vestido rosa sin aparatosas joyas o bordados, su peinado consistía en una trenza al costado y saltaba por el pasillo. Estas cosas, por triviales que parecieran, por el simple hecho de ser duquesa estaban más que prohibidas.

Maquinando su mente, Fancy se dejó mimar por su prima, quien dispuso una densa manta y un silloncito cerca de la estufa para que pudiera calentar sus entumecidos pies por el frío, ya que ésta sabía que sufría mucho del invierno. A pesar de las obligaciones y normas que debía llevar a cabo como aristócrata, insistió en prepararle y servirle ella misma un té medicinal con miel y ofrecerle galletas de limón.

-Leí que estabas resfriada, así que le pedí a mi criada que me enseñara algunos trucos para contrarrestar los efectos del mismo-le guiñó un ojo al ver su cara de sorpresa cuando notó todos los elementos para evitar un resfriado en su bebida y comida-Querida dime...¿cómo ha estado todo después de lo que pasó con la bruja?-le tomó la mano y la miró preocupada. Todavía no entendía cómo podía aceptar manera tan natural a alguien que no la había matado casi de milagro de niñas y secuestrado hace poco.

¿Acaso no le doy miedo? Se preguntó por un segundo, pero al percibir que su prima parecía más inquieta por su salud que por sus crímenes pasados, hizo oídos sordos en su cabeza.

Felicidad de una margaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora