Dulce intimidad

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Una adorable canción despertó a Fancy de su cómodo letargo en los brazos de su marido. Habían caído rendidos la noche anterior luego de haber ido a visitar el pequeño pueblo pesquero que se encontraba alejado de su hospedaje. Las aves silvestres se habían aventurado a asomarse al balcón y al notar la tranquilidad que reinaba en el mismo, se dispusieron a cantar alegremente.

En su paseo, Fancy y James notaron que el lugar contaba con maravillosos puestos para comprar diferentes alimentos, adornos para el cabello, dulces y pequeños juguetitos de madera. Ella debía de admitir que sus expectativas habían dado un vuelco de 180 grados cuando se encontró cara a cara con la población francesa, quienes tiraron abajo los prejuicios construidos por su abuela y la trataron muy servicial y amablemente en cada local en el que se aventuraba a asomar la nariz.

James, por su parte, observaba sin disimulo cómo ella lograba sacarse de a poco la vergüenza y comenzaba a hablar con los lugareños fluidamente, sintiéndose orgulloso de cómo los conquistaba con su sonrisa.

Una punzada de celos lo atravesaba de vez en cuando al ver que los hombres se disponían a juntarse en una esquina para mirarla furtivamente y tuvo que ir hacia ella con rapidez y para detener las ganas que tenía de meterles los dedos en los ojos.

Al final del recorrido, debido a lo simpáticos que llegaron a ser, terminaron cargando con una enorme bolsa de manzanas, lazos para el cabello, dos esplendorosas rosas, caballitos de madera y un par de horquillas con perlas que los comerciantes les regalaron.

Al parecer ya debía de ser hora de levantarse para el desayuno, ya que un dulce aroma invadió la habitación e inundó el olfato de Fancy, generando que su estómago comenzara a vibrar. Consiguió sacarse los cansados brazos de James de su cuerpo y se colocó sobre el camisón su alegre bata floreada para disponerse a bajar y buscarle algo que comer para cuando él despertara.

Con los pies descalzos se asomó entre las puertas de la cocina, curioseando la dinámica que se llevaba allí dentro caracterizada por el choque de las ollas de cobre, los recipientes y el crujido del horno cada vez que se abría. El aroma dulce la hizo casi flotar y le dio ganas de querer atravesar la cocina para inspeccionar con sus propios ojos la maravillosa creación que desprendía tan delicioso aroma.

-Madame ¿que fais tu ici?-una delicada voz hizo que el cerebro de Fancy se atolondrara y al final no consiguió lograr acomodar sus palabras para contestarle. La pequeña manito de Deuphine la tomó por sorpresa y la niña le sonrió comprendiendo su estupor.

-Annettte, tu lui as fait peur-Deuphine corrigió a su hermana Anette, quien había asustado a Fancy. Como ambas pequeñas no sabían utilizar el inglés todavía, tomaron las manos de ella y la arrastraron hacia dentro de la cocina para que su madre pudiera hacer de intérprete.

Colette, quien llevaba una enorme cesta de manzanas para lavar, quedó estupefacta al ver que sus dos hijas sostenían con tanta confianza a la invitada.

-¡Deuphine! ¡Annette!-emitió un pequeño gritito y ellas la soltaron automáticamente al reconocer la autoridad de su madre-Me disculpo por los malos modales de mis hijas, madame Greenhill-e hizo una muy pronunciada reverencia para demostrar su disculpa.

Fancy levantó los brazos y comenzó a reír, haciendo que las tres mujeres la miraran como si fuera una loca.

-No hay por qué disculparse, Colette. Yo estaba husmeando en silencio y las niñas quisieron ayudarme...lamentablemente mi francés es algo pobre y no les entendí demasiado al principio-Fancy estaba algo avergonzada por su poco manejo del idioma, pero al parecer su explicación logró calmar a la mujer. Esta dejó la cesta en el piso y se acercó a ella de manera cómplice.

Felicidad de una margaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora