Cavando la perdición

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Fancy abrió delicadamente la puerta de madera, intentando de que James apenas notara su presencia o que ni siquiera lo hiciera. Aún no sabía la razón de sus acciones y todo lo que había puesto en juego para salvarlo, pero enredarse en profundas reflexiones no la ayudarían en nada así que decidió entregarse a su tarea como una fría enfermera preocupada por un miembro más de su familia.

Es sólo el cuñado de tu prima...es parte de tu familia técnicamente así que no debes por qué tener miedo se dijo a sí misma mientras empujaba un pequeño carrito con vendas, agua fresca, láudano y la cataplasma de hierbas.

La luz del fuego en la oscuridad de la media noche lanzaba destellos dorados al contraído perfil de James a medio vestir. Podía ver su ancha espalda acompañada del níveo lino que sostenía su herida y un poco del delicado vello castaño claro del pecho que no era cubierto por las sábanas. Fancy tuvo que parar su inspección para que no se le saliera el humo de las orejas o explotara, ya que ver el exponente de masculinidad que representaba James le resultaba asfixiante.

Al parecer, el hombre estaba completamente dormido y ella logró respirar en paz cuando se acercó a él sin que éste lo notara. Se dio cuenta de que estaba sudando más de lo normal, debido a que su tez ligeramente coloreada por el sol estaba perlada por una fina capa de agua y respiraba entrecortadamente, así que sin dudarlo un minuto más se dispuso a cuidarlo mientras éste ignoraba lo que sucedía.

Fancy era consciente de lo indecente de la situación, pero sentía la urgente necesidad de atenderlo, quizás impulsada por el sentimiento de agradecimiento hacia él cuando ella se desmayó por correr el día que secuestraron a su prima. James no había dudado ni un segundo en sus palabras y había hecho que las sirvientas cuidasen de ella hasta que hubiese reaccionado. Por lo tanto, mucho no le importó violar las reglas del comportamiento femenino aunque fuera un poco peligroso.

Él estaba profundamente perdido en pesadillas, en un oscuro lago donde podía ver la figura de su madre alejarse a la distancia y dejándolo solo al igual que había hecho en su infancia. No podía gritar, ni moverse, su cuerpo no le respondía y sentía que estaba cargando con el dolor de años en su espalda. Una dulce voz le susurró a la distancia y una frescura invadió su rostro para calmar sus espasmos. Estaba tan agradecido y no quería desprenderse de aquel suave pero sanador tacto que le daba paz. Se dio cuenta de que estaba bebiendo un líquido denso pero con un gusto dulce, que permitió que pudiera respirar con más facilidad y no se sintiera tan pesado. Pronto se sumergió en un sueño más tranquilo y los temblores que lo embargaban anteriormente fueron desapareciendo como por arte de magia.

Fancy fue acompañada únicamente por el carraspeo de los leños al quemarse y la agitada respiración de James, quien se quejaba en sueños por la fiebre. Cuando al fin logró que los temblores que presentaba se calmasen, intentó tomar sus cosas para irse antes de que fuese descubierta, pero una mano la detuvo duramente. Tuvo que hacer fuerza con sus piernas para no perder el equilibrio y caer sobre el somnoliento ser que la tironeaba hacia él.

Se aterró de que James hubiera despierto y la haya descubierto, a sabiendas de que no era del agrado de ningún hombre que lo vieran en un momento tan vulnerable como ese, pero cayó en cuenta cuando logró mirarlo que estaba dormido y que le hablaba entre palabras difusas por el láudano sin saber ni lo que quería decir.

-No me dejes-alcanzó a emular James con los ojos cerrados con fuerza y apretando la muñeca de Fancy sin conciencia. Aquel ruego hizo que su corazón diese un vuelco y no tuvo otra opción que quedarse sentada a su lado para evitar que se despertara.

Le dio curiosidad la razón por la cual el hombre parecía tan desesperado, sus cejas se levantaban y bajaban enérgicamente y tenía un gesto asustado como si estuviese sufriendo. Atribuyéndose demasiada confianza, le acarició el perfilado mentón con los dedos y lo calmó suavemente. Con aquella caricia, la cara de James se relajó automáticamente y su ceño dejó de estar fruncido, adquiriendo un semblante dulce como el de un ángel.

Felicidad de una margaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora