-Querida prima, te pasaste mirando tu té durante 10 minutos sin emitir un sonido ¿acaso pasa algo? - la preocupada voz de Danielle la trajo de vuelta a la realidad. Era la mañana siguiente de la tan esperada velada, la cual había resultado un éxito, pero Fancy aún no se sentía completa. Ambas estaban sentadas en la mesa del comedor con humeantes tostadas, té y galletas decoradas con azúcar.
Fancy se había hospedado en Greenhill House debido a que no tenía las suficientes fuerzas para sobrellevar a la hora que volviera de la fiesta un escrutinio de todos los miembros de la familia Flipsen. Luego de la amenaza indirecta de su tío, no tenía las agallas para plantarle cara.
-¿Acaso es por la fiesta de anoche?-la pregunta de Danielle hizo que se sonrojara hasta los pies.
¡Odio cómo esta mujer puede leer mi mente! Se quejó en silencio. Automáticamente negó con la cabeza mientras sus manos fruncían con fuerza debajo de la mesa su vestido de día.
-Claro que no...-respondió tímidamente sin mirarla a los ojos y le dio un sorbo a su té. Danielle la miraba con una pequeña sonrisa sarcástica en sus labios y con aquellos perspicaces ojos verdes-Todo estuvo de maravilla.
-No eres buena para mentir, Fancy-la interrumpió antes de que pudiera desviar la conversación-Dime qué sucede o tendré que presionar un poco más-rió graciosamente, era claro que estaba disfrutando al sacarle algo de información-Además, si no me dices la verdad sobre anoche no podremos continuar con tu entrenamiento porque no sabré qué aspectos corregir.
-El entrenamiento resultó más que satisfactorio, pude comer como se debía, hablar y hasta pararme fácilmente siguiendo tus reglas...-se detuvo en seco al sentir ese molesto color en la cara.
-¿Pero?-la inquisidora de su prima la estaba comenzando a poner demasiado nerviosa y habló muy rápido.
-¡No me sentí lo suficientemente segura al bailar!-mintió impulsivamente y ella torció la cabeza evaluando la situación, sin emitir atisbo de incredulidad.
-¿Era sólo eso?-preguntó y Fancy automáticamente asintió-¡Pues debo hacerte practicar más baile entonces!-se paró precipitadamente, haciendo que su vestido de seda verde revoloteara entre la mesa.
Fancy estaba anonadada con la facilidad que se había comido su mentira, pero con disimulo terminó su desayuno y en silencio la siguió hasta el salón de baile.
Lo que realmente la había trastornado era el hombre con el que había tenido que compartir la velada, Mark Wilson. No porque fuese feo, no porque fuera descortés ni un zoquete, en realidad no tenía ningún defecto que pudiera justificar el poco interés que le despertaba, pero no podía decirle a su prima que el candidato que le había presentado no la convencía, y menos en su desesperada situación.
Mark Wilson debía de tener unos 32 años, tenía su misma altura, tiernos ojos cafés que le daban un aire aniñado y el pelo de un claro tono castaño. Sus rasgos eran delicados, pero no demasiado, vestía un discreto traje de etiqueta, su acento era dulce y calmado y la había guiado por la pista muy seguro de sí mismo, pero a Fancy no la llenaba. Habían compartido casi toda la noche juntos, charlando de temas un poco triviales debido a que la etiqueta lo indicaba así, él le habló de su interés en los barcos y su deseo de viajar por todo el continente. Era tan tranquilo, sin siquiera una pizca de irreverencia, sarcasmo ni gracia que la aburría. Se la había pasado comparándolo inconscientemente con James Greenhill.
¡Por el amor a Cristo!
Se avergonzó de sus mismos pensamientos. Ese hombre los había tomado y retorcido como un trozo de papel. Con sólo compartir la mesa a su lado su cuerpo parecía estar en llamas y cuando éste se preocupó por ella y le habló sintió que iba a desmayarse al sentir su perfume tan cerca. Cada vez que veía sus ojos verdes recordaba su atrayente y pecaminosa mirada en el carruaje aquel devastador día, tan intensos que despertaban vibraciones en lugares extraños.
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Felicidad de una margarita
RomanceLa señorita Fancy Dulcasse interpreta el papel más difícil de su vida, representando a la solterona más reconocida de la ciudad de Londres. Entre susurros e insinuaciones se entera de que ningún hombre está dispuesto a desposar a una mujer como ella...