18- Violetta

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Aquella noche preparó sopa de tomate. Sabía que a ambas les encantaba y que la señora celebraría su receta, lo que no dejaba de hacerla sentir mejor en un día nublado como ese. Puso la mezcla sobre unos preciosos platos hondos de porcelana, los que a su vez ubicó sobre una base de cristal junto a una cuchara plateada. Los llevó al comedor, iluminado solo por velas, y se sintió orgullosa de su trabajo. Todo lucía en orden, como a la señora le gustaba. A lo único que le temía era que empezara a preguntarle sobre sus estudios y avances de la semana, como ya había ocurrido hace un tiempo. Por más que intentara, le costaba aprender, lo que siempre había sido un problema y la razón principal por la que sus padres habían aceptado que Marya Connery, una lejana tía abuela, fuera su tutora. La carta llegó de sorpresa, y sus padres supieron inmediatamente que ese era el mejor camino para su única hija. Debía alejarse del pueblo y aprender de una mujer sabia como ella. Algunos ya lo habían hecho antes, según lo que le comentaron, y al volver lograron grandes hazañas: abrir sus propios locales, fabricar productos e incluso servir a los demás con un puesto en el municipio. Ahí fue cuando la chica se convenció de que quizás eso sí la ayudaría a completar su sueño: volverse profesora. Y cuando llegó la mujer se mostró totalmente dispuesta a hacerlo realidad, siempre que ella cumpliera con labores básicas del hogar y otras más complejas, que implicaban mucho estudio. Ella decía que solo así se lograba un verdadero aprendizaje.

- ¡Violetta! – De nuevo no había sentido sus pasos por el pasillo. No dejaba de sorprenderle la capacidad para levitar que tenía sobre las maderas viejas y desgastadas. – Niña, ¿está lista la cena?

- Así es- Se refregó las manos y se quitó el delantal que había utilizado para evitar que las manchas de tomate arruinaran su chaleco. – Podemos sentarnos enseguida...

- Nada de eso, nada de eso – La interrumpió. – Tenemos un invitado hoy, así que debes poner un puesto más a la mesa. – Dejó escapar una risa chillona. Su cabello recogido se balanceaba a medida que daba vueltas por la habitación, encendiendo las velas.

- ¿Un invitado? – Si algo sabía era que la señora Connery jamás recibía a nadie en casa, salvo uno que otro jardinero que contrataba directamente del pueblo para arreglar sus grandes jardines.

- Lo he dicho claramente. Vamos, que esperas – La apuró con un aplauso. Violetta demoró menos de un minuto en servir otro plato y dejarlo junto a la cabecera, en sentido contrario al puesto que ella ocupaba desde que había llegado a la mansión.

- ¿A quién esperamos?

- Aguarda – La detuvo alzando su mano. En ese mismo instante, alguien tocó la puerta. – Te lo dije. – Le sonrió - ¿No es emocionante? – Violetta frunció levemente el ceño, todavía confundida. Su tía había empezado a comportarse de manera extraña desde el día en que aquél chico del maletín la había seguido. Era como si la mujer, a pesar de la cantidad de veces que le había dicho que no debía encontrarse con nadie, ahora estuviese orgullosa de lo sucedido. Ya varias veces la había visto salir afuera por las mañanas a hablarle, e incluso hace una semana había comenzado a llevarlo del brazo a recorrer los amplios pastizales y plantaciones de las más diversas frutas, donde ningún ser humano, salvo ella o un jardinero, habían caminado antes. Violetta los observaba desde su habitación en el segundo piso, con la misma mirada con la que se había quedado mirando a su tía ahora que le hablaba de un invitado a cenar. Se preguntaba por qué, qué podría tener de especial aquél chico que con todas sus fuerzas había intentado eludir.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz aguda de la mujer mayor.

– Dime Violetta, ¿crees que es posible tenerlo todo bajo control? – Sus palabras sonaban menos graves que de costumbre.

- Es imposible – Musitó la muchacha, entrelazando sus dedos bajo el estómago, cabizbaja.

- Exacto. Eso es lo lindo de la vida. – Pestañeó varias veces, dejando caer un poco de la tinta de sus pestañas sobre las grandes ojeras ubicadas bajo sus ojos. De un segundo a otro, su figura desapareció y se desplazó a la puerta de entrada.

Violetta enmudeció cuando lo vio de nuevo. Era el joven de rostro delgado y ojos negros, aferrando exactamente el mismo maletín con el que se lo había encontrado aquella mañana. Cuando la vio le sonrió y ella intentó imitarlo, pero la timidez la consumió.

- Violetta, él es Raymond, el mejor carpintero y artista que verás en Connery Fields. 

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora