10- Raymond

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Al cabo de unos minutos, se rindió. Se dejó caer en el porche de aquella gran casona, de un tamaño que él jamás había visto en los alrededores del pueblo, y observó el paisaje. La mansión estaba ubicada en un pequeño claro, bordeada por dos riachuelos que no recordaba que alguien que conociera hubiera cruzado. Los grandes árboles plantados a su alrededor impedían que la luz llegara a sus gruesas y blancas paredes, y también la escondían de la vista de quienes vivían más alejados. Se preguntó por qué alguien como ella habría decidido ocultarse de los demás.

Se paró y comenzó a bordear la casa, cruzando por filas de enormes arbustos, cuyas hojas brillaban gracias a los rayos de sol que atravesaban las gotas de rocío. Pudo ver a una pareja pájaros armando un nido en una gruesa rama y una ardilla juguetear bajo sus pies. Desde el costado, las tonalidades pastel de la mansión salían a relucir con más fuerza. Los altos ventanales del primer y segundo piso se veían sucios y desgastados, pero no había en ellos ninguna rotura provocada por el paso del tiempo. A pesar de todo, y de la soledad que la rodeaba, volvía a comprobar que la casa estaba en perfectas condiciones. ¿Se preocupaba acaso aquella chica de mantenerla en ese estado? ¿Estaría sola o alguien la ayudaba?

El paso lo llevó hasta un nuevo sendero, bordeado de piedras grises y pequeñas, que se adentraba en un bosque todavía más oscuro que los pasajes que tuvo que cruzar para llegar hasta ahí. Lo siguió con desconfianza, sin saber a dónde se dirigía.

Para su sorpresa, arribó a una explanada de pasto, rodeada de matorrales desde donde salían enormes flores de todos los colores. Era precioso, quizás lo más ordenado y bello que había visto en todo Connery Fields.

Unas piedras grandes se ubicaban en una de las esquinas, donde él dejó el maletín mientras escalaba la más grande. Desde ahí, veía en todo su esplendor la gran casa, los pilares tallados y las tejas oscuras iluminadas por el sol. Se quedó pasmado ante la vista y volvió a bajar para tomar los objetos que había acarreado dentro de la maleta. La libreta fue lo primero que sostuvo entre sus dedos, luego el lápiz mina. Encontró en la gran piedra una posición que le acomodó lo suficiente y empezó a garabatear.

Él no se percató que desde dentro de la casa, por el ventanal del segundo piso, una figura femenina lo observaba con cautela, escondida entre las viejas cortinas color burdeo. 

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora