8- Ronald

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En un principio, el comedor quedó en completo silencio y todos, salvo Helena, nos dirigimos miradas furtivas. La joven se veía desecha, al no encontrar, de inmediato, una respuesta satisfactoria. 

Fue Gartia quien inició la conversación otra vez, con una voz más temblorosa, a pesar de que sabía que era yo quien debía continuar.

- Helena, nosotros... - La interrumpí de inmediato, fijé mis brazos sobre la mesa y cerré los puños. Esto no podía seguir así.

- Es cierto, hemos sido completamente irrespetuosos contigo. Sé – Miré a mi hermana de forma pasiva, lo que intenté replicar con Helena durante la cena luego de las advertencias que todos los miembros de mi familia me habían entregado– que te contaron que vivieron aquí en Connery Fields, pero debes tener muchas dudas que intentaremos resolver, en la medida que podamos – Suspiré. –También hay cosas que nosotros no logramos comprender, en especial yo. – Bajé la mirada y tragué un poco del agua que todavía estaba en mi vaso.

Supe entonces que las barreras que los demás me habían impuesto, antes de la llegada de la joven, estaban derribadas. Después de todo, había sido ella quien había clamado por una respuesta y yo tenía el deber de entregársela. Al menos, regalarle lo que sabía.

– Helena, tu padre y yo éramos grandes amigos. Llamarlo amigo es poco, de hecho, era más como un hermano. Nuestras madres eran muy unidas y nos criaron juntos, al ser de la misma edad. – Mi mirada se perdió en un cuadro que estaba en la pared contraria, que mostraba un paisaje verde y dos casas ubicadas en la lejanía. En la habitación revivía aquellos antiguos recuerdos, en que ambos éramos solo unos niños corriendo por los pastizales y escondiéndonos alrededor de los grandes árboles. – A ambos nos apasionaba la carpintería y desde pequeños jugábamos a crear y construir en madera. Debo decir que, a pesar de que ambos participábamos, tu padre era un niño excepcional, mucho más de lo que yo pude haber sido en toda mi vida. – Suspiré - Tenía una capacidad de imaginar y de recrear aquellos extravagantes pensamientos que yo y nadie – Miré de reojo a Gartia, quien asintió con una sonrisa – había visto en el pueblo. Al darse cuenta de sus capacidades se volvió un chico muy curioso y ambicioso, al punto de buscar nuevas inspiraciones para sus obras en los más recónditos lugares. – Una sonrisa se dibujó en mi cara – Se iba a pasear al campo, donde se perdía por días e incluso navegaba junto a los pescadores para buscar más ideas. - Suspiré - Con el pasar del tiempo y la llegada de la adultez nos pusimos a trabajar en el taller de un viejo amigo de nuestros padres, el señor Phil. Yo, porque tuve familia siendo muy joven - Miré de reojo a Clyde - y Raymond porque tenía el sueño de abrir su propio taller en la avenida principal. 

Me detuve un momento. Pude ver que Gartia se acomodaba en su silla, mientras Becky y Clyde me analizaban, atentos. Ella quiere la verdad, pensé, intentando que la frase pasara por sus mentes sin tener que pronunciarla. Continué, a pesar de que el ambiente se había vuelto más incómodo, salvo para Helena, cuyos ojos oscuros esperaban expectantes a que yo siguiera. Era como si en aquél comedor solo estuviéramos ella y yo, divisando los antiguos paisajes del pueblo de Connery Fields.

- Un día llegó a mi casa emocionado, diciendo que había encontrado un lugar precioso para concentrarse en sus obras y que le serviría de inspiración.

...

- Es una mansión blanca, gigante, a las afueras del pueblo. Te la puedo mostrar si quieres, Ronald. Es asombrosa, no tenemos nada de ese estilo por aquí.

...

- Al principio Raymond se quedaba en los jardines de la gran casa, dibujando y, a veces, llevaba un trozo de madera para tallar. Decía que adoraba el silencio del lugar y su paz. – Dejó caer sus hombros – Yo la verdad nunca entendí mucho su afán por diseñar en aquellos extraños lugares, por lo que no le presté mayor atención. – Analicé a Helena para ver su reacción. Lo único que se movía en ella eran sus hombros, al ritmo de su respiración profunda. – Un día me dijo que conoció a la dueña de la mansión, una mujer mayor, de aspecto pintoresco y con una sonrisa divertida: Marya Connery. – Se le pusieron los pelos de punta al escuchar su nombre. Se mordió el labio, de una manera que evitaba que los demás se dieran cuenta. Sin embargo, yo lo noté. –Según lo que tu padre me decía, la mujer era una verdadera caja de sorpresas. Desde que se percató de su presencia en los jardines no dejó de mostrarle los alrededores de la mansión, sus extravagancias y otros lugares a las lejanías del pueblo. Comenzó a hacerle enormes encargos. Mesas de comedor, cómodas, armarios, estatuas. – Negó con la cabeza – Yo no sé cuál fue el orden de cosas...

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora