2- Raymond

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Al levantarse se arrojó el agua fría del lavabo directamente en el rostro para lograr mantenerse despierto. Todavía su cuerpo no se acostumbraba a abrir los ojos antes del amanecer y esta semana empezaba a pasarle la cuenta. Después de cuatro días, su cuerpo le exigía dormir un poco más y volver a sus hábitos antiguos. Sin embargo, mentalmente, le era imposible hacerlo. Tenía tanto por hacer y tan poco tiempo. Si lograba terminar las tareas que el viejo Phil le había encomendado ayer, no tendría problema en excusarse para salir antes hacia la gran mansión blanca.

El solo pensamiento de tener la tranquilidad necesaria para poder tallar bajo la sombra, con la madera más fina que la señora Connery había conseguido como un regalo de cumpleaños le revolvía el estómago. Pero bien sabía él que esa no era la única razón. Ver el rostro dulce y calmado de Violetta, examinando su tarea y haciendo todo tipo de preguntas acerca de su trabajo lo emocionaba. La chica no hablaba mucho, se limitaba a entrecruzar sus manos bajo el estómago y observar con cautela el martilleo o los cortes que él hacía a un trozo de madera. Eso era suficiente. Nadie nunca había mostrado tanto interés como esas dos mujeres por su trabajo.

Eran pasado las ocho y media cuando la puerta del taller se abrió. Raymond se limitó a continuar armando una silla por encargo, encajando las patas y tomando el martillo para empezar a clavar. Llevaba las mangas de la camisa arremangadas y una gota de sudor escurría a ratos por su frente. No recordaba la hora a la que había iniciado, pero ya solo quedaban un par de muebles por terminar.

- ¿Raymond? – Era Ronald. Lo supo antes de que hablara, cuando vio sus zapatos sucios junto a la futura silla.

- ¿Qué tal, hermano? – Lo miró mientras estaba sentado en el suelo con una sonrisa, todavía con las manos en el martillo. Pasó el brazo por su frente, aprovechando de limpiarse, mientras Ronald lo analizaba, con el ceño fruncido.

Raymond notó que, desde ese ángulo, su mejor amigo se veía mucho más robusto que lo normal. Sus brazos gruesos y su metro ochenta y tres de alto lucían imponentes, algo a lo que un delgado joven como él jamás podría aspirar.

- ¿Cuántos días van? ¿Cuatro? Ni siquiera está abierto el taller esta vez. – Se cruzó de brazos y sonrió - ¿Desde cuando te volviste madrugador, Ray?

El joven se paró a su lado, apoyando el pie en el piso de madera que hace un rato había estado usando.

- Tengo nuevas prioridades ahora. – Le dijo abriendo los brazos para estirarse.

- Vamos, ¿es esa mansión blanca de nuevo?

Ronald ladeó el rostro. Se lo había dicho hace un tiempo, que había encontrado aquél lugar entre los bosques de Connery Fields, donde vivía una joven, a la que Ray describía de una belleza extraordinaria, y su tía abuela, Marya.

Al principio, su amigo no le dio mayor importancia y se limitó a escuchar el curioso descubrimiento, sobre "aquél lugar mágico y lejos del sucio puerto", en palabras de Raymond. Sin embargo, cuando las conversaciones comenzaron a tratar solo de eso el tema comenzó a volverlo loco. "Ella cree que podré abrir un taller algún día", "me admiran demasiado, mi trabajo Ronald, ¿puedes creerlo? Ni yo hubiera dado una moneda por lo que hacía", "Lo de Phil es temporal, la señora Connery está segura de eso. Tendré mi propio taller independiente". Lo exasperaba la emoción con la que decía cada palabra, tan seguro de que aquél presente lleno de pobreza y deudas cambiaría de un día a otro por arte de magia. Cada vez que su mente comenzaba a divagar con nuevos sueños e ideales que "Violetta creía que podría alcanzar algún día" lo detenía en seco y le recordaba todo el esfuerzo que había que tenido que poner él y su padre para que ambos entraran a corta edad a trabajar en uno de los talleres del pueblo, sin ningún tipo de experiencia más que su amor por ese arte desconocido, cultivado junto a los árboles de la colina cercana a sus hogares. Le decía que debían estar agradecidos por ellos y que nada es resultado del "destino", como solía decirle la señora y su sobrina constantemente. "Son solo palabras, Raymond". Eso solo lograba ponerlo a trabajar más duro y lograr el permiso para salir antes del taller. Ronald se limitaba entonces a seguir con su cometido y no darle más vueltas al asunto.

- Sé que no te gusta la idea, ¿de qué te sirve saber?

- No es que no quiera saberlo. – Alzó los hombros – Pero, ¿te tendremos de vuelta aquí en Connery Fields en algún minuto? Hace tiempo que no hacemos otra cosa que gastar el tiempo trabajando aquí antes de que te vayas a ese lugar. Te echan de menos en casa.

- Cuenta con eso – Le dio una palmada en el hombro. – No iré a ninguna parte.

Solían terminar así aquellas cortas conversaciones serias, sin ningún tipo de compromiso mayor o promesa. Ronald sabía, muy en el fondo, que su amigo lo decía con honestidad, pero aún así tenía temor de que lo olvidara. Después de todo, era él quien ordenaba las cosas entre ellos y Raymond le aportaba la espontaneidad y humor de que carecía. Se limitó a asentir.

- Oye, dejaron más cartas en la entrada. – Dijo luego de dejar el maletín junto al escritorio donde había una taza de café vacía.

- ¿Qué? ¿La ex mujer del señor Phil no se cansa todavía? "Oh, cariño, ha pasado tanto tiempo y mi amor brota de las cenizas" – Repitió los versos Raymond con una mano en el pecho y dejándose caer en el suelo de madera.

Ronald rio, jugueteando con los sobres por sus dedos.

- De hecho, quizás haya una carta de amor para ti.

A Raymond el corazón le dio un vuelco. Sin embargo, no dejó que se notara.

- ¿Para mí? A mi nunca me llega nada. – Tomó otra vez el martillo para terminar la labor que había empezado hace unos minutos.

- Atrápalo.

El sobre voló desde la mesa hasta sus manos. Una vez que lo dio vuelta se dio cuenta de que era cierto, ahí estaba su nombre.

- Es para mi padre seguramente, yo no tengo una cuenta en el banco siquiera. Se deben haber equivocado de persona.

- ¿Sigues guardando el sueldo bajo el colchón?

- Te despertaste con ánimo veo, Ronald. – Esto le causó todavía más risa a su amigo.

Lo giró otra vez.

- ¿Vas a abrirlo?

El chico alzó las cejas.

- No debe ser nada. – Se dijo a sí mismo. Comenzó a romper el sobre y luego tomó el papel que estaba todavía doblado en su interior.

- O quizás es una notificación de embargo.

Raymond puso los ojos en blanco.

Era una carta corta, de no más de un párrafo. Las palabras fueron conectadas una a una en su mente, con poca emoción al principio y luego con rapidez hacia el final. Para cerciorarse, volvió a leer el inicio. Luego comenzó desde el final, para repetirlo cuantas veces pudo antes que su amigo lo detuviera.

- ¿Raymond, qué es?

- No vas a creerlo Ronald, no vas a creer esto. – Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando alzó el papel en señal de festejo.

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora