17- Helena

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El pueblo de Connery Fields me dejó boquiabierta. Comenzamos recorriendo en la camioneta lo que Gartia llamó la "avenida principal", compuesta de dos calles en sentidos opuestos que pasaban junto a una larga playa de arena blanca, bañada por las grandes olas del mar. Esta se extendía, por uno de los extremos, hasta un puerto modesto, donde se lograba ver varias embarcaciones partiendo rumbo a altamar. Del otro lado, se alzaban algunas colinas, en las cuales se ubicaban casas y jardines largos, por los que se llegaba cruzando los senderos que habían sido marcados por la autoridad.

En el costado de la calle por la que avanzábamos, se alzaban todo tipo de tiendas rústicas, hechas completamente de madera. Cada una tenía toldos de diferentes tonalidades, lo que le daba un aire alegre al lugar. Fui leyendo sus letreros a medida que cruzábamos: panadería, zapatería, herrería, almacén... Por el lado de la calle contraria, varias personas estaban armando unas grandes carpas para cubrir los productos que comenzarían a vender en la feria que se armaba cada año, de acuerdo a lo que Gartia me había explicado. 

En los semáforos en los que nos detuvimos, obedeciendo la luz roja, la mujer , con las manos fijas en el volante, iba contándome con detenimiento aquellos detalles que a simple vista no lograba percibir. Mencionó que en el pueblo cada uno tenía un importante rol que cumplir, ya que entre todos satisfacían sus necesidades. Eso hacía que nadie quisiera salir y que la gente optara por quedarse, básicamente, crecer y morir en Connery Fields. Cuando la miré extrañada me sonrió.

- Lo sé, es difícil de entender, pero aquí se respira un aire muy particular. Es difícil resistirse. – Apretó el acelerador y el viento entró por la ventana entreabierta de la camioneta. – Ya lo verás – Me guiñó el ojo.

Continuamos el recorrido doblando hacia la derecha, adentrándonos en una calle más estrecha, por donde la gente caminaba hacia la playa. Pude ver grupos extensos de familias cruzando la calle, con los más pequeños tomando a sus padres de ambas manos. Además, un grupo de amigos se nos acercó, mientras saboreaban helados de vainilla, y saludaron a Gartia con el movimiento de sus manos.

- Es un pueblo pequeño. – Dijo ella al tiempo que bajaba la mano para ponerla en la palanca de cambio.

Un conjunto de casas comenzaron a aparecer a nuestro lado. Lo primero de lo que me percaté es que todas eran distintas, con un estilo propio y los colores más extraños. Algunas de ellas eran pequeñas, otras tenían unos enormes balcones desde donde colgaban las toallas de playa. No había nada uniforme, lo que le daba un aspecto aun más pintoresco al lugar. Era todo un espectáculo, nada parecido a la ciudad.

- ¿Mejor de lo que esperabas, supongo? – Preguntó golpeándome con suavidad con su codo.

Puse los ojos en blanco, todavía sonriendo.

- Me encanta. Es todo tan bello y colorido. – Suspiré, mientras abría la ventana y olisqueaba el aire de sabor avellana que llegaba desde la chocolatería que había en una de las esquinas. –Creo que empiezo a entender por qué mis padres vivieron aquí.

Gartia me miró de reojo, con ambas manos sujetando el manubrio, tensa.

- Tus padres... - Sus labios murmuraron las palabras con suavidad, dejando atrás toda risa. Dejó de enfocarse en mí y se quedó con la vista pegada en el semáforo. – A ellos les encantaba este lugar.

La miré extrañada.

- ¿Sabes quiénes son? ¿Los conociste?

Dejó entrever una sonrisa, sin despegar la vista de la luz roja del semáforo.

- Por supuesto que sí, querida. A penas te vi me di cuenta que tú eras la pequeña Helena de la que tanto hablaba tu madre – Me dirigió la mirada de golpe, olvidando por completo que la luz ahora era verde. Cuando sintió la bocina del auto de atrás, su mirada volvió al frente y aceleró con más fuerza. – Vaya, lo siento. A veces soy un poco más distraída que de costumbre.

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora