2 - Raymond

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Tomó un maletín y comenzó a ubicar dentro los objetos que solía llevar consigo: la libreta de su decimocuarto cumpleaños, un lápiz a mina con poca punta, un trozo de madera y el cuchillo con el que había tallado hermosas obras antes. En menos de un minuto estaba listo. Se abrochó los cordones de sus zapatos y abrió la puerta, dejando entrar el aire fresco a su hogar.

Todavía no se acostumbraba a llevar un par de llaves cada vez que salía, por lo que tuvo que volver a entrar a buscarlas, en el primer cajón de la cómoda de su pequeña habitación. Irse a vivir solo había sido todo un desafío, pero más todavía era mantenerse de esa manera y no caer en la tentación de volver a casa de sus padres.

Les había dicho que su trabajo era estable, que pagaban con lo necesario para alquilar un lugar para un joven como él. Al principio, lo miraron con desconfianza, preguntándose si acaso ellos eran un problema para su único hijo. Luego de varias conversaciones y alusiones al tema, lo comprendieron. No era que no los quisiera, todo lo contrario, los adoraba, pero quería tener algo propio. Deseaba poder utilizar ese espacio como taller, trabajar por las noches y no molestarlos.

Al cerrar la puerta, revisó que no se pudiera abrir y tomó el maletín entre los dedos de la mano derecha. Afuera, el viento estaba helado, pero el sol brillaba con fuerza sobre su cabeza. Se ajustó su sombrero, y comenzó su caminata por la avenida principal, donde chocaban dos calles y la playa, bañada por un mar de temperatura bastante agradable.

Era su sueño instalar un taller de carpintería ahí mismo, donde sus clientes pudieran comprar hermosos muebles de madera y decoraciones al estilo del puerto. Pequeñas gaviotas, como las que alguna vez le había tallado a su madre, o quizás una mesa con los bordes curvos, asemejando el movimiento de las olas. Tenía buenas ideas, de acuerdo a su criterio, pero no podía desarrollarlas si seguía trabajando con el viejo Phil. Era un buen hombre, pero demasiado conservador para su gusto. Se limitaba a hacer cosas a pedido, las que él y su mejor amigo Ronald se encargaban de concretar, pero no vendía nada muy creativo y que encantara a los ojos de las personas del pueblo. Y él estaba seguro de que podría lograrlo, si le daban la oportunidad.

Dio la vuelta por una calle más pequeña, que seguía en línea recta y era perpendicular a la avenida. Dudó. ¿Había tomado aquél recorrido antes? Sinceramente, no lo recordaba. Intentaría doblar en la próxima calle que no le sonara conocida.

Se había transformado en una costumbre salir los sábados por la mañana a buscar nuevos lugares donde encontrar inspiración para sus futuras obras. Se llevaba su libreta, en la que dibujaba y además el trozo de madera, que servía para hacer un modelo miniatura de un mueble. Esta vez, estaba empeñado en seguir una dirección opuesta a la playa, la que solía bordear. Era en esos lugares ocultos, como un acantilado o un viejo cementerio, donde encontraba inspiración.

Se le dibujó involuntariamente una sonrisa en el rostro mientras se preguntaba a donde llegaría esta vez. 

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora