5- Raymond

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Pasó sus dedos por la arcilla y luego se echó hacia atrás para observar con más perspectiva su obra. Todavía le quedaba mucho trabajo por hacer y sentía que no había avanzado un poco siquiera, a pesar de que había gastado toda la mañana.

Se dirigió al riachuelo que pasaba junto a él y lo que era todavía un intento de escultura. Se agachó para limpiar sus manos y luego pasó un poco de agua por su rostro sudoroso, sintiendo que el frio llegaba hasta su cerebro.

Llevaba instalado ahí desde muy temprano, trabajando para lograr hacer aquella escultura que Marya le había encargado. Se lo pidió con ansias, manifestando la necesidad de adornar las piezas de invitados. Al principio él se mostró bastante reacio, argumentando que hace mucho tiempo no trabajaba con dichos elementos y que generalmente utilizaba madera. Sin embargo, no hubo como plantear una oposición firme frente a aquella mujer entrada en años. Era demasiado terca y apasionada como para contentarse con un "no" por respuesta. Bastaron un par de minutos para que Raymond aceptara el material que ella misma había conseguido. "Puedes usar cualquier lugar junto a la casa para inspirarte. Todo lo que necesitas está aquí".

Al cabo de un rato, se encontró bordeando la mansión, cruzando una fila de arbustos de flores rojas y adentrándose en un bosque frondoso por donde los rayos del sol cruzaban de manera dispersa. Le encantaba ese paisaje, el que con el pasar de los días se había vuelto menos desconocido que al momento de arribar a la mansión blanca. Ahora le parecía demasiado lejana la colina desde donde había dibujado la casa por primera vez.

Fue cerca de ahí donde encontró un lugar agradable para trabajar, en el cual la luz del sol llegaba de manera directa puesto que las ramas del árbol más grande se habían caído. Seguramente, eso había sido fruto de una antigua tormenta de verano o los fuertes vientos que azotaban el pueblo de Connery Fields.

Ahora estaba sentado, con el rostro aún frío por el tacto con el agua, apoyado en el grueso tronco de un árbol. Observó desde un ángulo distinto la escultura, pasando su mirada por el rostro de la joven con dos cuencas para reflejar los ojos y los labios delgados sobre el mentón. De pronto, sus ojos se encontraron con un cuerpo delgado y pálido, un vestido color púrpura y botines. No cabía duda de que ella no estaba hecha de arcilla.

Se apresuró para hablar.

- No está terminada todavía – Dijo con una sonrisa en voz alta, poniendo sus brazos sobre las rodillas. – No te alarmes si no logras comprenderla.

Odiaba lo tonto que se ponía cuando veía a Violetta. Nunca podía hablarle mucho puesto que Marya Connery llenaba las conversaciones dirigidas solamente a él con preguntas numerosas acerca del pueblo y de su gente. Sin embargo, en los pocos espacios que tenían juntos, recogiendo los platos y llevándolos a la cocina, no lograba decir una sola palabra con inteligencia. Bromeaba, como lo hacía con Ronald y los demás en el taller, pero nada de eso parecía sorprender a la chica. Se limitaba a dirigirle la mirada con el ceño fruncido y a hacer una mueca que lucía como una sonrisa apagada. Luego de eso, venía nuevamente la voz de la mujer con fuerza desde el comedor, sin darles un segundo más.

- Es hermosa – Dijo ella mientras acercaba su mano en ademán de tocarla con sus finos dedos de porcelana. Se detuvo antes de hacerlo, arrepentida, todavía con la vista fija en el cabello rizado de la escultura. Lo llevaba por sobre un hombro, mientras con ambas manos se sujetaba sus piernas. A él el simple hecho de escuchar su voz lo sorprendió.

Se quedó mirando sus movimientos pausados y la manera en que entrelazaba sus manos bajo su estómago. Esto abrió un espacio de silencio entre ellos, el que fue llenado por la brisa que se coló entre los árboles.

- Podría ser mejor. – Pronunció tomando una rama que estaba sobre el pasto. Jugueteó con ella entre sus dedos, todavía con un poco de arcilla entre ellos.

Ella lo miró fijamente.

- Eres muy perfeccionista, Raymond. - ¿Había acaso escuchado su nombre salir expedido desde sus labios? ¿Podía esta ser la primera vez que se dirigía a él de esa manera? Tragó con fuerza. – Es preciosa. – Comenzó a acercarse más, hasta bordear la estatua completamente- La señora Connery tiene razón sobre tu talento. – Se percató que lo había dicho en voz alta y cerró inmediatamente la boca, avergonzada.

- Tu tía es excesivamente buena conmigo. – Observó que se daba la vuelta y quedaba de espaldas a él. Cuando vio que empezaba a girarse comenzó a balbucear otra vez, con el ánimo de que aquella conversación no terminara – Es como si viera algo en mí que yo no estoy viendo. – Agachó la cabeza y juntó las manos, todavía sobre sus rodillas.

Violetta se volteó.

- Me acostumbré a ese sentimiento – La vio sonreír. Tampoco había hecho eso antes mientras estaban entre las paredes de la gran mansión blanca. – A sentir que siempre está un paso más adelante que yo.

Raymond frunció el ceño, sin comprender muy bien a que se refería la chica. Ella había desviado su mirada hacia un punto indefinido entre los matorrales, perdida en pensamientos que la acechaban más de lo normal en aquella soledad.

- Deberías cortarle un poco el cabello

- ¿Qué dices? – La pregunta lo tomó por sorpresa.

Ella lo miró con sus ojos oscuros profundos directamente.

- Se vería más linda y relucirían mucho más sus facciones. – Ladeó el rostro haciendo una mueca con los labios. Le costaba creer que estuviera sonriendo. – Mira, desde aquí se ve lo que quiero decir.

La joven le extendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie.

- Tengo arcilla en los dedos – Musitó alzando las cejas.

La chica puso los ojos en blanco. Él le dio la mano y se paró en ambos pies, sacudiendo la arcilla seca que había caído desde su camisa.

- ¿Lo ves? – Sus rostros quedaron solo un par de centímetros uno del otro. Ella tenía la mirada fija en la escultura, pero Raymond no podía evitar observarla de reojo. – Si moldearas la espalda y le dieras más curva...

- Ah, creo que entiendo lo que dices. – Contuvo la respiración al pronunciar las palabras. – Aunque...el cabello más corto... no lo sé, no se parece a lo que pensé. – Dudó.

Ella seguía sin mirarlo. Pasó la mano por su barbilla, todavía analizando la escultura.

- Dejaría de parecerse a ti.

Lo miró de golpe y sintió que sus mejillas se ruborizaban al enarcar las cejas. El joven temió haber dicho demasiado, por lo que se quedó en silencio esperando a que ella se manifestara. Sin embargo, el silencio fue pronto detenido por la voz de la señora Connery.

- ¡Raymond! – Alzó la voz con alegría. La joven se separó de él, temblorosa. – No puedo creer lo que estoy viendo – La mujer detuvo su paso frente a la obra- está realmente hermosa.

El joven pasó la palma de su mano por detrás del cuello, dubitativo. Observó de reojo a Violetta, pero supo inmediatamente que con la presencia de la anciana se había abierto un abismo entre ellos. Era como si la joven se hubiera encogido y se absorbiera en su cuerpo delgado, debajo de la tela de su vestido.

- Creo que le falta mucho todavía, usted sabe que esta no es mi mayor especialidad.

- Es espléndido. – Sus ojos felinos se posaron en él, para luego ir directamente a Violetta – Querida, ¿podrías traerme una taza de té? Vaya que hace frío entre la sombra de estos árboles.

- Claro, señora Connery. – Dijo con voz pasiva y apagada, distinta a la manera dulce de hablar con que lo sorprendió hace tan solo unos minutos.

No pudo despegar la mirada de su figura sino hasta que se perdió de forma definitiva en el bosque para llegar a la mansión otra vez.

- Perfecta para una habitación de invitados, ¿no crees? – Pronunció la anciana percatándose de la distracción del chico.

- Es perfecta. 

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora