15- Helena

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Cuando Felicia habló de la vieja bicicleta no se me pasó por la cabeza que realmente fuera tan antigua. Una vez arriba, pensé que la estructura se desarmaría al entrar al rocoso camino de tierra. Me sostuve de los pedales con firmeza y logré mantener el equilibrio por el sendero. Así, a medida que fui avanzando, fui teniendo más confianza en su firmeza y en que sería capaz de llegar, al menos hasta el puerto de Connery Fields.

Iba muy rápido, pensando en que mi ausencia de la mansión blanca no tenía que ser percibida por Marya. En todo caso, no creía que fuera posible que lo notara, tomando en consideración que yo ya no salía de mi habitación y ella rara vez lo hacía de su oficina. Era el momento oportuno para hacerlo, para advertirle a Jeremy Bells.


Crucé la avenida principal, rememorando el camino que había seguido semanas atrás para llegar a su casa, de acuerdo con las instrucciones de Javier, el trabajador de la florería. Eran tantas las ideas que cruzaban mi cabeza, que me equivoqué de camino varias veces, en una ocasión incluso llegando a una calle sin salida. 

Tuve que detenerme, frente a un banco de madera y apoyar la pierna en un farol para relajarme y ordenar el mapa que tenía del pueblo en mi cabeza. Si no lo hacía, sin duda no llegaría a alguna parte. Ese fugaz respiro me sirvió para notar que estaba cerca de la calle por la que había cruzado con Gartia para llegar a su florería, lo que era un buen punto de referencia. Tenía que seguir colina arriba.

El sudor caía por mi frente y el sol ya había puesto mis mejillas coloradas. Agradecí llevar una polera delgada, con unos pantalones cortos color celeste, los que me resultaron absolutamente cómodos para aquella intensa travesía.

Cuando me di cuenta que ya bajaba por la vereda correcta, la ansiedad me empujó para acelerar todavía con más fuerza.

Me detuve y dejé caer la bicicleta, lo que hizo chocar el metal con el pavimento. Corrí por las escaleras del porche y golpeé la puerta. Al hacerlo me percaté que no tenía absolutamente ningún plan. ¿Qué iba a decirle a Jeremy después de todos estos días sin verlo? ¿Cómo pretendía que me creyera? Era una locura, no tenía sentido. Sin embargo, mi mano continuaba golpeando la puerta cada vez con más fuerza. Era como si mi cabeza no lograra conectarse con aquella energía que invadía cada rincón de mi cuerpo. Debía detenerme cuanto antes y pensar mejor las cosas.

- ¿Jeremy? – Pregunté alzando la voz.

No obtuve respuesta.

- ¿Jeremy estás ahí?

- No vas a encontrarlo, Helena.

Me di vuelta con sorpresa. Estaba de pie, con su gorra, las manos escondidas en una chaqueta gruesa y el parche de su ojo incrustado en su piel. Empecé a temblar.

- Oh yo, lo siento. – Entrelacé mis manos sobre mi estómago, con nerviosismo – Sé que no debería estar aquí. – Dije cabizbaja.

Al cabo de un instante, al ver que solo me analizaba con la misma mirada que me profirió la última vez, continué.

- Pero es que necesito verlo, Roey. – Cerré el puño y alcé la voz con decisión. No tenía por qué darle explicaciones, yo sabía muy bien qué es lo que quería y lo que debía hacer. Esto era lo correcto. - Es un asunto urgente. No voy a hacer nada malo. 

George Monroe negó con la cabeza y fijó su vista en el horizonte.

- Helena, yo me equivoqué contigo – Lo miré con desconfianza, enarcando las cejas – No sé como es que hiciste lo que hiciste ni de donde vienes – Su tono era calmado. Caminó hasta apoyarse en una de las maderas que sujetaba el pequeño tejado bajo el cual nos encontrábamos – La verdad, tengo muchas dudas que creo que no quiero resolver. Pero, la vida está llena de eventos inexplicables, ¿no crees?

No respondí, aunque sabía que la respuesta era afirmativa, luego de la conclusión a la que había llegado esa misma mañana acerca de Marya Connery y de los habitantes de ese pueblo oculto entre montañas y mar. 

- Este es uno de esos momentos, sin duda alguna. Y es uno por el que estoy profundamente agradecido. – Me sonrió, sin mostrar sus dientes. Sentí que mis manos dejaban de temblar.

Su mirada se volvió pasiva y tierna. 

 – Lograste un cambio en Jeremy, uno que yo creí que era imposible a estas alturas. La verdad yo pensé que él simplemente... - Suspiró – No lo sé, no sabría explicarte el mal presentimiento que yo tenía sobre el rumbo de su vida.

Tragué con fuerza. Yo sabía perfectamente cuál era el camino que le esperaba a ese chico y el dolor que eso iba a traerle a su familia y a sus amigos. 

- No solo él ha cambiado, yo también lo hice gracias a Jeremy. Los dos necesitábamos algo uno del otro y quizás eso fue lo que ... – El anciano me miraba expectante – eso fue lo que produjo todo esto.

Él se acercó a mi a paso lento. 

- George, aquí hay algo que...

Alzó la mano para que me detuviera.

- Helena – Su ojo me analizaba con firmeza, de un lado a otro – No quiero una respuesta. – Mis hombros cayeron debilitados – Soy un anciano, muy viejo para comprender. Pero si sientes que Jeremy lo necesita, debes ir. – Me dedicó una sonrisa entre dientes - Está en el puerto. Ve rápido porque está a punto de zarpar.

- ¿Zarpar? – Pregunté dudosa

- Debes verlo por ti misma, Helena. – Se aferró a mis brazos. Pude tener una mejor visión de su piel rugosa y desgastada – Gracias, muchas gracias. 

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora