15- Helena

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Dejé que el agua de la ducha fría corriera por mi espalda durante unos instantes, con los ojos cerrados. Tomé la toalla blanca que colgaba del viejo perchero y envolví con ella mi cuerpo al salir.

El espejo no estaba empañado, por lo que no fue difícil ver mi reflejo.

Pasé la yema de mis dedos por las ojeras que todavía ocupaban un puesto debajo de mis ojos. Luego me apoyé en el lavabo, dejando el peso de mis hombros sobre este. Fue solo un sueño, me dije, tal como lo había hecho desde que me desperté aquella mañana.

Luego de caminar hasta mi cama, todavía desarmada y con el libro entre las sábanas, me puse el vestido púrpura de mi madre con unas pequeñas botas. Mi dirigí hacia el ventanal frente al balcón y pude ver la pequeña porción del mar que se colaba entre los árboles. Fue solo un sueño, repetí.

Me volteé y tomé el libro de portada negra entre mis dedos, sin abrirlo.

No lograba comprender qué fue lo que Felicia vio en este, como para creer que allí encontraría algún tipo de explicación. ¿Quería acaso que leyera sobre un niño que había tenido una experiencia similar a la mía? ¿Sabía siquiera Felicia que mis padres también habían fallecido de improviso? Más interrogantes surgían en mi cabeza. Suspiré.

Escondí el pequeño ejemplar dentro de un cajón de la cómoda de mi habitación, bajo una gran camisa de dormir. Si de algo estaba segura, era que había prometido mantener el secreto.

Cuando bajé a desayunar, no me sorprendió no encontrar a mi tía. Esta vez, la mesa tenía menos platos que el día de ayer, dos con pasteles y uno más con trozos de pan recién horneado. Seguramente las criadas se habían percatado ya de mi falta de apetito por las mañanas.

Comencé a servirme un vaso de jugo de naranja en una de las copas vacías. Fue entonces cuando Mildred abrió de golpe la puerta, lo que me hizo saltar de sorpresa.

- Buenos días, señorita Helena. – Se percató del susto que me había dado – Oh, lo siento, no quería perturbarla.

- Está bien, está bien. – Bebí un poco del jugo, sintiendo el frío pasar por mi garganta. – Buenos días – Le sonreí.

Su cabello lucía más revoloteado que los días anteriores, y cuando alzó las cejas una serie de arrugas se formaron en su frente.

- Su tía ha planificado un viaje al pueblo, me dijo que le avisara para que cuando esté lista vaya con Gartia. – Me miró con ternura, sus mejillas estaban rosadas.

- Lo recuerdo. Estupendo. – Tomé uno de los pasteles, por lo que mis dedos quedaron cubiertos de un polvillo blanco. Lo dejé en el plato que estaba frente a mí.

- ¿Necesita algo más? ¿No quiere que hornee algunas galletas? No tardaría.

- No te preocupes, esto está más que bien.

Parecía balancearse con las puntas de sus pies, por la manera en que su cabello se movía hacia atrás y adelante. Decidí romper el pequeño lapso de silencio que se había formado entre nosotras.

- ¿Sabes dónde está Felicia? Debo hacerle una pregunta.

Mildred detuvo el balanceo y desvió su mirada.

- Felicia... no se sentía muy bien hoy, por lo que le dije que se quedara en cama y yo me preocuparía por el desayuno.

- ¿Está enferma? ¿Está bien?

- Si, mi sobrina es muy buena para... pescar resfriados en esta época.

Asentí.

- Ojalá se recupere pronto. – Dije, mientras me sentaba frente a la copa y el pastelillo.

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora