6- Helena

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Desperté de golpe, sin saber cuántos minutos transcurrieron desde que me había apoyado en los almohadones. Con la cabeza todavía dándome vueltas, abrí la puerta un poco, lo suficiente para poder salir y ver el pasillo. Este estaba ahora completamente oscuro, por lo que me dirigí nuevamente a mi alcoba a tomar el recipiente gris que sujetaba la vela, que aún no se consumía por completo.

A medida que avanzaba por el corredor, este se iba iluminando y resaltaba, como lo había hecho a mi llegada, el papel tapiz color lila. Sentí entonces el aroma a pollo y vegetales, lo que produjo el retorcer de mis estómago.

Comencé a bajar las escaleras, las que rechinaban con fuerza mientras mi mano, que aun sujetaba la vela, temblaba. Una vez abajo me dirigí, instintivamente, a una habitación que se veía muy iluminada y cuyas puertas de vidrio se encontraban abiertas de par en par. Entré.

Pude ver una mesa larga rodeada de varias sillas de madera barnizada. En la cabecera, se encontraba un plato metálico con una porción de la comida cuyo aroma había sentido en el pasillo, dos copas de cristal y una servilleta blanca bordada con pequeñas flores. Mi estómago se retorció otra vez.

En una de las esquinas vi la sombra de la mujer, con un pequeño reloj entre sus manos. Lo reconocí por el sonido que hacía. Sus ojos se encontraron con los míos.

- Las nueve. Perfecto.- Cerró la tapa de su aparato y lo dejó dentro de uno de los bolsillos de su chaqueta. Se sentó, con una sonrisa, en la cabecera opuesta e indicándome con un gesto que la acompañara. Analizó cada uno de mis movimientos: como me sentaba en el puesto más cercano a la entrada y luego mientras ponía mis manos sobre la mesa, dejando a mi lado la vela todavía encendida.

- Es tan... novedoso, tener a alguien aquí en esta casa después de tantos años.- Suspiró- Es muy importante para mí, Helena, todo esto.

Bajé los hombros, nerviosa.

A su espalda, se abrió de golpe una puerta. Entró entonces el hombre de tez negra, llevando puesto un uniforme blanco y negro, bordeando su cuello un corbatín del mismo tono. Entre sus manos, tenía una jarra con agua y otra con un líquido espeso y rojo. Mientras dejaba una de estas sobre la mesa, servía con la otra a la mujer, la que no despegaba sus ojos de mis movimientos. Pude sentir que Thatcher pasaba por detrás de mi espalda.

- ¿Vino? – Me preguntó. Tuve que girar el rostro para encontrarme con la gran sonrisa que acompañaba sus palabras.

- No, gracias – Respondí. – Solo agua.

Esta comenzó a caer en una de las copas de cristal.

- Espero de verdad que el lugar sea de tu agrado, Helena – Una risita se le escapaba cada vez que pronunciaba mi nombre. Era como si le encontrara algo gracioso. – Parece ostentoso, pero son solo pequeños lujos que me gusta darme. Solo soy una anciana a la que le gustan... este tipo de cosas. - Tomó la copa de vino entre sus dedos largos y comenzó a hacerla girar suavemente.

- Está bien, puedo acostumbrarme, creo. – Dije entre dientes. Tomé un bocado de mi plato con uno de los finos tenedores que estaban junto a mi mano izquierda.

- Este tipo de vida es muy bueno. La ciudad es un mundo difícil, lleno de preocupaciones, movimientos, ruidos que ensordecen a cualquiera. Jamás logré estar cómoda y creo que por eso decidí venir aquí. - Continúo realizando el mismo movimiento, lo que me tenía muy concentrada. Ella no le quitaba la vista a la copa de cristal. – Sin embargo tu padre... él era distinto.

Ahora la miré fijamente, Marya no lo notó.

- Quería ver el mundo, salir.

Se quedó en silencio y bajó la mirada. Dejó la copa junto al plato.

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora