8- Felicia

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Llegué a Connery Fields por recomendación de Mildred, una vieja amiga de la familia que sabía que buscaba un empleo que me llevara lejos de la ciudad y pudiera darme el dinero suficiente para ayudar a mis padres. Al principio, me pareció extraño el lugar, como a ti te pasó, e incluso quise volver. Sin embargo, tener el apoyo y compañía de Mildred me ayudó a darme cuenta que no era tan terrible y que las tareas del hogar se podían completar más rápido de lo que creía, teniendo mucho tiempo libre para aprender a hacer cosas como tejer o bordar e incluso disfrutar del bello paisaje en el que la casa está inserta.

Tenía tareas básicas en ese entonces, cuando era solo la "criada nueva de la señora Connery". Limpiaba, barría y cocinaba cosas simples. Mildred se llevaba la peor parte. Debía ir al pueblo al menos tres veces a la semana a traer frutas y verduras frescas, aseaba una vez al mes todas las habitaciones y cocinaba las cenas principales. Recuerdo que agradecía todos los días que allí viviéramos solo tres mujeres y un hombre, Thatcher, quien ya estaba aquí incluso antes de mi llegada.

Al pasar un mes o dos, la señora Connery le dijo a Mildred que comenzara a enseñarme a hacer sus tareas y que la acompañara con los deberes de la mansión. No creo que haya sido porque se dio cuenta de mi eficiencia o rapidez, sino porque Mildred es una mujer de mayor edad y le cuestan más las cosas que antes. En fin, así fue. Comencé a ir al pueblo a comprar y a asear junto a ella las habitaciones, salvo una a la que Marya Connery no me permitía la entrada, por ser todavía demasiado nueva. Un día Mildred me explicó que, además de los extraños hábitos que caracterizan a la señora, para ella esa pieza, la que luego supe era su biblioteca, era un lugar sagrado. "Lo único que sé es que ella dice que ahí no entra nadie más, no desde la última vez", me dijo. Verás, una persona curiosa como yo no queda satisfecha con ese tipo de respuestas y fue lo que me llevó a hacer lo que estoy por contarte.

Dentro de las tantas tareas que completamos juntas, tuvimos una semana de aseo profundo en la mansión. Mildred iba con un gran llavero que contenía las llaves de las habitaciones y yo la seguía desde atrás, con todos los objetos de limpieza. Fuimos una a una, quitando el polvo de las cortinas que no se abrían en año, cortando las telas de araña y pasando jabón y agua por los vidrios de las mesas. No era tan malo como podrías pensar, Helena. Las recámaras son preciosas y uno se encuentra con toda clase de objetos extravagantes. Al menos cosas que yo no había visto en mi vida, como grandes relojes de cuerda o adornos de cerámica verdaderamente impresionantes. Como seguía los pasos de Mildred, solo me limitaba a observar y apreciar lo que estaba frente a mí, sin perder el tiempo.

Estábamos en eso cuando Mildred cayó enferma. No fue nada grave, jaqueca y un poco de nauseas. Me dio entonces la llave de la única habitación pendiente y me pidió que fuera yo sola, que luego ella chequearía para ver si había hecho bien mi trabajo. Cuando me dio las indicaciones para llegar me percaté de que era la habitación del primer piso, a la que no me estaba permitida la entrada. Al principio, esta me pareció igual a cualquier otra, pero no lo era. No tenía una cama o una gran mesa con sillas, sino que una fila de repisas llenas de libros junto a dos sofás color verde musgo y una chimenea en la pared de en frente, completamente apagada. De niña no era muy lectora, pero me quedé pasmada ante la cantidad de tomos juntos que aparecieron frente a mí. Fui revisando sus títulos y siguiendo la división que supuse la señora Connery había hecho de ellos por categoría en las distintas estanterías: romance, misterio, historia, y muchos otros. Entonces mis dedos se detuvieron en una fila de libros, todos con la misma portada negra, que tenían un etiquetado por debajo, en el que se leía, en letras cursivas, la palabra Connery. Debo decir que fui desobediente y actué con la curiosidad que me caracteriza al tomar cualquiera de los ejemplares, solo porque me intrigaba que tuviera el nombre del lugar en el que trabajaba. Lo puse en el bolsillo grande de mi delantal, nerviosa, y me lo llevé a mi alcoba para entretenerme en la noche. Fue recién entonces cuando partí a leer.

Al principio, no logré hacer ningún tipo de relación, pero a medida que iba pasando las páginas me daba cuenta del parecido del puerto, al que yo había tenido que ir a comprar ya varias veces, con los paisajes que ahí se describían. Pero la mayor sorpresa no fue esa. La historia trataba de un joven aventurero, que debía salvar a su familia de un terrible secuestro en alta mar. Me quedé sumida en la lectura todo aquél día, no soy una rápida lectora, por lo que tardé bastante en dilucidar como terminaría todo. Recuerdo que llegué a la parte donde el tipo perdía su ojo izquierdo y lo cerré angustiada. No tenía un final feliz.

Cuando le comenté a Mildred que tenía el libro, porque la verdad es que no puedo ocultarle nada estando durmiendo en la misma habitación, se enojó mucho conmigo. Dijo que si la señora Connery se enteraba, lo más probable, era que me echara de la mansión. Prometí no hacerlo de nuevo, tenía miedo de perder mi trabajo y dejar de ayudar a mi familia.

Esa misma mañana, Marya ordenó que fuera al puerto a comprar una gran lista de comida a la feria que se había instalado por el fin de semana. Caminé con el sol pegándome en el rostro, lo que no es usual porque generalmente tenemos transporte en bicicleta o el auto de Gartia. Al llegar, me sentía muy mareada y tuve que sentarme en una banca de la primera calle a la que arribé. Mientras estaba ahí, con el canasto de compras entre mis manos lo vi. Era él, Helena, el mismo anciano acerca del que yo había leído la noche anterior. Lo primero que pensé era que tuve una alucinación producto del calor. Recuerdo haberme refregado los ojos una y otra vez. Cuando lo perdí de vista, fui a la primera tienda de la esquina a comprarme una botella de agua. Pensé que me desmayaría. Al llegar a casa, le comenté a Mildred la gran coincidencia y no le dio mayor importancia. Me dijo, textual, "No exageres, chiquilla, en todo pueblo hay un anciano con un parche en el ojo izquierdo". Pero era él, yo estaba segura, era el joven George Monroe, solo que ahora lucía más viejo.

Antes de pasarle la llave de la biblioteca a Mildred, fui otra vez. Demasiado arriesgado, pensarás, pero la duda me carcomía por dentro. Busqué un nuevo libro del sector "Connery", el primero que mis dedos tocaron, y dejé el otro en su lugar exacto para no causar sospechas. Esta vez, la historia involucraba a otras personas, entre ellas una chica risueña que soñaba con abrir una florería. Contrario a la novela sobre Monroe, esta no tenía un final, sino que después de una página entintada, la seguían solamente otras en blanco. Decepcionada, creí que ese sería el fin de mi búsqueda. De hecho, no me parecía haber visto a la joven apodada Gartelia, de cabello castaño y manos gruesas antes, como el libro la describía. Pasaron días hasta darme cuenta de que la novela hablaba de ella, ¡de Gartia! Supongo que no usa ese nombre ni con su familia. Fue un día cualquiera en que me recogió para llevarme a comprar pescado al puerto en que me percaté de la situación. Me cayó como un ladrillo en la cabeza. Entonces lo supe con claridad: la visión que yo había tenido de George Monroe no era una alucinación. Fue un descubrimiento extraño y espeluznante a la vez.

Y bueno, continué tomando novelas de la biblioteca, cada vez que Marya Connery nos pedía que hiciéramos aseo en la habitación. Me entusiasmaba, de hecho, cada vez que Mildred hablaba de que era hora de trabajar y me mantenía en vela toda la noche, sumida en la lectura, con el único propósito de luego ver a los personajes en el pueblo. Quizás ahora con hijos, tal vez con la misma edad que dicta el libro. Nunca lo sé con claridad y eso es lo más interesante, Helena. Los personajes parecen ser reflejos de aquellas personas que caminan despreocupadas por los rincones de Connery Fields. Pero Helena, existe una cosa que yo no he podido averiguar, y creo que te presté el libro con el fin de que me ayudaras a resolverlo. Verás, yo soy una simple criada de la señora Connery. No mantengo conversaciones con estas personas ni me conocen lo suficiente. Es por eso que yo no he podido descifrar si ellos son los personajes de los libros que he leído. ¿Lo comprendes? ¿Cómo puedo saber si el George Monroe del que habla la novela, aquél que perdió su ojo intentando salvar a su familia, es el mismo que camina ayudando a los pescadores en el puerto si no es hablando con él? Es un verdadero acertijo y creéme, he intentado escuchar conversaciones pero no dicen nada revelador. ¿Y sabes con las posibles respuestas con las que nos podríamos encontrar? O bien la novela es una copia de las personas del pueblo, en un sentido meramente superficial, o son un verdadero reflejo de sus vidas. ¿Te lo imaginas, Helena? ¿Te imaginas que la escritura de una novela pudiera cambiar el destino de quienes tenemos a nuestro lado?  

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora