21- Helena

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Cuando vi que Gartia se arrojó en uno de los sillones de la sala de estar, cansada, le ofrecí seguir sola el recorrido por el puerto. En un principio, se negó férreamente, ofreciendo mostrarme una gran feria que se instalaba todos los años en aquella fecha y darme un paseo por las colinas cercanas. Pero, poco a poco, sus fuerzas fueron disminuyendo y me fue haciendo un mapa del lugar con sus palabras, para que pudiera llegar sin problemas a donde quisiera. Lo más importante era reconocer donde estaba la casa color naranja, para poder volver a la mansión antes de que el día terminara, como le había prometido Gartia a mi tía.

- Te acompañaría si no fuera porque tengo que volver al trabajo – Dijo Clyde, caminando por la habitación de brazos cruzados.

- No hay problema, han hecho mucho por mí. El almuerzo estaba delicioso. – Le sonreí a la mujer, que me miraba apoyada en el respaldo, con el cuello caído hacia su hombro derecho. – Entonces, ¿sigo bajando por esta calle? – Repetí parte de sus indicaciones

- Así es, el mar se ve perfectamente desde aquí. No tendrás problema en llegar a la playa. – Se detuvo un instante – ¡Ah! Recuerda tomar del perchero un chaleco color crema, creo que lo dejé ahí ayer. Te quedará algo grande, pero servirá para el frío de la tarde.

Asentí.

- Muchas gracias, otra vez.

- No hay de qué, linda. – Mencionó Gartia.

- Vamos, te acompaño a la entrada – Clyde se puso el sombrero negro y le dio unas palmadas en el hombro a su tía, desde la parte trasera del sillón. Luego siguió caminando hacia la puerta, donde descolgó la chaqueta que dejó en uno de los percheros que colgaban en la pared. Como había mencionado Gartia, ahí estaba el chaleco, el que puse entre mis manos y luego pasé por sobre mi cabeza. Corroboré lo pequeño que era mi cuerpo en aquella prenda.

Seguí a Clyde.

Cuando abrió la puerta, entró la brisa que me perseguía desde mi primera noche en Connery Fields. Sujeté mi vestido con mi mano para evitar que se levantara.

- ¡Nos vemos! –Dije antes de que Clyde cerrara y quedáramos ambos frente al jardín.

- Bueno, aquí debo dejarte. El hospital está unas cuadras más allá. Si tienes cualquier problema, no dudes en volver aquí, ya sabes cómo hacerlo.

- Sí, suerte con tus pacientes – No supe qué más decir.

Él me sonrió y luego agitó su mano cuando se alejó lo suficiente.

Ahora sí estaba sola y lista para iniciar mi nuevo recorrido.

...

Hace muchos años que no se veía una tarde tan ajetreada en el puerto.

Las familias caminaban entre los puestos comerciales, armados aquella misma mañana con altos palos de madera y toldos hechos de género. Algunos compraban pan, frutas, pequeñas artesanías de madera o adornos para sus hogares. Mientras, los mercaderes, gritaban las ofertas del día a todo pulmón, atrayendo a distintos consumidores a sus rústicos locales. Varias mujeres tomaban de las manos a sus hijos menores, al tiempo que estos, desesperados, intentaban zafarse para ir a jugar con las gaviotas que peleaban por un trozo de durazno, cerca del muelle. Del otro lado, un grupo de hombres y jóvenes de todas las edades se dirigían a sus botes para dejar enormes redes con las que saldrían a pescar.

Un tumulto de personas se desplazaba por el lugar durante aquella feria anual de verano, la que se había vuelto una importante tradición. Se realizaban, en aquella fecha, innumerables actividades, como carreras de nado y de caballos, competencias musicales y de deportes entre los locales. Este era un buen día para disfrutar de la calle que recorría la playa.

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora