Capitulo 37

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Beverly iba conduciendo por las solitarias calles de la tarde, en el horario donde menos gente había fuera de sus casas. Después de que su hijo la llamara para preguntarle si podía recogerlo en la casa de los padres de Tony, ella simplemente se puso los zapatos y fue hasta el auto para ir a buscarlo, aunque sabía que tenía que ser cautelosa con lo que diría si llegaba a ver los Stark, porque no quería causarles una mala impresión siendo ellos tan conocidos. Las veces que paró en una luz roja, ni siquiera hizo el intento de mirar por la ventanilla, como siempre lo hacía cuando sus viajes eran relativamente largos; en ese momento, ni siquiera se sentía en condiciones de eso. Primero debía pensar qué era lo que iba a decirles a Howard y María si se los cruzaba; después tal vez, sólo tal vez, hablaría con Stephen sobre lo que había pasado dos días atrás. Tenía razón: no podía vivir reflejando a su ex marido en él.

Cuando detuvo el auto en la próxima luz roja, Beverly miró el asiento del copiloto, donde sólo estaba su bolso. Se le hizo extraño que Stephen no estuviese ahí, ya que, salvo cuando se iba al trabajo, su hijo casi siempre la acompañaba a todos lados.

Ahora, la única compañía que tenía a su lado era el mismo bolso negro que llevaba a su trabajo y, sin menor importancia, su celular, que estaba encima del mismo, aplastándolo un poco. Al mirarse un poco en el espejo retrovisor, notó que su rostro se veía cansado y sus ojos azules carecían de cualquier rastro de brillo. Casi daba la impresión de que había salido de un estado depresivo. Se sentía exhausta.

Un bocinazo corto la hizo reaccionar. La luz ya estaba verde. Aceleró mientras su mirada se quedaba clavada en el camino nuevamente. La imagen de su hijo, en medio de la mansión que imaginaba, aún molesto con ella tenía cada musculo de su cuerpo duro como una roca... aunque seguramente una roca sería más fácil de romper en ese momento. Pero lo que resultaba más intenso era el mensaje de su cabeza, el cual no dejaba repetirle que no debía olvidar a dónde estaba yendo. Cuando Stephen le dio la dirección y le dijo de quién era, Beverly casi pudo sentir que se quedaba sin aire por un simple jadeo. Jamás, ni siquiera cuando Tony comenzó a comer con ellos, se le cruzó por la mente conocer la casa de Howard y María Stark. Pero ahora, queriendo ver una vez más a su hijo antes de tener que irse a trabajar, iba a prepararse mentalmente, porque, en su fuero interno, algo le decía que tenía que hacerlo.

—Tranquila, sólo intenta saludar e irte con él lo más rápido posible—se dijo a sí misma después de estacionar el auto. Bajó del mismo y se dirigió a la puerta de la mansión, quedándose un momento de pie delante, sin salir de su sorpresa. Su sentido de las cosas estaba un poco alterado y uno de sus ojos estaba un poco más cerrado que el otro, como si estuviese en un estado de trance. Desde el pecho le irradiaban punzadas de un sentimiento gris, que se extendían hasta su cabeza, convirtiéndose en voces molestas.

Respiró hondo y caminó lentamente hacía la puerta de entrada, sintiendo que sus piernas se iban debilitando cada vez más. Tocó lentamente el timbre y esperó con paciencia.

— ¿Quién es?—preguntaron a través del altavoz.

— ¿Tony? Soy Beverly—respondió la mujer, casi sorprendida.

—Oh...—soltó despacio el joven. Sonaba casi avergonzado—. Deme un minuto.

Escuchó que la señal parecía cortarse y se alejó un poco del altavoz. Suspiró con suavidad e intentó mantener la frente en alto. Conociendo a Tony, la haría pasar sin escuchar objeciones, así que lo mejor que podía hacer era seguirlo.

Logró escuchar pasos apresurados detrás de la puerta y un segundo después, Tony abrió la puerta de golpe.

— ¡Hola!—saludó, sonriendo con torpeza—. Lo siento, estaba un poco lejos.

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