Epilogo

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Tras haber terminado de acomodar las cosas para la tarde y asegurarse de que Tony no se comiera nada antes de que llegaran los demás a su casa, siendo que acordaron merendar allí, Pepper se soltó la coleta del pelo, dejando la liga en su muñeca como si fuese un brazalete, y volvió hasta la cocina para ver cómo estaba su amigo. Ya faltaba poco para que ellos llegaran y la rubia quería que todo estuviese bien.

Por suerte, los últimos días en el instituto habían sido normales y eso les permitió estar tranquilos. Nadie quiso hacer algo muy «extravagante» para despedir a los cursos que terminaban, y eso fue algo que el grupo agradeció; ninguno hubiese querido ir a una fiesta de despedida organizada por las personas del instituto, que muchas ganas tampoco le pondrían, sabían todos. En opinión de Pepper, haber ido sólo a la entrega de diplomas y despedirse de los profesores que mejor les caían (y restregarles el diploma a los que peor en la cara) había sido lo mejor.

Aún se veían con frecuencia, incluso si ya estaban comenzado a buscar universidades para empezar luego de las vacaciones y, hasta el momento, habían tenido bastante suerte por las que encontraron, aunque no habían recibido respuestas sobre ser aceptados o no. De todas formas, no estaban muy impacientes por obtener una. Ni siquiera sus padres los habían presionado tanto para que se anotaran en una universidad en particular.

Lentamente, se apoyó contra una mesa y se quedó mirando la figura de su amigo mientras él usaba el celular, sin percatarse de que ella estaba ahí. Por la sonrisa que intentaba esconder y los gestos que hacía, no tardó en darse cuenta de que estaba hablando con Stephen. En un punto creyó haber visto su cara algo roja, aunque sin dejar de sonreír como un tonto. Un tonto enamorado, pensaba ella, sonriendo tiernamente. Sabía lo mucho que esos dos se habían unido y saber eso y que todo iba bien la hacía muy feliz.

A pesar de que casi siempre eran discretos, Pepper jamás pasaba por alto algunas muestras de afecto que Tony y Stephen solían tener, incluso si ellos trataban de que nadie lo notara. Suspiró. Tony aún no parecía listo para dejar que ella los viese en medio de un abrazo o beso. Quizás sólo debía darle un poco de tiempo.

Al oír su suspiro, Tony giró la cabeza y apagó el celular, un poco avergonzado.

— ¿Has estado ahí mucho tiempo?—preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.

—No. Sólo lo suficiente como para ver tus gestos de alegría—contestó, burlonamente—. Vamos, Tony, te conozco mejor que eso: no hace falta que escondas tus melosos mensajes a Stephen.

Tony rodó los ojos, aunque sin dejar de sonreír y Pepper se acercó a él.

— ¿Ya te dijeron por dónde están?

—Sí. Dijeron que estarán aquí en cinco minutos—respondió Tony—. Espero que no se atrasen. Ni siquiera me dejaste probar el pastel de tu madre.

—Oye, una vez que empiezas, ya no paras—reprochó ella, divertida.

—Cállate—gruñó su amigo.

Al mirar por la ventana, notaron lo naranja que se estaba poniendo el cielo a cada minuto, creando un efecto como el que se ven en cuadros de galerías o incluso en Internet. Incluso algunos rayos del sol se colaban por la ventana, dándole un bonito efecto. Aunque, más que apreciar todo lo anterior, no dejaban de preguntarse cuánto tardarían realmente en llegar los demás a la casa. Ambos se miraron y se echaron a reír cuando se dieron cuenta que pensaban lo mismo.

—Como siempre...—comentó Tony, recordando que no era la primera vez.

—Sí, también... lo pensé—susurró, cerrando los ojos un momento— Por cierto, ¿cómo vas con el tema de tu medicación y todo eso?

Plan de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora