Capitulo 29

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En el gran salón, tras haber revisado varias veces las mesas para estar seguros de que todos los invitados tuviesen un plato y vaso en la noche y de ver que los meseros estuvieran con todo preparado para la ocasión, Tony y Pepper ya no sabían que más hacer para ayudar a sus padres, por lo que, teniendo cuidado de no tocar ni romper nada, se sentaron cerca de la mesa que tendría los pasteles y las cosas dulces para cuando la cena y el segundo baile pasaran. Ese era el horario preferido de ambos.

El lugar se llamaba Luna Dorada y no difería mucho de lo que los adolescentes habían visto durante todos los años que sus padres fueron elegidos para realizar esas fiestas con más empresarios.

En sí, ayudarlos con la organización del lugar no fue un trabajo muy pesado. Los meseros eran bastante amables y, hasta el momento, ninguna de las mujeres dueñas del lugar había ido a quejarse por algún inconveniente ni nada por el estilo, lo cual era más que relajante, porque la verdad, ninguno estaba para aguantar más quejas.

Una de las dueñas, amiga de María, se mostró especialmente afectuosa con ambos jóvenes, pero era algo que ellos, en realidad, ya esperaban desde que supieron que la fiesta sería en Luna Dorada. Siendo amiga de una persona que estuvo casada con Stark, obviamente querría dar una buena impresión con tal de que siguieran alquilando su salón para próximos eventos, y si eso requería tratar a los chicos como príncipes, pues lo haría. Desde que entraron, ella iba cada tanto para preguntarles si necesitaban algo. Al declinar gentilmente, ella sonreía y les decía que podían pedirle cualquier cosa. Ellos sólo asentían ante eso.

El vestíbulo mostraba un grado elevado de actividad. El sólo ver las mesas con los manteles blancos que llegaban casi hasta el piso, con una negro encima mucho más corto, y las sillas cubiertas con telas de igual color, ya daba una imagen bastante clara de cómo se manejaban allí durante las fiestas de empresarios. Cada mesa tenía un florero alto con dos rosas blancas. La gran escalera estaba cubierta en la mitad por una alfombra roja y luces doradas en las barandillas como las de navidad. La barra donde hacían tragos estaba a un lado de donde harían los bailes. Un hombre de camisa blanca sin saco estaba detrás, hablando de forma coqueta con una de las mesaras. Esperaba verlo ahí cuando comenzara la fiesta y no detrás de los arbustos con la mujer.

Una de las paredes estaba formada por grandes ventanales de cristal que hacían que las luces de afuera se colaran, pero debido al evento de esa noche, habían cortado el transito, por lo que el ruido de los autos no iba a ser escuchado esa noche en ningún momento hasta que llegara la mañana. Tony miró hacia su derecha y vio una gran puerta en forma de arco que daba hacia una sala, similar a la de una mansión. Por lo que pudo ver mientras los meseros entraban y salían de forma apresurada, estaban sus padres y los de Pepper, hablando animadamente y riendo de vez en cuando, mientras bebían una copa de champagne, tratando de manejar los nervios para cuando llegaran los invitados. Mientras Tony los observaba, oyó a Pepper suspirar de forma cansada. Tony la miró y luego bajó la mirada. Ninguno realmente quería estar ahí, pero, a cómo eran algunas personas, lo mejor que podían hacer era evitar que sus padres pasaran un mal momento buscando una excusa de por qué ellos no estuvieron presentes.

Hasta el momento, el único ruido que ellos podían oír eran los murmullos apresurados de los trabajadores, el sonido constante e irritante de las copas chocando entre sí cuando eran apoyadas por una persona que llevaba varias en una bandeja y que dejaba casi con brusquedad sobre la mesa por el miedo de que se cayeran, los pedidos que hacían los propios meseros a sus compañeros pidiéndoles que les trajeran algo que ellos habían olvidado... A Tony le habían llegado algunos recuerdos un poco borrosos, de todas las veces que oía lo mismo en las fiestas y que, como siempre se aburría, se terminaba metiendo en el auto de su padre y se quedaba dormido en el asiento trasero. Por una vez, sonrió al recordar las veces que eso pasó y que, cerca de la madrugada, sus padres subían al auto y reían suavemente al verlo. Ellos sabían que su hijo siempre hacía eso, así que, a menos que una noche lo vieron salir sin Virginia detrás para detenerlo, no debían preocuparse demasiado.

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