Capítulo 2

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Ya son entrada las doce y media del mediodía cuando los ejecutivos menos relevantes empiezan a despedirse del príncipe, quedando minutos después, solo Ágata, el director y Abdel.

—Me gustaría tratar directamente el asunto con la señorita Ágata —dice sin pensarlo dos veces, Abdel.

— ¿Cómo? —pronuncia estupefacto el director.

—Como lo escuchó señor Daniel, no estoy acostumbrado a repetir mucho las cosas, por no decir que nada —la irritación y más la diversión, se deja ver en la dura voz del príncipe, cuando dice en español aquello, con marcado acento.

—Claro —titubea rabioso, Daniel.

Daniel, es el directo de aquella zona, un bastardo prepotente y arrogante, también acosador, le gusta tener las cosas a su favor, siempre desde los dos años que Ágata lleva trabajando con ellos, se ha hecho alarde de los proyectos financieros ambiciosos e increíbles de Ágata, todo por ser mujer, no ceder ante sus caprichos y llevarse los honores ante el presidente.

— ¿Qué piensa usted, señorita Ágata? —Abdel no desaprovecha oportunidad para hablarle, para escuchar su voz, para observarla.

La mira, ve en su mirada algo de temor, entonces sus ojos siguen a quien ella mire de aquel modo que intenta esconder. El director bueno para nada, le está dando una mirada de advertencia. Tensa su gran cuerpo, se las arregla para no descargar su furia contra el viejo verde.

—Yo...—sisea nerviosa.

—Hable, sin miedos —la última palabra, sale a doble sentido, sonríe mostrando su blanca y perfecta dentadura, aligerando la tensión.

Con valor decidida, por lo que siente cuando Abdel menciona aquellas palabras, les hacen sentir segura. Se ve dando la respuesta de manera rápida.

—Estoy muy de acuerdo —muestra una sonrisa extensa, relaja, hermosa, haciendo que Abdel maldiga.

—Perfecto —en un gesto desesperado, el príncipe pasa sus dedos por su azabache cabello —. Me gustaría hablar a solas, con el director Daniel Ibarra —la mención se su nombre, pone al hombre mayor nervioso, se ve como su frente transpira.

Ágata asiente sin pronunciar palabra, va a levantarse cuando la mano del príncipe toma la de ella, ayudándola a hacerlo. Su toque le genera sensaciones que no sabe describir, éxtasis, cambio, electricidad, son como una atracción de polos opuestos, explotando con cierta dinamita, en las extremidades nerviosas de su cuerpo.

Está nerviosa.

Maldice.

Nunca el toque de un hombre le había afectado como el toque de ese príncipe, piel bronceada, alto y hermoso.

Mueve la cabeza disimuladamente, para ahuyentar esos pensamientos. Toma su portafolio, donde está todo lo de la reunión.

—Me retiro, con permiso —mira por el rabillo del ojo al manojo de nervios de su jefe, que mira la mano de ella aun en la del príncipe, eso se siente demasiado.

—Puede, Ágata —cada vez que ese príncipe menciona su nombre, le recorre un hormiguero y siente que detrás de esa mención, hay algo más.

Daniel Ibarra, sólo asiente.

—Gracias —murmura bajo y lentamente deja la mano del príncipe.

Este se gira a observar cómo camina hacia la puerta, absorto, sin despegar la vista; es sexy sin proponérselo, camina de una forma única, con seguridad, espalda erguida, su cabeza derecha y siempre con la vista al frente, pasos bien firmes. Ella es una joya única. Cada paso que da mueve su redondo trasero, es hombre y no puede evitar mirarla, así como está seguro de que muchos la observan.

La Occidental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora