Capítulo 37

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Ingresa a los aposentos tenso, algo muy pesado está sobre su espalda, romper relaciones con Alemania es algo sumamente difícil y tal vez alguna baja sobre las exportaciones que esa potencia tiene con la monarquía de Dubái, sin embargo él no lo pensará dos veces si tiene que hacerlo, si siquiera Derek se atreve a tocarme un pelo a Ágata, hasta ahí llegan las relaciones con Alemania y si quisieran seguir teniendo tratos con los árabes, entonces de todas formas rodará la cabeza de Derek Fisher y aprenderá que cuando es no, es no.

Toma aire para poder calmarse, quiere ir y partirle la cara por ser tan atrevido, suficiente ha aguantado ya sus miradas y sus palabras no medidas.

Alborota su cabello azabache, algunos mechones le caen por la frente. Afloja el nudo de la corbata para luego arrancársela de mala gana y lanzarla a algún lugar de sus aposentos.

— ¿Qué te pasa? —la busca y la encuentra frente al espejo quitándose los pendientes y las pulseras que lleva. Sus miradas se encuentran a través del reflejo.

—Nada que no tenga solución, tú por ejemplo, solucionas muchos de mis males.

No quiere arruinar el comienzo de la noche recordando lo que su madre le ha dicho hace tan solo unos minutos, solo quiere disfrutar con su esposa y olvidarse un rato de los males.

Todos le causan dolor de cabeza, menos ella.

Ágata le devuelve una sonrisa tras el reflejo antes de girarse.

—Y quiero ser siempre eso para ti, que no sea tus males, sino tu cura.

Abdel se acerca con una sonrisa y solo prueba sus labios cuando los junta con los de ella, antes de apartarse y mirarla fijamente a los ojos.

—Me enoja la situación de que tengas sobre ti a ojos codiciosos, pero también me halaga que mi esposa no solo sea bella por fuera, sino bella por dentro, tu aura, tu luz, ilumina todo a su paso —parece recitar poesía cuando habla de ella —. Pero maldita sea, que estoy odiando que Derek haya puesto sus ojos en ti, eres la mujer prohibida para ellos.

Ágata suelta un suspiro pesado.

—Otra vez ese tipo —aprieta los dientes al mencionarlo —. ¿Ahora que ha hecho?

La vena en el cuello de Abdel late constantemente.

—Quería entrar a tus aposentos. Le advertí que se alejara de ti por las buenas, pero está empecinado en seguir mirándote como mujer —su tono de voz se eleva a medida de que va hablando, ese desagradable tipo saca de sus casillas al príncipe consecutivamente, ni su hermano Mustafá logra hacerlo.

Haga suelta una palabrota en español que Abdel no logra oír, pero sí escuchar las maldiciones que de la preciosa boca de su esposa salen.

—Él podrá verme como mujer, pero solo eso, porque yo, escúchame bien príncipe —con sus manos hace que la mire cuando toma sus mejillas —. Yo soy tu mujer.

Es suficiente para que un fuego arrasador queme las venas de Abdel, active la pasión y las ansias de siempre resguardarla en sus brazos, ella es más que una simple esposa como llegó a pesar al principio que sería, al avanzar los días a su lado, se da cuenta que cada vez ella se cuela y de mete más en su vida, sin saberlo, sin buscarlo.

Sujeta su nuca y con gran mano la atrae a su cuerpo para devorarla con esa pasión que en vez de ir disminuyendo, cada día más va aumentando.

Sus gemidos de aprobación y satisfacción cuando le responde Ágata de la misma manera es lo que le hace rugir con fuerzas y ganas de arrancarle todo de una buena vez por todas.

—Desde que te vi llegar he querido quitártelo de manera lenta, pero no sé si podré, ando muy necesitado de ti —la evidencia para Ágata es esa dura y creciente erección que está sobre su vientre.

La Occidental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora