Capítulo 23

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Su suave respiración y el movimiento leve de su suave, pequeño y delgado cuerpo le despierta, ese aroma que su piel impregna llega justo a sus fosas nasales y es que desde que olió su piel la primera vez puede reconocerlo a millones de kilómetros.

Los primeros rayos del sol apenas y salen en la mañana de Dubái.

Las cortinas de la habitación de su nueva esposa son pesadas y rojas lo que dificulta que entre algún rayo de sol a aquella habitación, sin embargo el príncipe está acostumbrado a levantarse mucho más antes que a esta hora y ya por costumbre sabe cuando está el sol y cuando no.

Lo más extraño para él es que no había sentido hasta hace unos instantes la necesidad de despertarse. Algo le dice que si la mujer que ya se entre sus brazos, con su cabeza en su pecho, su cabello esparcido, no se hubiese movido, seguiría la siesta hasta altas horas de la mañana.

Sus ojos oscuros se abren detenidamente para tratar de acostumbrarse a la suave luz que hay en la habitación, antes de yacer dormido como un búho al lado de su mujer, apagó las lámparas de luz y se sumieron en una sola y única oscuridad, donde solo ella y él eran los protagonistas.

Sus oscuros ojos se quedan fijos en el techo de la habitación, donde la decoración y los detalles hechos en cemento, lo entretienen por unos segundos antes de mirar a la belleza de piel bronceada y ojos verdes que ha vuelto loco y tomado el poco autocontrol que hay en su cuerpo, el mismo que reacciona apenas la observa.

Mira entre una pequeña reja y ya los primeros rayos del sol dan a las habitaciones del palacio y es cuando se da cuenta que ya deben ser entradas la siete de la mañana. Nunca antes se dio ese lujo de descansar y más en su vida adulta. A las cinco de la mañana es un hombre que está de inmediato de pie.

Algo está cambiando o alguien lo está cambiando.

Ese alguien es ella, Ágata, su bella occidental. Ella se ha vuelto una droga que lo emboba, aunque nunca se atreverá a reconocerlo en voz alta, se ha convertido en la única que desea y tenerla desnuda y entre sus brazos es un sueño, una fantasía hecha realidad. Pensó que al tenerla entre sus sábanas, que al adentrarse entre su virginal cuerpo, abrirse paso por su estrechez, lo caliente de su carne, se le iría eso que le carcomía por dentro, lo que por más de una noche como un adolescente puberto, tuvo que darse baños de agua helada y en más de una ocasión tener que bajársela. Sin embargo, la forma en la que se acopla a su alrededor y la manera en la que encajaron la noche anterior, al contrario de quitarle ese dedo que estremece sus entrañas, le ha hecho sentirse necesitado y urgente de tenerla siempre, de no querer dejar que salga de entre sus brazos, de entre su cuerpo.

Necesita saciarse de ella, no quiere sentir que depende de si cuerpo, de su ser, de su aroma embriagador, de su presencia, de su sonrisa y belleza. De nada. Él tiene otra esposa que aunque la haya puesto de castigo y ciertamente no le despierta nada y más ahora pensarla desnuda ni siquiera tiene una reacción en su cuerpo, solo puede ver a la bella joya entre sus brazos. Aún así debe prestarle suma atención a las dos, ambas por igual y más Yashira que es la primera y siempre lo será, la madre de su primogénito y sucesor del trono.

En aquel momento no tiene cabeza para ello, solo necesita de Ágata y es algo que no le gusta, porque bien sabe que ella es la causante de toda su distracción.

Necesita volver a tenerla antes de que irrumpan la paz que ambos tienen.

Observarla y verla una y otra vez lo mantiene urgido y a la expectativa de todo.

Nunca se queda con ninguna, ni Yashira, ni amantes a amanecer en una misma cama, ni cuando perdió la virginidad, ni mucho menos en su noche de bodas con la princesa, obviamente no fue con ella con quién tuvo su primera experiencia sexual, a diferencia de la princesa.

La Occidental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora