Capítulo 45

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El dolor en su vientre es inaguantable, contracciones que duelen como si le están dando con un látigo de tres capas de tejido. Es algo que duele más allá de lo físico, más allá de lo que se puede imaginar, su corazón de madre.

Ese corazón que le dice que algo va mal, que algo está por suceder.

Escucha los gritos y las voces del príncipe Abdel lejanas, pero no ignora la angustia que hay en cada palabra pronunciada.

El liquido de la placenta y la sangre no se detiene corriendo por entre sus piernas que apenas y la sostienen, puesto que no dejan de temblar.

—Por favor, por favor...mantente conmigo pequeño.

Gruesas lágrimas bajan por sus mejillas. Hay un nudo duro, grueso y fuerte en su garganta y pecho que no la deja respirar.

—Te tomaré en brazos amor, mantente conmigo, no dejes de mirarme —el príncipe hace lo que dice, no ve a ninguno de los empleados que hay alrededor suyo y mucho menos a la familia real que tienen rostros preocupados.

Sus manos solo están en un lugar, el lugar donde está su bebé, el lugar en el cual amenaza con salir y no bien.

Sus ojos permanecen en el rostro de Abdel. No es capaz de devolverle la palabra cariñoso que le ha dicho y la cual ha sido mencionada de entre sus labios por primera vez dirigida hacia ella. Su mente no tiene cavidad para nada más que no sea ese bebé que ama tanto y que con tan fuertes contracciones y sangre que sale por su parte íntima solo han hecho hacerle saber cuán mal está él ahí dentro, que algo le pasa, que algo le duele a su pequeño.

Una fuerte contracción le atraviesa el cuerpo cuando Abdel va bajando las escaleras.

Sus alaridos de dolor se escuchan en el palacio, todos están alrededor suyo en cada momento.

—Ya llame a la ambulancia, viene en camino —informa una angustiada y lloradita Aisha posicionándose al lado del príncipe.

— ¡No voy a esperar una ambulancia! —brama Abdel con la preocupación y el dolor surcando su rostro —. ¡Kemal! ¡Ábreme la primera puerta! —grita un Abdel casi corriendo.

—Mantente conmigo pequeño, no dejes a tu madre, por favor... ¡Agh! —se encoje entre los brazos de Abdel cuando una fuerte contracción le sobrecoge hasta el último ápice de piel —. ¡No me dejes!

Cada cuerpo se estremece en dolor y sufrimiento al escucharla.

María no espera tiempo y sube con el príncipe a la parte trasera del auto.

—Estoy aquí amiga, no te voy a dejar —toca su pierna.

Ágata no deja de sollozar. Le duele, su corazón duele y un frío helado hay en su pecho.

Siente que algo se le está desprendiendo del alma a cada instante en el que respira y derrama sangre.

La jeepeta en la que van se mueve a gran velocidad por las calles de Dubái.

Abdel no deja en ningún momento de sostener su mano.

—No lo quiero perder —las lágrimas mojan la camisa de Abdel y ella aprieta sus mano en cada contracción —. ¡Es un niño! ¡Lo sé! ¡Quiero a mi bebé!

Su llanto tan puro, tan doloroso, tan roto y surcado por el dolor, el miedo recorriendo su ser, el temor.

—No lo vamos a perder —Abdel aferra su boca a la frente de ella para dejar sus labios ahí por un tiempo más prolongado de lo normal.

Un trayecto de veinte minutos, Kemal lo ha hecho en menos.

Las puertas son abiertas abruptamente por el príncipe que corre prácticamente con ella acuesta.

La Occidental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora