Capítulo 8

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No sabe cómo camina, pero su cerebro al parecer le da orden a sus pies, dado que su parte que le hace pensar está totalmente dirigida hacia Abdel, aquél príncipe bello, guapo y todos los apelativos de guapura lo tiene él, más sin embargo por su mente pasan las mil y unas formas de reclamarle, matarle, golpearle por ser tan cruel y poner en una cuerda floja lo único con lo que puede sustentar a su familia.

No sabe cómo ha terminado en aquél auto de presidencia que la fue a buscar a la zona franca y que ahora la llevaba de vuelta.

Las casas, centros comerciales, los árboles pasan delante de sus ojos en pausa, a pesar de que el auto va a la velocidad permitida en aquella zona, que son los ciento ochenta kilómetros por hora, le parecen que son los más lentos.

Necesita con urgencia llegar a su oficina y hablar con María, para que ambas con todo su empeño localicen al príncipe ese. Entre sus pensamientos llega el recuerdo que él le dijo que regresaría el lunes temprano, entonces puede que ya esté en el país. Observa el reloj en su mano izquierda y ya son las doce del medio día, tanto ha sido el impacto de la noticia que el mismo presidente de la república le dio, que su mente se ha bloqueado hasta el hambre que sentía por no probar bocado desde el día anterior por la noche, a ese paso sabe que su salud peligra pero no le importa con tal de ellos estén bien.

No sabe si soportaría hasta el demonio de príncipe de Dubái se le diese la regalada gana de aparecer por la zona franca para poder enfrentarlo, mejor se va por la primera opción y es que ella y María den con su paradero, algo que resulta una tarea muy difícil, no están hablando de cualquier persona, hablan de un príncipe que ha de proteger cada paso que da.

Sus pensamientos quedan a un lado cuando el lujoso Mercedes Benz es detenido en la puerta de entrada del edificio de donde trabaja. Para cuando toma su cartera ya su puerta está abierta y baja de ésta.

—Gracias —le agradece al señor que solo se limita a darle un asentimiento de cabeza antes de que ella se pierda por las puertas de entrada.

Sus pasos son veloces cuando llegan al ascensor, se encarga de presionar de manera constante el botón para que abra.

Se adentra en la caja metálica al éste abrir su puerta y va pensando cómo diablos empezará a buscar a ese príncipe.

El conocido sonido del ascensor le hace saber que ha llegado a la planta donde labora.

Lo primero que sus ojos ven es a una María que parece estar esperándola.

— ¡Ágata qué bueno que llegas, te esta...!

Las palabras de María se quedan a medio decir cuando se ve interrumpida por una furiosa Ágata.

— ¡Necesito que empieces ya a localizar al maldito príncipe del demonio de Dubái! —vocifera a todo pulmón importándole muy poco que los ojos de todos estén sobre ella murmuren, ella solo los ignora mientras se dirige a su oficina a pasos agigantados con una María nerviosa tras de sí.

—Ágata escucharme...

Otra vez es interrumpida.

—No ahora María —toma el pomo de la puerta y la abre mirando sobre su hombro a María que parece que se le saldrán los ojos de las orbitas —, no sé cómo le vamos a hacer, pero empieza por los periódicos o alguna página web, pero necesito saber dónde coños está la maldita jaula de ese infernarte de príncipe que tiene Dubái.

Todo su cuerpo está dentro de su oficina.

— ¿Así que soy un príncipe del demonio?

La voz ronca y gruesa de Abdel, con deje de diversión le paraliza el cuerpo y alza la vista, encontrándose con aquel príncipe endemoniadamente guapo, muy cómodo sentado en su silla giratoria, mientras se mueve de lado a lado y tiene su bolígrafo en manos a la vez que la perfora con su penetrante mirada.

La Occidental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora