Capítulo 11

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Se ha quedado en su lugar con la mirada fija, viendo la tarjeta que hay en su mano, parece una simple tarjeta como todas, solo con color y letra diferente, con nombre diferente y demás, sin embargo está hecha de lo mismo, es un simple papel que si ejercemos más presión de la normal en ella se romperá, no obstante aquello se siente como un gran peso que carga en su mano, amenazando con tumbarle el brazo, expandiéndose hasta su pecho e instalándose ahí.

Por más difícil que resulta todo, por más que se verá humillada porque ella dijo que no, lo rechazó, negó y afirmó una y mil veces que no iría en su búsqueda, doblegada, valdrá la pena. Ella no importa, ellos sí.

La decisión está tomada.

Como puede se levanta del frío piso sosteniéndose de la pared, las rodillas les tiemblan y teme que en cualquier momento a manden al piso. Le cuesta respirar, el nudo en pecho no la deja y, o pude ni tragar, los ojos le escocen por llorar, le duele cada movimiento que hace para acercarse a aquello que tanto renegó que haría.

Como puede toma sus cosas en manos y las guarda en su cartera nuevamente, su cabello lo echa atrás y se recompone, mostrando una frialdad que sabe que se desmoronara en cuanto vea a Abdel, ni siquiera sabe como lo mirar a la cara y le saldrán las palabras.

Avanza con los pies temblorosos, recorriendo los pasillos que se conoce de memoria, pero solo es su cuerpo el que lo hace porque su mente está muy lejos de ahí.

Dobla en un pasillo y se topa de frente con María.

—Por favor cuida a mis padres en lo que regreso.

Apenas le pide eso, retoma la marcha, escucha perfectamente los pasos de María tras suyo cuando toma el ascensor, le bloquea el paso, no los puede dejar solos. Ya más tarde irá por su hermano, ese pequeño la necesita por igual.

— ¿A dónde vas Ágata? —indaga la asistente.

—Voy a resolver todos mis problemas —contesta y se gira a presionar el botón para llamar al ascensor —. Quédate aquí por favor, prometo recompensarte.

María se queda aturdida y reacciona cuando ya Ágata está dentro del ascensor.

—Pero Ágata, ¿Qué vas a hacer? —tiene dos cafés en la mano que se le voltean un poco, dejando salir el líquido caliente, quemándola un poco, lanza una maldición.

—Solo espera y ya verás. Espero que ya no sea demasiado tarde —murmura antes de que las puertas se cierren dejan a una María atónita mirando la puerta sin saber.

—No entiendo nada —susurra para sí mismo María.

Se queda unos minutos pensando que podrá ser, hasta que una alarma se activa en su cabeza. La única persona que tiene el suficiente poder y dinero para solucionarlo todo es él, ni siquiera Ágata aceptando acostarse con Daniel a cambio de que le solucione los problemas, ese bastardo no tiene el suficiente dinero, solo puede ser él, le sobra el dinero.

—Ágata fue en búsqueda de Abdel Farid —concluye para retirarse del pasillo pensativa.

Solo espera que ese príncipe realmente valore quien es Ágata, no existe persona más valiosa que ella conozca que su amiga.

***

La vio el lunes, a mediado de las doce, rabiosa, furiosa con él, con ganas de matarlo si pudiese, pero a la vez la vio de la forma más vulnerable aunque lo intento ocultar.

No puede olvidar la forma en la que ella se siente tan bien encima de su cuerpo, la forma en la que huele su pelo, lo suave y atrayente de este perfume, las curvas que tiene su cuerpo y lo maravillosamente que se siente tenerla cerca, además de lo que no puede olvidar, ese beso robado, las milésimas de segundo que sus labios estuvieron sobre los suyos, carnosos y atrayentes, suaves como el terciopelo, pero también lo pesado de su suave mano.

La Occidental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora