Capítulo 4

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Abdel se había cegado cuando vio aquel hombre colocarse detrás, demasiado pegado, contoneándose al ritmo de la música al igual que ella y más ira le dio cuando Ágata no hizo nada para apartarlo, sino que disfruto de cómo ese tipo se le restregaba encima.

Pensó una y mil cosas al verla así, tan entregada, pensó que sería una, ¿Regalada? Definitivamente aquel término pasó por su cabeza, cuando ella le permitía tocarla como lo hacía, no pensó en ese breve instante si era su novio. Estuvo a punto de bajar él mismo y partir a aquel fulano en dos cuando su boca se posó sobre la carnosa de ella, el vaso que portaba en ese momento en su mano, fue quien recibió de lleno su ira, cuando no aguanto y se quebró en sus manos por la presión ejercida.

Ya iba en camino a bajar cuando vio que se separaba y pronto el hombre tomó su mano sacándola de la discoteca y ella gustosa iba con él.

Las venas de su frente se pronunciaron, al saber inmediatamente a donde aquello llegaría. Se sintió furioso, traicionado. Fue estúpido sentirse así, porque ella no es su esposa quien a aquellas horas debía de estar dormida en sus aposentos.

No habló mientras a la carrera bajaba aquellas escaleras y se dirigía a la salida trasera de aquella discoteca, donde apenas salió ya les esperaban sus camionetas listas para salir, pero a diferencia de lo que sus hombres pensaron que se marcharían al departamento que tiene en el centro de la ciudad, él dio la orden clara de que se apresuraran a la parte delantera, sin cavidad a la duda, él da una orden y se acata.

Apenas giraban en la calle delantera, pegado al cristal vio como aquel fulano la tocaba sin descaro, ella se dejaba, no pensó si era su novio o algo por el estilo, algún amigo con derecho, solo tenía claro en su cabeza el impedir que ese fulano aquella noche pusiera sus manos sobre ella.

Ahora la ve dormir recostada a su lado en el asiento y se permite observarla a más detalle.

Su cuerpo es digno de una escultura, lleno de curvas atrayentes, lo pálido de su piel bronceada le hace ver más hermosa. Lentamente su mano toma uno de los mechones de su largo cabello castaño y se lo lleva a la nariz. Huele a olivos, suave y brillante, un cabello sedoso.

Suelta rápidamente el mechón de cabello, sintiéndose azorado, abrumado, recordándose a sí mismo que ella es una occidental, no tiene sus mismas costumbres.

Va tan sumido en sus pensamientos que cuando han llegado al aparcamiento privado del edificio no se da cuenta hasta que uno de sus escoltas le toca la ventana.

Sale de su aturdimiento, bajando del auto acomoda su ropa y rodea la camioneta, él mismo se encarga de abrir la puerta. La toma en sus brazos de manera delicada. Ciertamente su peso no es liviano, pero para su estatura y fuerza ella es una pluma.

En cuanto la tiene en sus brazos, ve que se remueve, despierta abrumada.

Por un momento se ve desconcertada y al otro está pestañeando, mirándolo a la cara.

Se remueve, se baja de sus brazos, perdiendo el equilibrio, el alcohol en su sistema aún no pasa y los altos tacones no le ayudan.

Aún teniendo aquellos altos tacones es un minios delante de aquél príncipe bello, que la observa con una mirada penetrante.

— ¿Dónde coños estoy? —su voz sale rasposa, sus manos se colocan a ambos lados de su cabeza, el dolor es insoportable.

—Ese vocabulario, Ágata —no obtiene una respuesta, solo un regaño y un poco de diversión.

—Me vale —contraataca sin inmutarse —, responda. No volveré a preguntar.

Abdel toma una postura relaja, sus manos las coloca dentro de los bolsillos de su pantalón, abre un poco los pies, baja un poco su cabeza y sus oscuros ojos mieles se centran en el rostro corazón de la castaña, su cabello oscuro se mueve con el suave viento y una sonrisa de medio lado surca su rostro.

La Occidental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora