Capítulo 63

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"La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos." _ Antonio Machado.

Toda la vida escuchas sobre la muerte, la vez cercana, la vez lejana, pero nunca puedes hacerte a una idea de cuándo llegará, de cuándo tocará tu morada y se llevará un pedazo de tu corazón o arrancará el motor del cuerpo de tu pecho.

No te preparas nunca para ver morir a quién amas, a quién quieres.

En este momento Abdel lo experimenta, quienes se reúnen a su alrededor tampoco, todos amaban a Habid.

— ¿De qué hablas? —inquiere entre la neblina de lágrimas que no le permite ver con claridad. Le falta el aire y el oxígeno, él un hombre fuerte, Abdel Farid está derrotado.

Ágata toma su rostro entre sus manos.

—Mira su cuello —señala, trata de no apartar la mirada, el llanto es lo único que puede escuchar, es lo único que sale de su garganta, es lo único que su esposo hace, llorar —. La sangre está acumulada en su cuello... su cabello tiene marcas de dedos Abdel, sus manos están en otro lado.

Trata de aferrarlo a su cuerpo cuando cae de rodillas. El golpe del duro de concreto no le hace efecto, está tan desgarrado.

— ¿Quién? ¡¿Quién se atrevería a hacerte esto papá?! —rasga la camiseta que cubre su torso —. ¡Dime que estoy soñando su majestad! —sus manos se extienden al frente tratando de alcanzarlo pero no puede, está paralítico.

Ágata se abalanza sobre Aisha antes de que toque más allá.

La mujer no reacciona, parece una estatua en vida, sus ojos dos cascadas, está tan fría y tan inconsciente que no nota cuando la aparta.

Al llanto de los empleados a su alrededor, de Abdel que llora tan desgarradora. Ágata acabada tumbada en el piso llorando desconsolada.

Jamal es el siguiente en desplomarse.

— ¡Papá! —se desgarra la garganta —. ¡Despierta! ¡Es mentira! ¡Esto es un juego, vas a despertar!

Nadie dice nada, ¿y cómo decir algo cuando no hay palabras que pueden expresar el dolor sentido?

—Murió Jamal —le confirma Ágata ahogada en su llanto —. Mataron a su majestad.

Gatea para sostener la mano de Abdel que se estrella en puño una primera vez en el piso, la segunda Ágata la detiene.

—Mi amor... Te estás lastimando mucho más —lo aferra a su pecho, parece un niño roto y desconsolado, alguien que le han quitado todo.

—Quiero dolor, quiero un dolor físico que se asemeje al que estoy sintiendo —suena sofocado.

—Nada se compara —besa su cabellera, en vano seca sus lágrimas —. Debes ser fuerte, te necesitamos Abdel, no puedes dejar que la muerte de su majestad sea en vano —lo apretuja contra su pecho.

Nazli, Zaida, su madre, apenas lo soportan.

Aisha parece un cadáver pálido y sin vida.

Sus hijos están a su alrededor llorando, los nietos del palacio, todos, incluso logra ver Yashira, se mantiene apartada.

Un nuevo motivo resurge en su ser, la venganza, observa el cadáver de su padre, las lágrimas no cesan, tampoco la sangre de sus nudillos heridos, no se asemeja el dolor en su mano.

—Papá —solloza —. Te juro que mataré yo mismo a quién lo hizo —el aire es denso, pesado, triste, hay grima —. Lo haré pedazos.

Tira de su cabello.

La Occidental ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora