Capítulo 22

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Narra Ana


Era un jueves por la mañana como cualquier otro. Un par de semanas después de que Mimi nos invitó a verla tocar en aquel bar. Todavía tenía la cabeza un tanto loca por la canción que me dedicó y todo el dolor y amor que expresaba. Me seguía sintiendo culpable. Sé que hacerme sentir mal no era su intención, que sólo quería demostrarme lo enamorada que estaba de mi y todo lo que le afectaban mis acciones, pero no podía evitar odiarme a mi misma.

Todo había cambiado desde entonces. Seguíamos saliendo con la misma frecuencia pero ahora si algo nos molestaba, lo hablábamos e intentábamos arreglarlo. No nos quedábamos calladas y yo obligaba a Mimi a que me dijera lo que sentía, no importaba si eran cosas pequeñas o sin sentido, todo lo que salía de su boca era de suma importancia para mi y ya podía apreciar un cambio en ella. Estaba más feliz, era más sincera y menos tímida.


Salí de mis pensamientos cuando sentí la puerta de mi oficina abrirse y al señor Zammicheli entrar.

Oh no.

No quería que este viejo de mierda se llevara la felicidad que tenía al pensar en mi Mimi. Ese día estaba vestida más sexy de lo normal porque tenía planeado salir con Mimi después y sabía que le encantaba que me vistiera así. Nunca lo admitiría pero sabía que se aguantaba las ganas de decirme cosas subidas de tono. Ahora era una gran desventaja estar así porque tendría que aguantarme las miradas lujuriosas de mi jefe.

Sonreí falsamente.

—Señor Zammicheli, ¿hay algo que necesite? Estaba a punto de ir a almorzar pero si quiere algo lo haré de inmediato. —le respondí lo más calmada y amablemente posible. Quería que se fuera rápido. Estaba muerta de hambre y me daba lo mismo tener que saltar por la ventana y romperme las piernas con tal de salir de ahí.

—Oh señorita Guerra, precisamente a eso venía. La quiero invitar a que por favor coma conmigo en mi despacho. Tengo algunas... cositas que hablar con usted. Pediremos lo que usted desee. —me informó mientras se acercaba a mi escritorio y... mierda, estaba jodida. Si le decía que no sería mal educado, pero su vocecita de viejo asqueroso me daba mala espina.

—Umh... preferiría comer aquí, no quiere que los demás trabajadores piensen mal ¿o si? —Le pedí y pareció comprender. Estaba más nerviosa que la mierda y lo que menos quería era que me encerrara en su oficina para hacerme quizás que cosas.

—Mmmmh tiene razón. No queremos que sepan que tengo cierta... preferencia por usted. Iré a ordenar. ¿Qué le apetece? Yo ya tengo claro lo que quiero. —me respondió con una sonrisa maliciosa y recorriendo mi cuerpo con la mirada. Tuve una arcada involuntaria. Este viejo de mierda se estaba haciendo el coqueto conmigo y no había cosa más repulsiva que eso. Reí nerviosamente sin saber como actuar. No quería sacar mi lado feminista y agresivo con él. Amaba mi trabajo, pero este viejo no sabía respetar a las mujeres y como tratarlas, de seguro tiene unas 500 amantes y no era capaz de conformarse con una.

—Jajaja... yo emh... me gustaría una ensalada, nada muy complicado. —le respondí y él sonrió.

—Oh que bueno que cuide su figura. No queremos que se estropee ¿no es así? Volveré enseguida. —habló para luego salir de la oficina y cerrar la puerta.

Por dios santo. Que hombre más machista. Lo peor era que tendría que aguantar sus comentarios degradantes por la siguiente hora mientras me comía una ensalada. Yo quería una hamburguesa de las grandes pero este viejo verde me había quitado todo el apetito.

Cómo desearía que Ricky o María aparecieran de la nada y me salvaran, pero de seguro ya estaban en el bar comiendo y no les extrañaba que yo no estuviera ahí porque a veces traía comida de la casa y no bajaba con ellos.

La mamá de mi mejor amiga (Warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora