5(Tensiones)

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Nadie en particular

— ¡Sáquenme de aquí! —El resonar del grito hizo eco por las paredes, pero la joven no se rindió. En vez de eso, comenzó a jalar con fuerza los barrotes, lo más que las esposas, que no le quitaron al dejarla allí, se lo permitían.

—No te escucharán —Se burló la otra, recostada en la cama mirando el mugroso techo. Hizo una pausa silenciosa, antes de volver a hablar—, y sí lo hacen, se harán de oídos sordos.

La otra joven se giró en dirección a su compañera de celda, sorprendida de que le hablará.

— ¿Ya lo intentaste, acaso? —Se mofó, volviendo a jalar con fuerza las barras que la separaban de su libertad. Dándose por vencida, reposó su frente contra las mismas y dejó salir un suspiro cansino—. Lo que hacen al tenerme aquí es una injusticia.

A pesar de que susurró, escuchó claramente la risa sarcástica que dejó escapar su compañera, quien se sentó y entrelazó sus piernas sobre la cama. La miró con una mano sobre sus labios, antes de inclinar la cabeza y morder el interior de su mejilla.

—De ser inocente no te tendrían aquí. —Le dijo, levantando el mentón con burla. Los ojos de ella chispeando en la más sincera sorna—. A ver, cuéntame ¿qué hiciste?

— ¿Debería interesarte, acaso? —Escupió en respuesta, sin embargo, su comentario no hizo más nada que hacer reír a la otra.

—Eres divertida —se carcajeó—, ojalá nunca puedas salir de aquí.

—No me resulta gracioso —Refutó en respuesta, pero no fue suficiente para aminorar la risa.

Limpiándose una lágrima falsa, se colocó sobre sus pies. Un tatuaje adornaba su brazo derecho y otro reposaba en su nuca, el cual picaba.

Un sacrificio a cambio de otro, ese era el trato.

—Entonces, linda, ¿Qué hiciste para estar acá brindándome tu grata compañía?

—Vuelvo y repito, no tiene por qué interesarte.

—Puedo ayudarte si te dejas ayudar —Alegó, captando al fin la atención de la más joven.

—Sí tú me dices porqué también estás aquí.

Una mueca se plasmó en los labios ajenos a las palabras, pero no fue suficiente. A diferencia de hacer lo pedido, regresó de vuelta a la cama y se echó en ella, cruzada de brazos detrás de su cabeza.

—Te ofrezco mi ayuda y me sales con esa —se burló—, niña malagradecida.

— ¡Oye! —Se quejó, volviéndose en dirección a la rubia acostada sobre la cama. Ésta giró la cabeza en su dirección, con una mueca en sus labios.

— ¿Me dirás? Porque es curioso ver a una niña buena en un sitio como éste.

—Ah, claro, como seguro tú eres una delincuente.

La rubia entornó los ojos, volviendo a sentarse y cruzándose de brazos. Terminó recostando la espalda a la pared, sonriendo con desgana.

— ¿Cómo te llamas? —Cuestionó, colocando sus manos sobre sus rodillas—, dime tu nombre y te ayudo.

La duda se vio reflejada en el rostro de la chica que, al final, terminó soltando un suspiro.

—Soy Ester.

—Bien, Ester —dijo, colocándose de pie para extender su mano hacia la susodicha—, Soy Molly, un gusto.

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The House of Sex: Atrápame si puedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora