6(Es una verdad)

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Desconocido

—Tic, toc —Me burlo, rondando lentamente a la persona sentada sobre la silla. Escucho como solloza a pesar de la mordaza en sus labios.

Observo a la chica, que sacude su cabeza con desespero, quizás intentando saber más de mí, saber que le haré y que no podrá ver.

—Quisiste jugar con el gato siendo un simplón ratón —me burlo, dejándome caer frente a ella. Me acomodo mejor en el suelo, antes de llevar mi dedo a mi labio y morder un poco mi uña—, mal, mal, mal.

Uhm —es su respuesta, por lo que rio mientras me arrodillo frente a ella. Acaricio sus muslos descubiertos antes de dejar un casto beso en su mejilla. Mi acción le arranca otro sollozo, uno más para mi colección de penas ajenas.

—Debiste huir cuando pudiste —Asiento para mí mismo, siguiendo con mi monólogo— pero es una pena que ya no se pueda hacer más nada.

Decido cortar un poco con su sufrimiento, de manera que le quito la mordaza. Lo primero que ella dice, es que me odia —vaya novedad que me hiere el corazón— y lo que le sigue a eso, es que me escupe en la cara.

Hago una mueca de asco, y levanto su camisa para limpiarme. Ella grita e intenta patalear, pero no logra nada más que provocarme una risa estruendosa.

— ¡Eres un monstruo!

—Me gusta más el término ser sin corazón —le hago saber, dirigiéndome hacia el lienzo que hay en mi habitación. Tomo las pinturas que esta vez serán mis compañeras, y alzo el dedo pulgar en su dirección, inclinándolo—. Bien, linda, no te muevas.

— ¿Qué vas a hacerme?

—Por ahora, pintarte —Respondo, mordiendo la punta del pincel antes de humedecer la brocha—, luego, asesinarte.

Ella solloza, lo que me hace sonreír un poco.

—Estás enfermo.

—No soy el único —Musito, trazando con la pintura sobre el papel. Los segundos pasan hasta convertirse en horas, el silencio sin abandonarnos siquiera hasta que la puerta es abierta. Mi hermana entra y me deja una bandeja de comida sobre la mesita, antes de mirar a mi víctima que aún no ha perecido.

—Es muy bonita. —Murmura. Noto como la chica se tensa, antes de alzar la cabeza y buscar a mi hermana.

¿Jessica? —Hay un deje de incredulidad, pero es suplantado por un grito desesperado—, ¡Ayúdame!

— ¿Por qué debería ayudarte? —En cambio, esa es su respuesta. Dejo escapar una risita, antes de levantarme del banquillo y acercarme hasta la radio, al encenderla, dejo que el CD de música clásica invada la sala, logrando relajarme un poco.

— ¿Por los buenos tiempos? —Hay un sollozo. Sonrío, es claro que mi hermana no la reconoce, para ella, esta chica; no es más que alguien insignificante.

—No lo creo, no tengo por qué hacerlo. Fuiste mala conmigo, ¡Mala!

— ¿Qué? No. Jessica, ¿Qué...?

—No te esfuerces —la interrumpo, retomando mi momento artístico— no lograrás hacer nada aparte de enfurecerla.... —y miro a la pelirroja, con una sonrisa en los labios—, a menos que quieras morir en sus manos y no en las mías.

—Son unos enfermos —Su voz tiembla, demostrando su miedo que me llena.

—Deberías ver a Madre. —Me mofo, antes de girarme a mi hermana—, quítale la venda.

El sollozo que la abandona cuando Jessica se la quita, es digno para mí. Sus ojos se inundan mientras niega, sacude la cabeza y solloza.

¿Por qué tú?

The House of Sex: Atrápame si puedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora